Tres textos de autor nacional proponen a la platea observar a los personajes en un momento de sus vidas que los empuja a la reflexión sobre lo que han hecho, como punto decisivo con respecto a los pasos a emprender en el futuro.
Sólo una actriz de teatro (Sodre, sala Hugo Balzo), de Gabriel Calderón, dirigida por Levón, trata de una conferencia sobre Margarita Xirgu que Estela Medina debe dar, pero Estela Medina, en la obra, encarna a una compañera que la espera para asistirla en dicha conferencia. Al no llegar la Medina (!), quien la espera comienza a desgranar anécdotas, comentarios y pasajes de distintos textos que, poco a poco, la llevan a transformarse en la figura aguardada, cosa que, por cierto, la “improvisada sustituta” niega. La inesperada situación sirve, por supuesto, para que Medina, única presencia sobre el escenario, demuestre su portentoso oficio, no sólo a través del repaso de las líneas de algunos grandes autores –Lorca, entre ellos, claro– sino también de la gracia y la agilidad con que los mezcla con el recuerdo de las enseñanzas de Margarita –“un actor puede faltar a una representación solamente con certificado de defunción”, opinaba ésta– y los nervios y carreras que la “ausencia” de la conferencista le provoca. La idea, si bien deja de lado poner sobre el tapete ciertas críticas con respecto a la, de todas maneras, indiscutible mentora, sin duda tiene su ingenio y le da pie a Levón para armar un espectáculo diferente, a lo largo de un juego de ficción y realidad en el que se abre camino la magia del teatro con comodidad. No parece adecuado, sin embargo, el pasaje final que el autor utiliza para traer a colación, con forzado ánimo comparativo, a los últimos charrúas, una imagen que en dicho tramo enfría el clima de una propuesta a través de la cual la maravillosa Medina vuelve a demostrar su dominio de la voz, el espacio, los tiempos y la relación con los espectadores. ¡Una reina!
El partido (La Gaviota, sala 2), escrita y dirigida por el inquieto Diego Araújo (responsable de la reciente Los indeseables), propone una reflexión sobre los movimientos de un grupo de adherentes a la doctrina comunista en los difíciles y contradictorios tiempos que corren. Queda por allí en claro el descreimiento de algunos de los integrantes del equipo y el resquebrajamiento de ideales que en un pasado ya lejano impresionaban como indestructibles. El texto introduce una ruptura que lo lleva a los terrenos del teatro dentro del teatro que, más tarde, no se concreta y empuja a que no se redondee lo sostenido poco antes, de forma de arribar a alguna conclusión más explícita. La entrega y la energía del elenco que integran Emi Pérez, Camila Dotta, Ismael Pardo, Iván Swamson y Federico Gallo merecían un derrotero más concreto.
La heladera sueca (Espacio Teatro), de Fernando Butazzoni, con dirección de Álvaro Ahunchain, compara vida y actitudes de dos hermanos en apariencia muy distintos. Uno es un profesor de filosofía que vive en Suecia, a donde el otro, un abogado con aspecto de ejecutivo, acude a visitarlo luego de muchos años sin verlo. El diálogo entre ambos a menudo se corta, hasta llegar a un par de enfrentamientos que, en el fondo, parecen surgir de opciones de vida de gente que no ha sabido comunicarse y cuyas respectivas soledades quizás escondan ciertos puntos en común que Butazzoni, en su primer texto para los escenarios, revela con adecuación cuando llega el momento. Un acertado diseño de personajes y un par de ironías acerca de ciertos argumentos que el ser humano llega a inventar para sentirse más cómodo en la sociedad que lo rodea nutren un desarrollo que Álvaro Armand Ugon y Leonardo Lorenzo, bien apoyados por Ahunchain, llevan adelante con muy lograda credibilidad.