Se juntaron, un buen día, Yamandú Gallo, vocalista de la banda Rouge, y Martín Buscaglia y decidieron grabar un disco solista de Yamandú en un estudio casero, sin utilizar, en lo posible, nada digital.
Yamandú escribió diez de las 11 canciones del disco, y con un criterio arreglístico y de producción absolutamente libre, casi diría lúdico, se lanzaron a grabar en forma analógica en el estudio La Casa del Transformador, que no es otra cosa que la propia casa de Buscaglia.
Si bien intervinieron otros músicos, el disco básicamente lo hicieron entre Yamandú, Martín y Diego Bartaburu, el baterista de No Te Va Gustar.
Todo tiene una atmósfera de juego, de improvisación, y por eso mismo, de sanísima diversión.
Se ve que la pasaron genial haciendo este disco que, me adelanto a decir, es uno de los más interesantes que he escuchado en la música uruguaya en este último par de años.
Para entender el clima en el que se desarrolló este trabajo basta con leer la lista de instrumentos que tocó Martín Buscaglia: bajo, bajo acústico, banjo, coros, guitarra de 12 cuerdas, pero también hacha, pala, qraqueb, stompbox y weissenborn… en fin…, pero atenti, que el propio Yamandú también tocó hacha y pala.
El disco no se parece demasiado a los productos más reconocibles del trío Rouge, como los álbumes Guacha Life o Hermanos y hermanas. La cosa va por otro lado.
Los temas tienen casi todos una base acústica donde se incluyen todos esos insólitos timbres que Martín usa en sus propios discos, lo que marca el rol protagónico que Buscaglia tiene en este trabajo, del que también es productor.
Las canciones están muy buenas: las músicas son cálidas e imaginativas. Los textos son más que interesantes y muestran una cabeza muy abierta y en ebullición.
Se destacan especialmente “Sin lugar para los débiles”, un rock acústico con un órgano que tiene gran protagonismo en la mezcla de audio, lo que le da un color muy especial; “Gusano amigo”; “Paloma negra”, con su segmento inicial con la voz filtrada como si sonara desde un megáfono; “Interpretame vos”; “Tacuarembó”, y “Dámelo”, que es una suerte de negro spiritual, una especie de working song con voces y percusión.
En alguna nota de prensa dedicada al lanzamiento de este disco, Martín Buscaglia lo ha catalogado de “adictivo”, y realmente creo que tiene razón.
Si algo cabe señalarse como un debe de este precioso y original trabajo es el color vocal de quien canta.
Por momentos parece que estuviésemos escuchando un nuevo y desconocido disco de Andrés Calamaro. En este 2007 se cumplen 20 años del Alta suciedad de Calamaro, cuya huella llega innegablemente hasta este Encrucijado de Yamandú Gallo. Tener influencias está bueno y forma parte del juego y de la profesión de ser músico. El propio Calamaro tiene a Dylan como norte creativo. No tiene nada de malo. Salvo cuando es tan pero tan evidente al punto de que uno desea descubrir “la verdadera” voz del cantante de tantas buenas canciones.
Ello no rebaja en modo alguno el gran valor de este disco desprejuiciado y peculiar que se escucha con interés de punta a punta y se recomienda sin reservas.