—Dijiste, hace años, que no creías en la formación en gestión cultural.
—Tanto como no creer, no, dije que considerar novedosa la gestión cultural en Uruguay me parecía disparatado. Qué fueron, sino grandes gestores culturales, los fundadores de la Comedia Nacional, los ideólogos y promotores del teatro Solís, los pioneros del Carnaval, los impulsores de festivales tradicionales, los protagonistas del movimiento teatral independiente y muchos directivos de clubes sociales, deportivos y culturales del Interior. Me queda la duda, sí, de cuántos egresados de la actual formación en gestión cultural están vocacionalmente comprometidos con el hecho artístico, más allá de administrarlo. En una actividad, además, desprovista de todo aliciente económico; coincidíamos con un colega que en esto uno siempre debe tener la suerte de empatar.
—Iba a que, con esa afirmación, reivindicabas la artesanía del oficio.
—Sigo reivindicándola, me considero más productor que gestor; la gestión te obliga a asumir tareas ajenas a lo artístico, la producción, en cambio, te enfoca en lo artístico desde la génesis. Lo que aprendí sobre producción se lo debo a la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (Emad), de cuya carrera de actuación egresé y me dio elementos para entender la psiquis de un actor, por qué es importante para él que el saco que usa en la obra lo espere siempre sobre el respaldo de la silla del camarín y no colgado en la percha. Eso, que de afuera parece una manía, integra, para un productor, las condiciones de sostenibilidad de un espectáculo.
—Conociste el escenario bajo las luces, y durante seis años, su mecánica.
—Sí, cuando estaba en segundo año de la Emad el teatro Solís convocó a alumnos que quisieran trabajar como becarios en su área técnica. Increíblemente los estudiantes del curso técnico no le dieron bola a ese llamado, y unos 15 de actuación nos zambullimos en él. Trabajé como técnico del Solís de 1993 a 1999, lo cual me permitió, entre otros privilegios, presenciar in situ la pasada técnica de un Marcel Marceau viejito. Pidió que vaciaran el escenario y durante dos horas lo caminó fijando puntos de economización de energías.
TENEMOS QUE HABLAR
—Tu experiencia como gestor de instituciones públicas comenzó en 2008, en el Auditorio Nelly Goitiño.
—Antes trabajé años como productor de la Comedia Nacional, cuando su director artístico era Héctor Manuel Vidal. Y antes fui coordinador del teatro Alianza, donde mediante una articulación muy interesante con la Comedia, que andaba “a carpa” porque el Solís estaba cerrado, montamos la obra Tres mujeres altas, de Edward Albee, con actuaciones de Estela Medina, Gloria Demassi y Alejandra Wolff, y dirección de Nelly Goitiño. Y llevamos ese espectáculo a 18 ciudades del Interior.
—Nunca recibiste formación como gestor cultural.
—No.
—¿Cómo afrontaste, entonces, las demandas de comunicación, programación y sintonía con las autoridades que exige la gestión de una institución pública?
—En todos los lugares donde estuve confié en mi modesta capacidad de formar equipos y de aprender del prójimo lo que no sabía. Pero yendo a las variables que planteás, en materia de comunicación recurrí a gente con formación universitaria en el rubro, que se había titulado en los noventa; a la planificación la abordé con ojos de actor y técnico, y en cuanto al víncu-
lo con las autoridades venía de soportar toneladas de burocracia persiguiendo, en rincones del palacio de ladrillo, el pago de mis honorarios como becario del teatro Solís. En aquellos años los contratos de los becarios estaban un escalón por debajo de los contratos basura. Luego del respectivo concurso, las autoridades del Departamento de Cultura de la Intendencia acaban de confirmarme como director de la Sala Verdi, y ratificaron la libertad de acción que me dispensaron en 2011, cuando asumí el cargo por primera vez.
—El Auditorio Nacional Adela Reta fue sacudido por remociones y renuncias derivadas, para unos, de incompatibilidad de visiones políticas y, para otros, de graves irregularidades administrativas. ¿Cómo es posible, en este contexto, que un director de sala pequeña viva libre de presiones?
—Reitero, con profunda sinceridad, que nunca recibí presiones, ni de la presente ni de la pasada administración departamental. También es cierto que la Sala Verdi es pequeña, y cuando llegamos era un espacio desierto del viejo servicio de teatros municipales, que sólo alojaba a la Comedia Nacional. Ese panorama cambió, ayudado por una remodelación que le devolvió brillos patrimoniales latentes bajo el deterioro, una ampliación y mejora de sus servicios y una programación que logró reinsertarla en el circuito de interesados en espectáculos teatrales y musicales que otros sitios no ofrecen.
—¿Las autoridades aceptaron en todos sus términos tu plan de gestión?
—Sí, quizás porque la Verdi, como sala chica que es, no reporta prestigio ni visibilidad social, algo que valoran mucho. Como decía un dramaturgo amigo, la hormiga se desnuda y no ves nada, el elefante se alza la pollera y una piernota te avanza. Creo que este es un buen punto a incorporar a la discusión profunda sobre el destino de nuestras grandes salas; que quienes toman decisiones comprendan que es más importante lo que sucede en el escenario que la foto en el hall.
—¿Esa discusión está sucediendo en algún lugar?
—No en un lugar público; sí a través, por ejemplo, de esta entrevista.
—Que se esté procesandoe vía medios, ¿no prueba la nula voluntad de instalarla en ámbitos institucionales?
—Puede ser, en lo que respecta a la Intendencia de Montevideo este año se creó, casi a la fuerza y a instancias del compromiso de gestión planteado por el intendente Martínez, una sectorial de salas que reúne al teatro Florencio Sánchez, la Sala Zitarrosa, la Verdi y el Teatro de Verano, donde unificaremos criterios y estrategias de gestión. Es un ámbito promisorio, aunque no me queda claro hasta dónde la clase política tiene intención real de discutir el destino de las salas públicas.
—¿Prefieren acicalarse para la foto?
—Los veo, más bien, plenos de conformismo. Nadie niega que hubo avances consistentes, junto a errores impresentables. Deberíamos poder discutir estas cosas sin miedo a represalias del pensamiento único; aunque más no sea para predicar con el ejemplo el respeto a la diversidad. Diversidad, para mí, no es sólo tolerar a quien piensa distinto, sino transferirle poder.
- Nació el 14 de diciembre de 1970 en Montevideo y creció en la ciudad de Libertad, donde fue asesor artístico de la Casa de la Cultura. Su trayectoria como productor independiente comenzó en 1997 con la puesta de Cuarteto, de Heiner Müller, en el Teatro Circular, con actuaciones de Estela Medina y Levón, dirigidos por Eduardo Schinca. De 2000 a 2006 fue coordinador cultural del teatro Alianza y productor ejecutivo de la Comedia Nacional, de 2008 a 2009 director del Auditorio Nelly Goitiño, de 2010 a 2011 coordinador del complejo teatral El Galpón, asesor de programación del Museo del Carnaval y director de la Sala Verdi, cargo que, luego de dos concursos, mantiene. Ejerció la docencia de producción escénica en instituciones educativas y festivales de teatro, representa a Montevideo en organismos locales e internacionales de cultura y produjo tres discos y nueve presentaciones internacionales de la cantautora Rossana Taddei.