Semana a semana la cartelera teatral acrecienta el número de títulos que se dan a conocer en diferentes salas. Los textos de autores de aplaudida trayectoria alternan allí con los que firman quienes comenzaron hace poco tiempo, así como con algunas puestas que descansan en la improvisación de sus actores.
Bitch Boxer (El Telón Rojo), de la inglesa Charlotte Josephine, dirigida por Ricardo Beiro, desde el título, con vocabulario despectivo, apunta a resaltar la profesión de boxeadora del personaje que Leticia Sco-ttini, excelente entrenamiento físico mediante, interpreta a lo largo de un intenso unipersonal que la muestra preparándose para el combate y hasta enfrentándose a una contrincante que también parece cobrar forma a través de los movimientos y del relato apasionado, explosivo, angustiado o entusiasta de una protagonista absoluta que transforma a la platea en cómplice de lo que siente con respeto al deporte y a la vida misma. El estupendo texto se las ingenia para asimismo reflejar otras siluetas –el padre de la muchacha, en especial– que le sirven al espectador para comprender a un personaje que, más allá de su inesperado oficio, no deja de ser una mujer como cualquier otra. El ecléctico de-sempeño de Scottini resulta tan veraz como magnífico en una puesta que Beiro conduce con cabal aprovechamiento del tropel de alusiones manejadas por la autora y de un espacio en el cual importan tanto el aporte de las luces de Eduardo Guerrero como el marco sonoro concebido por Alfredo Leirós.
¡Apagá la televisorrr! (Platea Sur), trabajo colectivo de improvisación del grupo Tecomi a propósito de una familia que dialoga mientras contempla la pantalla televisiva, y echa a andar, en clave humorística, el puñado de frases o sugerencias mayormente aportadas por los espectadores poco antes de comenzar la función. El sexteto integrado por Matías Correa, Mercedes e Inés García, Agustín Gil, Rodolfo Pisano y Gina Silva se encarga de desgranar temas que, por cierto, no dejan de aludir a la manera en la cual el citado medio de comunicación (?) utiliza a quienes en él aparecen, y a las ya inefables exageraciones de los noticieros con la ironía del caso. Desde la banda sonora, el actor Pablo Robles aporta su voz experimentada para resaltar ciertos puntos que el equipo, más allá de alguna caída de ritmo y un par de pausas evitables, lleva adelante con atendible agudeza.
Monos con navaja (del Museo), del argentino Luis Sáez, dirigida por Fernando Rodríguez Compare, se interna de lleno en el grotesco para retratar a una madre y sus crecidos mellizos al frente de un negocio en el que irrumpe una pareja a la cual someten a todo tipo de agresiones que, a la larga y a la corta, ponen en evidencia el espíritu violento de los recién llegados. Toda una imagen –exagerada y hasta procaz, de acuerdo a las exigencias del género– de una sociedad donde imperan el destrato y la violencia. El resultado, si bien puede no ser apto para todos los paladares, funciona con el ritmo sin pausas que la dirección les imparte al despiadado desarrollo y al contrastado manejo que Bettina Mondino, Nicolás Tapia y Matías Borgarelli, por un lado, y Vitorino Franco y Thamara Martínez, por el otro, hacen de sus crueles caracterizaciones.
Tío Vania (Circular, sala 1), del ruso Antón Chéjov (1860-1904), con dirección de María Varela, se acerca a las idas y venidas, las reacciones y las actitudes de un núcleo de integrantes de una familia venida a menos que recibe la visita de un cuñado y su esposa en la aristocrática casa de campo que comparten, la cual supo asimismo atravesar tiempos mejores. Gran título de un gran autor, la presente versión abre camino a la gravitación de las controladas composiciones de un apropiado elenco, en el cual se destacan el cambiante Vania de Jorge Bolani, la perspicaz Sonia de Soledad Gilmet, el vocinglero cuñado de Hugo Bardallo, el atribulado Astrov de Claudio Castro, el observador Teleguin de Xabier Lasarte y la respetable María Vasilievna de la reaparecida Alma Claudio, en una puesta que parecería reclamar la calidez de una ambientación –telas, cortinados, alfombras– más fidedigna.
Mujeres en oferta (Agadu), de Federico Roca, dirigida por Lucho Ramírez, hace desfilar a nueve siluetas femeninas, al parecer insertadas en una especie de revista musical, la cual, aparte de los bien calculados desplazamientos coreográficos y la variedad de las canciones que entonan, les permite abrir los correspondientes paréntesis personales para contar los problemas que cada una ha tenido que enfrentar por el mero hecho de haber nacido mujer. La lista, en verdad, incluye agresiones masculinas, desencuentros amorosos y explotación familiar, habida cuenta de las oportunas reacciones de algunas de ellas para sobreponerse a lo que se les venía encima. El texto del siempre interesante Roca, más allá de alguna largueza y un par de chistes locales de tono forzado, reúne un representativo espectro de situaciones que el ojo atento de Ramírez acierta a manejar con aceitado ritmo a lo largo de una propuesta en la cual el elenco en pleno se mantiene a la vista de la platea. El director, también responsable del llamativo vestuario, la coreografía y la iluminación, a pesar de que ni Roca ni la versión justifiquen demasiado el hecho de que Myrna, una de las féminas, sea interpretada por un muchacho, hace rendir a Verónica Horta, Natalia Yoffe, María Alejandra Jaimes, Thamara Martínez, Gabriela Quartino, Alejandra Grossi, Fabiana Sánchez, Gabriela Fumía y a Emilio Gallardo con la destreza del caso, en un trabajo que le demanda a cada participante un calculadísimo desfile de contraescenas llamadas a comentar o colorear lo que sucede en el primer plano que brinda el proscenio.