Rajá se ha propuesto buscarme marido. Corre contra el tiempo, porque sólo voy a estar en Ammán durante el mes del Ramadán. A ella le parece una ventaja: cada noche se reúnen la familia y los amigos a celebrar el iftar, la cena que rompe el ayuno. Ya me ha presentado a algunos de sus primos solteros, un tío viudo y un amigo de la familia que tiene una sola esposa, en Kuwait, y podría tomar una segunda. Le digo que en mi cultura eso no está permitido.
—¿A tus padres no les importa que te cases con un musulmán?
—No. La religión no les preocupa, la bigamia sí.
—¿Y no les preocupa que no tengas marido?
—No.
—En Jordania puedes conseguir un marido, María.
—Sólo estoy por un mes, Rajá, no sé si me dará el tiempo.
Después del fracaso en la primera semana, la cuestión del tiempo la preocupó. Temo que empiece a pegar carteles con mi foto en las esquinas de la avenida Gardens cuando se le terminen los parientes.
* * *
Me trata como a una mascota. Ayer me llevó al salón de belleza. Me depilaron la frente con un hilo de coser. Esta tarde me dijo que tenía que pintarme las cejas con henna. Insistió hasta que accedí. Ahora tengo las cejas como dibujadas a lápiz, de un color marrón casi negro que no sale con el agua. Rajá dice que estoy mucho más linda y las posibilidades de casamiento han aumentado.
Le preocupa que no me pinte, y por las dudas me regaló varios lápices de labios, sombras y colorete. Son pinturas viejas, de colores pastosos que ya no se usan, rotos o gastados. Pero no puedo salir a la calle sin un poco de brillo en los labios so pena de que Rajá me agarre en la puerta y me pinte la cara quién sabe de qué color.
Al volver de clases la encuentro preparando la cena, bailoteando en la cocina. No me besa porque tiene la cara llena de semillas de tomate. Se refriega todos los días algo distinto. Limón para la juventud, clara de huevo para la firmeza, miel para la suavidad. Me cuenta que esta noche el iftar será en su casa y vienen algunos de sus primos. Mira con desconfianza mis pantalones verdes de hilo y me ofrece un vestido suyo, todo floreado. Es claro que entre ellos hay otro posible candidato.
* * *
Rajá es divorciada. Estuvo casada con un hombre rico en un matrimonio que arregló su madre cuando ella era joven, pero se divorció al poco tiempo.
—Él tomaba mucho alcohol. No estaba bien. El dinero a veces no importa, María, importa encontrar un buen hombre.
—Claro, Rajá, encontrarás un buen hombre.
—Y si es rico mejor, por supuesto.
Estoy empezando a entender la obsesión de Rajá. Por qué me arregla como si fuese un árbol de Navidad y me exhibe de reunión en reunión: ella también necesita un marido. Está armando un “dos por uno”.
* * *
Desde que le dije que sé adivinar la suerte con las cartas, Rajá no me deja en paz. Le inventé un futuro donde le llega un marido muy rico y amable. No sé en qué estaba pensando.
Buscando algo de paz le expliqué cómo podía ella misma preguntarle a las cartas. Hay que barajar el mazo siete veces, sin tener cruzados los pies ni las manos, y hacer una pregunta que se pueda responder con un sí o un no. Se sacan tres cartas de arriba, si una de ellas es el as de oro, la respuesta es afirmativa. Si no sale el as de oro, la respuesta es no. Ha pasado unos tres cuartos de hora en el sofá fumando y tirando las cartas, pero el as no le ha salido ni una vez.
—¿Si el as es de otro palo también es sí?
—No.
—¿Y si sale el dos de oro?
—No. Basta. Ahora es mi turno –le saco las cartas porque va a perder la cabeza–, tengo que saber si me van a dejar entrar en Siria.
—A Siria no, María, mejor a Beirut. Hay hoteles de lujo, restaurantes, a Siria ahora es mejor que no vayas –me dice, previsora, aunque en ese momento todavía no había estallado la parte más dura de la guerra.
—Es sólo para saber.
—¿Por qué mejor no vas a Sharm el Sheik? –insiste. No le hago caso.
Tiro las cartas y la primera baraja que giro es el as de oro.
* * *
Después de la cena vienen el café, los dátiles y los dulces. En el mes sagrado musulmán se ayuna durante todo el día. Cuando cae el sol, las familias de reúnen para celebrar el iftar, la cena.
—Tamer –me señala Abdulrahmen mientras se come un dátil.
—Tamer –repito. Los conozco bien, y aprovecho para comerme unos cuantos.
—Inab –sigue Abdulrahmen, mientras se come una uva y me sonríe.
—Inab –repito.
Abdulrahmen habla perfecto inglés, porque trabaja en la policía, en Israel. Cuando termino de enumerar todo lo que se encuentra en la mesa, le pregunto por su trabajo y la situación en la frontera con Siria.
Se le termina la sonrisa.
—Las cosas están muy bien. Muy bien.
Insisto con el asunto hasta que Rajá me descubre y de inmediato cambia de tema.
—¿Qué les parece si el fin de semana llevamos a María al sur, a conocer el desierto de Wadi Rum?
—¡Sería una oportunidad encantadora para hacer una excursión y conocerse mejor! –dice alguien con sonrisa cómplice.
Abdulrahmen me pregunta a qué me dedico.
Le digo que soy periodista.
Rajá me mira espantada. Ya es tarde. Acabo de perder un futuro marido.
[notice]A la espera de Jodo
Por Hussein Habasch*
Más que llegar,
los más bellos de los perdidos
extraviaron su camino hacia ti.
Inventaron los espejos, de la dulzura de las fuentes
y crearon, para adorarte, una sombra.
Cayeron ante ti como preciosos regalos,
cubrieron sus sueños del sabor de la fe,
tampoco te encontraron.
Hicieron lo imposible…
Levantaron las pirámides más altas
para conectar la tierra con el cielo,
pero no moviste ni un dedo.
Gastaron sus vidas por ti,
sellaron sus caras por tu rostro
mientras te están defendiendo ante la desesperación,
te esperan más que nunca,
y no ven una luz de ilusión.
No intentaste venir,
Pero ellos siguen esperándote,
dudan de vez en cuando
repitiendo en voz alta,
que quizás nadie eres.
¿Quimera eres o una certeza?
* Poeta kurdo. Su colaboración para el especial de Navidad de Brecha fue traducida por Abdulhadi Sadoun.
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