En un robo a mano armada a una peluquería, dos muchachos amenazan a los presentes y se llevan del local dos anillos y cinco pesos argentinos. Si hubieran atracado un banco, el crimen al menos tendría cierta importancia, y pasarían a Tribunales con una dignidad aquí inexistente. Se trata de un asalto ridículo, sin premeditación, un error que cometieron drogados y al borde de la inconciencia, y que les costará carísimo. Una acción desesperada ejecutada con un arma falsa –ambos acusados insisten en que se trataba de una réplica–; un desliz sin más víctimas que ellos mismos.
Pero la justicia debe tomar medidas ejemplarizantes. Y la forma de castigar a alguien que no tiene nada en el mundo es quitarle su libertad; de paso, condenarlo a un infierno en vida, a una humillación ilimitada. El capítulo de la obra Vigilar y castigar, de Michel Foucault, que da nombre a esta película refiere a la vulnerabilidad de los cuerpos en las sociedades donde las torturas han dejado de ser aplicadas como penas: en su lugar, la pérdida de los derechos básicos es el tormento a experimentar. Esta película demuestra, mediante una historia sencilla, hasta qué punto el sistema es capaz de volcar toda su saña burocrática sobre dos pobres diablos: los cuerpos “dóciles” deben ser maleables; si no son funcionales, si no se transforman y adaptan de acuerdo a una disciplina impuesta, deben ser sometidos a inflexibles castigos.
El abogado penalista Alfredo García Kalb, a quien sus clientes y amigos llaman “Cacho”, dedica su vida a la defensa de quienes se encuentran en los estratos más sumergidos de la sociedad, a los marginados que se debaten a diario entre el crimen y una miseria total. Hiperactivo, campechano, cariñoso con sus hijos y visceralmente volcado a su trabajo, es el pilar fundamental que sustenta este documental, y cabe decir que es un pilar absolutamente cinematográfico. Se trata de un personaje grande como la vida, uno que, abocado a una quijotesca cruzada, intenta cambiar el sistema desde dentro y evitar que la balanza de la justicia se incline siempre hacia el mismo lado.
Tiende a creerse que los documentales prescinden de actores, pero sin embargo García Kalb es de los mejores que ha dado el cine argentino en los últimos años, uno que hace de sí mismo en sus facetas más disímiles: ya sea tocando la batería con su banda, comprando una mascota en la feria, bromeando con amigos y clientes, jugando al Gta con sus hijos, discurseando efusivamente ante el tribunal, reprimiendo su bronca o soportando todo el peso de un veredicto. Su presencia, su físico impetuoso y casi desgarbado representa una figura trágica, fiel reflejo de una humanidad vapuleada.
Al igual que en la brillante película palestina Omar, desde un comienzo se sabe con certeza la culpabilidad de los imputados, y ese es aquí uno de los mayores méritos, ya que se evita la demagogia de mostrar a ambos muchachos como víctimas inocentes. Pero si bien el caso del robo de la peluquería funciona como eje narrativo, es la cotidianidad del abogado la materia prima de la que se nutre esta fascinante película. Los directores Diego Gachassin y Matías Scarvaci logran captar una autenticidad brutal, utilizando notablemente los planos generales y los primeros planos, cambiando alternativamente el foco sobre uno y otro personaje durante las escenas en el tribunal, captando gestos determinantes en momentos clave. Los cuerpos dóciles es una película imprescindible, fiel reflejo de un lugar, de una época y de una temática que trasciende mucho más allá de su tiempo y espacio.