Desde el título: Aquiles o El guerrillero y el asesino, Carlos Fuentes, el intelectual público, el escritor que buscó lo universal en una extensa bibliografía que se compone de diversos géneros, proyecta o superpone la sombra de un personaje homérico sobre la imagen de Carlos Pizarro (1951-1990), comandante del grupo guerrillero colombiano Movimiento 19 de Abril (M-19), asesinado por un joven sicario una vez que se rein-
tegró a la vida civil y cuando se presentaba como candidato presidencial. De alguna forma, la referencia a Aquiles prefigura una lectura desde la lente de lo heroico. Primer riesgo de este proyecto escritural: que la novela devenga panegírico.
Por otro lado, la condición de libro póstumo –Fuentes trabajó en él los últimos 20 años de su vida, negándose a entregar el manuscrito a sus editores mientras el conflicto armado en Colombia no llegara a su fin– introduce una serie de encrucijadas de diversa índole: en cuanto al proceso creativo de la obra, su estructuración definitiva, e, incluso, su calidad literaria. Lo póstumo, en general, ocupa un lugar incómodo dentro del sistema de la obra de un escritor. En este sentido, la edición de Aquiles o El guerrillero y el asesino es acompañada por un extenso y necesario prólogo de Julio Ortega que explica la “poiesis” o el origen de la novela, las diversas avenidas que fue incorporando el manuscrito antes de llegar a las manos del lector, los dilemas en el momento de abordar un tema tan delicado como es el de la violencia en Colombia.
El prólogo apuntala la obra, sus carencias. El de Fuentes es un proyecto inconcluso, con un diseño que osciló a lo largo de años y que Julio Ortega orquesta con miras a la publicación. Y todo esto se nota. Leila Guerriero ha expresado alguna vez que el trabajo de un editor con un texto debe difuminarse y desaparecer, no debe dejar rastros. En este caso es el escritor mexicano el que queda corrido del centro, el montajista editorial oscurece su figura y cobra protagonismo al mover los hilos invisibles del libro. Es inevitable pensar qué hubiera opinado Fuentes, recordado como un obsesivo de la corrección y la reescritura, a propósito de esta apuesta editorial. Un texto que, en su vínculo con la épica a través del título, se presenta por momentos como un discurso hecho de interpolaciones, una construcción en movimiento que deja ver sus enmiendas. La instancia definitiva, la publicación, según explica Silvia Lemus, la viuda del escritor, “coincide ahora con la que parece ser la última negociación entre la guerrilla y el gobierno colombiano: la hora de la verdad, el fin de las cuentas pendientes, el comienzo de la paz”. El libro lleva las marcas del letargo y de la urgencia.
Una vez que se asumen las anómalas circunstancias en las que se publica Aquiles o El guerrillero y el asesino es posible reconocer las dimensiones de la empresa narrativa que se propuso el autor. Al seguir el destino trágico de Pizarro, las tensiones en el seno de su familia, Fuentes aborda, al mismo tiempo, una auténtica genealogía de la violencia en Colombia. El tema es inmenso y, como tal, desborda los canales del libro. Con un estilo poético y una impronta narrativa que maneja múltiples técnicas para contar (saltos temporales y cambios de focalización), el autor deja constancia hasta último momento de sus credenciales como narrador, o, mejor, de su abnegación para escribir. Su ficción es el resultado de un arduo trabajo periodístico. A partir de la lectura de algunas anotaciones que Fuentes llevaba paralelamente a su novela, afirma Julio Ortega en el prólogo: “Aquiles o El guerrillero y el asesino se postula, así, desde sus primeras menciones, como una crónica colombiana y latinoamericana, tan histórica como personal, que a partir del relato de los hechos fidedignos tendrá la función recuperadora de la ficción”.