Suele decirse que el cine de géneros es el utilizado por la industria para perpetuarse, aquel que sigue lineamientos comerciales preestablecidos, y que los cumple sin muchas variantes. Pero es notable ver cómo esos géneros (policial, terror, suspenso, comedia) son reinventados desde países sin una industria cinematográfica, con películas que suelen tener mayores libertades en su producción y estar condimentadas con particularidades locales. Así, el cine policial argentino o español suele ser mucho más interesante que el hollywoodense, porque pueden encontrarse allí mayor libertad, y también temáticas y concepciones estéticas diferentes y originales.
Esto sucede en El otro hermano, la rabiosa vuelta al ruedo del director uruguayo radicado en Argentina Adrián Caetano, con uno de los policiales más negros y truculentos de los últimos años, quizá el más sucio y sangriento que haya dado hasta hoy el cine rioplatense (sólo comparable en su tono a la notable La sangre brota (2008, de Pablo Fendrik). Todos los actores están aquí afeados en extremo: Daniel Hendler engordó ocho quilos para su papel, Leonardo Sbaraglia tiene los dientes ennegrecidos por el sarro, Alián Devetac
–joven revelación por su protagónico en La otra orilla, de Celina Murga– tiene labio leporino y un desaliño crónico, el siempre notable Pablo Cedrón presenta una continua renguera y hasta respira con dificultad, Ángela Molina se ve desgarbada y avejentada. La historia agudiza esa idea de “pueblo chico, infierno grande”; basada en la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, se ambienta en un desolador pueblo del Chaco llamado Lapachito. Allí nada es atractivo, tierra yerma para que el abusador de turno haga y deshaga a gusto. Duarte, brillantemente interpretado por Sbaraglia, es un repulsivo ex militar que aprovecha cuanta oportunidad encuentra para robar, saquear, violar impunemente.
Es verdad que el villano está cerca de ser el mal encarnado, pero Sbaraglia transita tan creíblemente el perfil del chanta impune, con su sonrisa a flor de piel, sus nada sutiles métodos de persuasión y convencimiento, sus indisimuladas críticas a todo lo que lo rodea y un resentimiento que sale a luz en escenas clave, que termina convenciendo en su papel. El resto de los personajes presenta también ciertos matices, de modo de escapar eficazmente al más burdo estereotipo.
Duarte perpetúa una serie de secuestros como negocio vital, pero aquí estamos lejos de la profesionalidad y los operativos de inteligencia de los ex militares de El clan; el modus operandi es rústico y soez, y en este sentido el abordaje está mucho más cerca de Fargo: los secuestros no parecen planificados, los perpetradores no se cubren el rostro frente a sus víctimas, la “viveza” deriva en un ridículo despliegue de credulidad.
Luego de sus desafortunadas Francia y Mala, Caetano volvió al cine que hace mejor y a ese estilo tan propio, bruto y crudo, desplegado en sus notables Pizza birra faso, Bolivia, Un oso rojo, Crónica de una fuga y la serie Tumberos. Pero como nunca antes, El otro hermano es un cine cargado de un nihilismo rasante y un pesimismo desolador, y tan magistralmente orquestado que es capaz de mantener a la audiencia al borde de la butaca durante dos horas enteras. Lo que se echa en falta es un marco social más amplio, al menos alguna referencia al entorno o a circunstancias que den pautas para comprender mejor la situación, en vez de atribuirse el “mal” a la sórdida voluntad de un único individuo.