“Hoy que sangrando una herida/ quiero contarte mis penas/ vos que fuiste la más buena/ compañera de mi vida,/ si ayer sonaste sentida/ hoy de nuevo sonarás/ y conmigo vencerás/nuestra desgraciada suerte/ porque ni la misma muerte/ podrá separarnos más.”
Florentino Callejas, “A mi guitarra”.
Cuatro hombres arrobados escuchan y observan a una mujer de 101 años que, durante toda la conversación, no se separa de la misma guitarra con la que dio su primer concierto, varias décadas atrás. Los cuatro hombres, todos músicos de trayectoria variada y reconocida, asienten y sonríen, dos por tres intervienen, deslizan una pregunta o proponen una acotación, pero la mujer no les da tregua, les responde de forma rápida, sin dudar y, a pesar de sus enormes sonrisas, que el paso de una centuria no ha logrado modificar, queda claro que es ella la que lleva el hilo de la charla, la que pauta el ritmo de la instancia toda. En algún momento los cuatro hombres vuelven a sentirse alumnos del conservatorio ante la más exigente y sabia profesora. Los cuatro entrevistadores se llaman Daniel Viglietti, Rubén Olivera, Coriún Aharonián y Álvaro Pierri, y la entrevistada, que fallecerá unos meses después, ya con 102 años, es la legendaria guitarrista y docente Olga Pierri.
La entrevista1 que acaba de difundir el Centro Nacional de Documentación Lauro Ayestarán es una de esas raras piezas en que la retórica del género es dinamitada no ya por el aura de quien está siendo entrevistado, sino por las propias circunstancias en que el encuentro se realiza. No hay debilidad, ni desmemoria, ni falsa modestia ni concesiones de ningún tipo en el relato con el que Olga Pierri va repasando su vida y su trayectoria con el instrumento de seis cuerdas. “La guitarra en mi casa era el pan de todos los días. Así como se come pan, papá agarraba la guitarra y tocaba. Y como había varias guitarras, iba para otra pieza y seguía tocando. ¿Y yo que oía todo el día? Guitarra, guitarra, guitarra, guitarra”, son las primeras palabras de Olga Pierri ante la pregunta con que Daniel Viglietti inaugura la conversa.
Además de subrayar su contacto primigenio con el instrumento, ya de entrada la guitarrista pone en escena la figura fundamental de su padre, José Pierri Sapere (1886-1957), un músico que se construyó a sí mismo con la pasión por aprender, el mismo autodidacta que esperaba largos meses el envío de las partituras que encargaba a Italia, y que cada vez que un guitarrista clásico llegaba a Montevideo a brindar un concierto compraba entradas en la platea para que su hija pudiera seguir de primera mano las instancias de la ejecución.
El método de Pierri Sapere no desconocía la individualidad de cada ejecutante, y aunque sostenía que tanto la mano derecha como la izquierda debían ser colocadas de igual forma por todos, en el momento de comenzar a leer música cada alumno haría despliegue de su propia fuerza en cada mano. Ese conocimiento, adquirido por la guitarrista niña, que a los 15 años descubriría su pasión por enseñar ella misma a tocar el instrumento, está en la base del contacto inicial de Olga Pierri con la guitarra. “Yo diría que la mano es como la personalidad de cada músico”, subraya en un momento quien enseñó a varias generaciones y que no abandonó la docencia prácticamente hasta el final de sus días.
En esa suerte de repaso cronológico que la entrevista va pautando afloran los nombres de otros guitarristas con los que de una u otra forma Olga Pierri se fue vinculando: Atilio Rapat (1905-1988), María Luisa Anido (1907-1996), Antonio Pereira Arias (1929-2004) y Agustín Carlevaro (1913-1995), entre otros. De este último destaca especialmente la amistad que los unió, más allá del instrumento en sí, vínculo que no pudo concretar con el hermano de aquél, Abel Carlevaro (1916-2001). En 1937 los hermanos Carlevaro, Atilio Rapat y Olga Pierri realizarían el concierto inaugural del Centro Guitarrístico del Uruguay, importante espacio cultural del que la protagonista de esta semblanza fue una de sus fundadoras.
Si la condición de solista de Olga Pierri es importante –el recuerdo y el archivo de sus conciertos lo certifican– no menos importante es la creación, en el año 1948, del Conjunto Femenino de Guitarras, emblemática formación con la que grabó algunos discos y estrenó, ante variados auditorios, diferentes composiciones, llegando incluso a presentarse semanalmente en la radio con gran repercusión de público.
En un momento del encuentro todos se callan en el improvisado set de filmación, porque Olga Pierri comienza a pulsar la guitarra. La cámara se concentra en la mano derecha de la ejecutante, que desgrana la clásica “Milonga”, de José Pierri Sapere, esa impresionante pieza estudiada por una innumerable cantidad de estudiantes en diversas partes del mundo. De pronto, el aire cargado de acordes se vuelve inaprensible caudal de luz, una luminosidad prodigiosa y cenital que nada tiene que ver con los focos del equipo técnico dispuestos en la sala. A la milonga le sigue el vals “Pajas blancas”, también de Pierri Sapere, que comienza a tocar con una sonrisa y con una aclaración: “Tengo la mano dura”, lo que claramente es desmentido a continuación, cuando los acordes afloran en deliciosa cadencia. El rostro de Viglietti, mostrado en un instante, casi de refilón, resume el embeleso del reducido auditorio ante lo que está sucediendo.
En la trama de estos días extraños, cuando se encuentran en los medios manifestaciones ridículas de algunos gobernantes, como la que pretende ver en un funcionario del colapsado sistema educativo uruguayo a un nuevo José Pedro Varela, es una alternativa interesante, necesaria, conocer un poco más de la vida y la obra de una figura como Olga Pierri, entregada por completo a la pasión por aprender y por enseñar. “Se aprende enseñando –dice en un momento de la conversación–, porque cuando uno corrige se da cuenta de que uno mismo lo hizo mal y, sin embargo, lo está corrigiendo. Cuando uno se mete dentro de lo que le está corrigiendo al alumno, primero debe mirarse a sí mismo y corregirse.”
Olga Pierri, esa mujer talentosa y tenaz que se impuso a pura técnica y sensibilidad sobre las convenciones de su tiempo, que emocionó hasta las lágrimas al maestro Eduardo Fabini, que enseñó durante décadas a muchísimos guitarristas, que no dudó en pedirle al entonces presidente uruguayo Luis Batlle Berres que se retirara de un estudio radial para permitirle a ella y a su conjunto interpretar una pieza, y que en esta última entrevista exhibe una lucidez que corre a la par con su destreza en las seis cuerdas, murió en Montevideo, el 28 de setiembre de 2016. La entrevista que ahora se difunde, realizada con alta factura técnica pero también con la marca de la admiración y el cariño de quienes la llevaron adelante, es parte del legado que Olga Pierri nos dejó para seguir descubriendo.
- Fue filmada en el domicilio de Olga Pierri, el 7 de enero de 2016. El equipo técnico estuvo integrado por Fabrice Lengronne, Juan Pellicer y Federico Sallés, quien se encargó de realizar el montaje del video. La entrevista, de poco más de media hora de duración, puede verse accediendo al sitio web del Centro Nacional de Documentación Musical Lauro Ayestarán (www.cdm.gub.uy). El material bruto está disponible en el archivo del centro para su eventual consulta por parte de investigadores.