La ceremonia no podría haberse coronado de forma más sorprendente. Hay veces que los errores humanos se conjugan, contra todas las probabilidades, en momentos mágicos, irrepetibles. El “problema” podría haber ocurrido en cualquiera de las 30 categorías, pero tuvo que darse justo en el clímax final de la noche, cuando la entrega de las estatuillas a mejor película. Y lo más grave fue que, luego de que se entregaran los galardones a la película equivocada, sus productores ya estaban agradeciendo, evocaban los sueños hechos realidad, mientras los trajeados con micrófonos “cucaracha” de la organización revoloteaban a su alrededor. Uno de ellos asumió la dura responsabilidad de decirles a los “victoriosos” que la Academia había cometido un error mayúsculo, y que los ganadores no eran ellos, sino otros. Aunque estén relativamente exentos de responsabilidad (ella cometió el error de leer en voz alta lo que atinó a ver en la tarjeta, él de no verbalizar su confusión a tiempo), Warren Beatty y Faye Dunaway ya renovaron su inmortalidad en el imaginario colectivo, y quizá mucho más que por sus papeles en Bonnie and Clyde (que a esta altura pocos deben de recordar). No importa que la responsabilidad no haya sido de ellos: fueron las caras visibles durante un bochorno épico, inolvidable.
No fue el único error que la Academia cometió a lo largo de la noche. En la sección “In memoriam”, en la que se recordaron las figuras del cinematógrafo fallecidas durante el último año, se sucedieron varias fotos; entre ellas se rendía homenaje a Janet Paterson, fallecida diseñadora de vestuario australiana. Pero quienes elaboraron el video se equivocaron de fotografía, colocando junto al nombre el rostro de Jan Chapman, productora también australiana que está perfectamente viva y lozana. Chapman inmediatamente escribió un mensaje a la revista Vanity en el que señalaba el error. “Estoy devastada por el uso de mi foto en lugar de la de mi gran amiga (…) Janet tiene una gran belleza y ha sido cuatro veces nominada a los Oscar, y es muy decepcionante que el error no se haya resuelto”, aseguró. De todos modos, más allá de la incomodidad de que algunas personas den por muerto a alguien que no lo está, se trató de una minucia en comparación con el mayor imprevisto de la historia de las premiaciones.
El responsable ya fue señalado, y es probable que ruede su cabeza y que no la tenga nada fácil de ahora en adelante. Quizá en el hecho de que sean sólo dos los conocedores de los nombres de los ganadores –por esa manía de la absoluta confidencialidad–, y de que sean ellos mismos los responsables de retener los sobres y entregarlos a los presentadores, esté la clave de lo sucedido. Sea cual fuere la causa, el episodio podría verse como un alivio para cualquiera que tenga un trabajo de gran responsabilidad: en la premiación más popular del planeta también los seres humanos cometen errores garrafales.
Pero hay algo mucho más interesante en este episodio, y es el valor simbólico que puede atribuírsele. Con mucha razón se venía diciendo que esta ceremonia iba a ser la más integradora e inclusiva de los últimos años, algo que se reflejó no sólo entre los nominados sino también en los ganadores: dos premios a actores negros (de los cuales uno es musulmán), al documental OJ. Made in América (donde el racismo es un tema central) y a la película iraní El viajante. Pero lo más fuerte es ese sorpresivo desenlace: Moonlight le arrebató (literalmente) las estatuillas a La La Land. Las piezas blancas que festejaban su triunfo en el escenario fueron comidas por las negras, para regocijo de muchos y horror de tantos otros.
En cuanto a los productores de La La Land, no deberían amargarse tanto, la viralización del episodio les dio una visibilidad inesperada. Y de hecho pasarán a la historia por ser los primeros y únicos en haber recibido un Oscar… y luego perderlo.
De entre los ríos de tinta que suscitó el episodio me quedo con la reflexión que la brillante crítica de cine neerlandesa Dana Linssen publicó en su muro de Facebook, a pocas horas de lo sucedido: “Estoy muy feliz por el Oscar a Moonlight. Y tan feliz de que sea real. Pero por un segundo pensé que lo que sucedía era real también, y me refiero a realmente real, no a una falsa realidad alternativa que ocurre más allá de la realidad, sino a la realidad de un mundo carente de sentido pero igualmente hermoso. Warren Beatty y Faye Dunaway anunciando como mejor película a La La Land y entonces el productor Jordan Horowitz y las personas de Price Waterhouse Coopers anunciando como mejor película a Moonlight, y entonces pasan a ser dos las mejores películas. Estoy bastante segura de que en todo el caos y la confusión escuché a alguien decir: ‘Vamos a dar un Oscar a todos’. ¿Y qué si eso también hubiera pasado? No como un error o como una broma, o alguna forma de ironía superior, sino como algo que simplemente sucedió y todo el mundo improvisó y siguió de largo y fue feliz de que hubiera Oscar para todos. Ahora, lo que me molesta es esto: por supuesto Price Waterhouse Coopers ‘investigará’ y probablemente encontrará a alguien responsable de la culpa y la vergüenza, y lo despedirá. Qué conveniente. Pero la pregunta es: ¿cómo y por qué es tanto lo que está en juego? ¿Ustedes despedirían a alguien que cometió un error como ese? Piensen en eso por un segundo: podríamos vivir en un mundo en el que a veces sí sucederían cosas tontas, y de las que luego podríamos reírnos. Juntos”.