Michel (uno de los tantos seudónimos adoptados por Jaime Gómez) es un actor frustrado (apenas apareció fugazmente en El bebé de Rosemary, de Roman Polanski) y ex estrella del porno gay que hacia finales de los años ochenta se erigió como gurú de Buddhafield (El campo de Buda), culto new age con base en West Hollywood, activo durante 22 años, con más de 150 miembros en sus mejores épocas. Will Allen, por su parte, es un director de cine y ocasional actor (interpretó a Arturo en Lost pero bajo el nombre de Francesco Simone) que abandonó su hogar a los 20 años luego de confesarle a sus padres su homosexualidad. Aconsejado por su hermana se unió al por entonces pequeño grupo de meditación y ayuda mutua liderado por Michel. Durante 22 años, Will (rebautizado como Francesco por el líder) fue el camarógrafo oficial del colectivo, masajista personal de Michel y –esto no se sabría hasta mucho más tarde– sometido sexualmente por el gurú, al igual que decenas de otros miembros homosexuales y heterosexuales. En 2007 Allen logró dejar atrás Buddhafield, con más de 35 horas de filmación que componen el grueso del material visual de su nuevo documental,1 presentado en el último Festival de Sundance y actualmente disponible en Netflix, luego de que el actor y músico Jared Leto apadrinara el proyecto y ejerciera de productor ejecutivo. La otra parte del filme la conforman numerosos testimonios de ex miembros del colectivo, entrevistados por Allen años después de haber abandonado a Michel. Holy Hell es un trabajo más personal que didáctico, un documental cuyo objetivo no es tanto explicar o localizar las bases del fenómeno sectario –en tal caso hubiesen sido citados especialistas o estudios sobre el tema– sino más bien exponer los hechos desde el interior, entre testimonios de los implicados y la voz en off del propio director. Por eso el documental tiene al principio un tono nostálgico y hasta elegíaco y hacia el final uno confesional, visceral y en ocasiones profundamente dramático. Buddhafield surge como un colectivo donde los miembros integran una “familia” y deviene poco después en secta de disposición piramidal donde la “familia” pasa a ser sustituida por el grupo de seguidores, donde la hermandad es sustituida por el culto personalista. Conforme el documental va mostrando este giro, los testimonios se vuelven más reveladores, de lo cómico hasta lo trágico: desde miembros que tienen que devolver perros y televisores porque no están permitidos hasta otros que terminan practicándose abortos u olvidando por completo a sus familias y sus propios nombres.
A lo largo de los cien minutos que dura el documental vemos a los miembros del grupo sonriendo, tomados de las manos, nadando juntos en el río, meditando, asistiendo extasiados a las revelaciones del gran maestro. El efecto, parece, es igual al de ciertos psicotrópicos. Puede surgir alguna risa involuntaria por cuanto no parecen notar lo que de este lado de la pantalla resulta evidente: que Michel es un vendehumo consumado, siempre bronceado, de cuerpo esculpido por los esteroides, con sunga rosada, con la cara tachonada de operaciones, con pestañas postizas, con lentes espejados. Pero justamente Holy Hell funciona no insertándose desde la sociedad en ese microcosmos que es una secta sino precisamente al revés, desde el interior hacia el exterior para así llegar a explicar por qué una personalidad de ese tipo llega a convertirse en el referente espiritual de cientos de personas que, y este es el gran acierto del documental, siempre aparentan ser comunes y corrientes. No están locos de remate sino que son personas con problemas y debilidades como cualquier otra. Pero acaban construyendo un teatro para que el líder se vista de gala, filmando cortometrajes para que actúe, acondicionando un parque repleto de pavos reales y conejos para que se distienda, llevándolo de acá para allá en su trono, obligándose a entrenar y bailar ballet con él, escuchando impávidos sus verdades reveladas. Los miembros de Buddhafield ceden durante décadas a todos los designios éticos y estéticos de Michel (también llamado por momentos Andreas), incluso cuando éstos son contradictorios o directamente hipócritas. La práctica sexual es algo prohibido para todos los miembros, pero hacia la segunda mitad del documental nos enteramos de que Michel efectivamente abusaba sexualmente de varios hombres de la secta. Lo mismo con la apariencia: profesaba una doctrina supuestamente espiritual pero vivía obsesionado con el físico, al punto tal de que prácticamente todos los miembros debían cumplir ciertas pautas estéticas, en general siguiendo los patrones establecidos por Hollywood.
Lo verdaderamente perturbador de Holy Hell es todo lo que no está, lo que excede el material filmado y lo anecdótico, todo lo que, en suma, no aparece directamente referido en el filme pero que éste sugiere. “Seguramente hay una secta en alguna parte de tu ciudad”, dice uno de los ex integrantes de Buddhafield hacia el final. Después nos enteramos de que Michel se hace llamar ahora Reyji (que significa dios-rey) y que sigue operando como gurú en Hawai, con un séquito que asciende a cientos de personas. Uno se pregunta al final por qué el hombre insiste en eso y cómo es que los demás le siguen el tren después de todo. Y la respuesta probablemente sea que así es la naturaleza humana, que por cada Will Allen veinteañero sin rumbo habrá un Jaime Gómez (aka Michel) dispuesto a mostrarle el camino, que al final Buddhafield seguirá existiendo en diferentes formas y latitudes. Resulta difícil sacar conclusiones tras los créditos porque el documental no persigue este fin. Como si el pretexto de una secta que cooptó las vidas de cientos de personas durante más de dos décadas no fuera ya suficiente –el propio Jared Leto planea hacer una serie de televisión basada en este caso–, Allen deja que el material haga trabajar al espectador, que siga creciendo en su memoria, porque se plantea preguntas que no siempre responde.
- Holy Hell, Estados Unidos, 2016.