Últimamente aparecen coincidencias o, digamos, concurrencias, al menos curiosas. En una reciente nota dedicada a las obras de Jane Austen llevadas al cine, me saltó que el apellido Bennet, del actor que encarna a un personaje irresistiblemente bobo en Amor y amistad, fuera el mismo de una de las heroínas más lúcidas (y famosas) creadas por Austen, la Lizzie Bennet, de Orgullo y prejuicio.
Y ahora apareció otra perla. En un artículo del 11 de marzo en El País de Madrid, Jan Martínez Ahrens desenterró una vieja y muy útil amistad del presidente de Estados Unidos. Citando a Marc Fisher, editor de The Washington Post y coautor de la biografía Trump, al descubierto, escribe: “Cohn fue su gran mentor, el hombre que le enseñó a golpear”. ¿Y quién es Cohn? Cohn, cuyo nombre de pila es Roy Marcus, fue un abogado, mano derecha del senador Joseph McCarthy, que orquestó la caza de brujas más espectacular de la historia estadounidense en los años cincuenta del siglo XX, famoso sobre todo por su ensañamiento con la colonia hollywoodense, donde se cobró innumerables víctimas entre directores, actores y guionistas. Como Dios los cría y ellos se juntan, Cohn se ganó la admiración y confianza de McCarthy gracias al papel que le cupo como fiscal en la causa contra Ethel y Julius Rosenberg, que acusados de espionaje a favor de la Urss terminarían ejecutados. En 1973 –bastante después del alcohólico y olvidado fin de McCarthy– Cohn tenía 46 años, era un homosexual que públicamente insultaba a los homosexuales, defendía a clientes “dudosos”, entre ellos miembros de la mafia, y Trump era un entusiasta de 27, que recurrió al primero para consultarlo sobre un caso que desvelaba a su familia: dueños de 14 mil departamentos en Brooklyn, los Trump eran investigados por el gobierno federal por negarse a alquilar a los negros. Según el artículo, lo que Cohn aconsejó al joven Trump fue contraatacar en los medios. Guiado por su mentor, convocó a una conferencia de prensa en la que acusó al Departamento de Justicia de haber armado un caso contra él, exigió una millonaria reparación, y logró un acuerdo. “A partir de entonces, el abogado devino en el maestro de Trump. Casi un segundo padre que moldeó su carácter y le enseñó a ‘golpear, golpear y golpear’.” Además, “le sentó a la mesa de los grandes políticos, le representó en los casos más espinosos, y le aconsejó en detalles tan íntimos como el acuerdo prenupcial con la modelo Ivana Zelnickova”. “Roy era brutal, pero era un tipo muy leal”, diría un agradecido Donald Trump en 2005.
Cohn murió de sida en 1986, a los 59 años. En 1992, Frank Pierson dirigió la producción de Hbo Ciudadano Cohn, en la que James Woods interpretaba a Cohn y Joe Don Baker, al senador McCarthy. La película sólo pudo verse en video –al menos, por quienes los obtenían en el video de Cinemateca uruguaya y en Video Imagen–, una pena para quienes se la perdieron porque se trataba de un brillante ejercicio de recreación de tiempos especialmente difíciles y de un personaje de satánicas contradicciones, que James Woods interpreta con un brío excepcional.
Corte y cambio. La semana pasada, el presidente Trump, acosado por el “escándalo ruso” –su consejero de Seguridad Nacional Michael Flynn perdió su puesto al descubrirse encuentros con el embajador de Putin, ahora se descubrió que el fiscal general Jeff Sessions ocultó sus reuniones con el mismo embajador–, dijo ser “víctima del macartismo”, y acusó a Obama de grabarle conversaciones telefónicas. Escribe el periodista de El País de Madrid: “(…) muchos creyeron ver en la Casa Blanca al fantasma de Cohn. Muy cerca de Trump, aconsejándole al oído: golpea, golpea, golpea”.
Mientras Donald golpea, de fantasmas va la cosa. James Woods, el actor que –brillantemente– se puso en la piel de Cohn en una película ácidamente crítica sobre Cohn y sus circunstancias, armó ahora uno de esos bochinches de redes y repiques mediáticos al defender en Twitter la orden de Trump que prohíbe la entrada a Estados Unidos de ciudadanos de siete países. Lo hizo, además, con un sucio recurso, publicando una foto donde se muestra los cuerpos ensangrentados de víctimas del ataque terrorista de noviembre de 2015 al Bataclán de París. El Cohn del cine reaparece como el Cohn real, apuntalando a su protegido. Como pocas cosas hay más fastidiosas que las publicaciones, reacciones, retiradas y –a veces– disculpas en Twitter, algo sólo soportable por una especie de última generación e inconmensurable paciencia, imposible dar en este breve artículo en qué terminó, si es que terminó, tanta tuitiada. Pero no hay que descartar que el fantasma del abominable Cohn pueda ejecutar una de sus cínicas boutades a través de quien lo encarnó. Otra película, como tantas, que puede, aún no se sabe, terminar mal. ¿O de final abierto? La vida supera a la ficción, no hay caso. Pero la ficción se mete en ella. Y da miedo.