Salvar la fe - Semanario Brecha

Salvar la fe

“Silencio”, de Martin Scorsese, trata de las desventuras padecidas por dos misioneros jesuitas del siglo XVII en Japón, pero sobre todo de la fe, la duda, la desesperación de no recibir respuesta del Dios a quien se está entregando todo.

Un reto para el espectador –es de esa clase de películas que se sufren, no de las que se gozan o al menos consuelan un poco–, y sobre todo un reto para Martin Scorsese. Porque, ¿de qué trata Silencio?1 ¿De las desventuras padecidas por dos misioneros jesuitas del siglo XVII en Japón? Sí, pero sobre todo de cosas mucho más difíciles de escenificar: la fe, la duda, el desgarramiento entre dos maneras de entender la fe, la de-sesperación de no recibir respuesta del Dios a quien se está entregando todo.

Lo anecdótico es la marcha de dos jóvenes jesuitas portugueses, Rodrigues (Andrew Garfield, que tendrá que obtener un papel blasfemo o ateo en un filme próximo o le va a quedar cara de estampita: ver Hasta el último hombre) y Garupe (Adam Driver), que marchan a Japón a predicar el evangelio pero también a tratar de averiguar la verdad sobre su predecesor, el padre Ferreira (Liam Neeson, que abre y cierra soberbiamente el filme), sobre el que se rumorea que cometió apostasía. El trasfondo histórico señala que anteriormente, bajo la acción evangelizadora de san Francisco Javier y otros, Japón había llegado a tener casi 300 mil católicos, número reducido a casi nada ante la implantación, más tarde, de una dura represión que –se verá más adelante– tenía menos que ver con las creencias que con la cautela del país nipón frente a los ávidos imperios colonialistas, Portugal uno de ellos. Llegados tras un tumultuoso viaje por mar a una zona rural, los misioneros encuentran a una pobrísima comunidad que aún conserva el cristianismo, tendrán que afrontar el desconocimiento del idioma, la extrema escasez, la persecución, presenciar el tormento ajeno, la separación, la prisión, y finalmente el encuentro –de Rodrigues– con Ferreira.

Scorsese se basó en un libro de Shūsaku Endō, que publicado en 1966 mereció una versión cinematográfica a cargo de Masahiro Shinoda en 1971. Monaguillo en la infancia y con vocación sacerdotal en su adolescencia, el director neoyorkino no sólo continuó arreglando sus entuertos con la religión con películas como La última tentación de Cristo y Kundun, sino que la culpa y la búsqueda de la redención rondan muchos de sus filmes, desde Calles peligrosas y Taxi Driver a El toro salvaje y Pandillas de Nueva York. Llevar al cine el relato de Endō lo obsesiona desde hace varias décadas, ha dicho en reiteradas entrevistas. En plena madurez y dominio de sus recursos expresivos, Scorsese al fin pudo hacerlo, y con certeza esta Silencio no es la que habría concretado en su juventud. La poderosa fotografía de Rodrigo Prieto logra que todo lo que sucede parezca hacerlo bajo la mirada quieta y atenta de ese mismo esquivo Dios; largas panorámicas que se detienen en las colinas tupidas de follaje, sospechosas de amenazas, el temible mar, la bruma, y la pequeñez humana entre todo eso, conformando un mundo como sin tiempo, mientras la banda sonora aporta apenas los sonidos de lo que se ve o está oculto pero está. De ese universo austero y esencial, la historia pasará a la casa del enemigo, donde Rodrigues será enfrentado al inquisidor (es significativo que le haya dado ese título a la autoridad que identifica y castiga a los cristianos, dado que en ese mismo tiempo, en Europa, la Inquisición, la de la iglesia de Rodrigues, hacía de las suyas). Pero además, el joven cura será enfrentado a la peor de las elecciones: o renegar de su fe, o proclamarla a costa del dolor para otros, infelices y pobrísimos cristianos japoneses que no temen a la muerte porque suponen que los espera el paraíso, pero sí, naturalmente, al horror de la tortura.

¿Y dónde está Dios? Rodrigues –tan joven, tan empecinado, tan atormentado– cree encontrarlo en el reflejo de su propio rostro en el agua, pero en realidad Scorsese lo ha puesto en contacto con él casi desde el comienzo. Está en ese viejo campesino (interpretado por el actor y realizador Shinya Tsukamoto) que se entrega estoicamente al suplicio; está en esos rostros agradecidos y humildes que abrazan una mínima cruz de paja; está hasta en Kichijiro (Yosuke Kubozuka), el pillo-traidor-sobreviviente atormentado por sus culpas y, Judas en varias postas, reincidente en las delaciones y en las expiaciones. A esas versiones de Dios defiende, sin saber que lo hace, el joven cura. Lo ha dicho el propio Scorsese: renegar de la fe para salvar a otros es lo mismo que renegar de la fe para salvar la fe.

 

  1. Estados Unidos/Italia/México/Taiwán, 2016.

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