Aquel domingo de febrero a Andrés le hundieron un pómulo cerca del oído izquierdo. Uno o varios golpes le partieron dos huesos del rostro. Abrazado a su morral había disparado por los médanos, y tras él iban los que lo acusaban de haber sustraído dinero de una de las carpas. Se acercaron, lo insultaron, lo rodearon. Alguien lo alcanzó con el puño a la altura de la cabeza, alguien lo golpeó en el piso, alguien pidió que se detuvieran. Alguien no midió consecuencias.
El Nuevo Partido Comunista (Npc) –grupo político responsable del campamento– describió en un comunicado que el hecho no pasó de un “forcejeo”. En el juzgado uno de los participantes declaró que le propinó un “viaje” poco más que inofensivo. Otro manifestó que no hubo más que “un cortito en la cara”. R G, uno de los acampantes, se explayó: “Andrés me llevaba como diez o quince metros cuando hace un repecho donde había un tronco, él mete la mano en el bolso (…) pensé que iba a sacar un cuchillo, yo me asusté y le tiré una piña, la idea era pegarle en la cara pero al final no alcancé…”. No supo explicar por qué –según contaron otros testigos– le sangraban los nudillos.
Lo cierto es que los testimonios abundan en el sentido contrario. “Fue una golpiza importante”, dijo a la jueza un trabajador del camping. “El muchacho cae y le pegan…le seguían pegando, eran patadas en el suelo.” Otro testigo, participante del campamento, sumó: “Le pegaron por todos lados (…). Después del piñazo de M una mujer grita que no le peguen, y ahí el grupo de gente de diez o doce se va y bajamos todos, y a Andrés la última vez que lo vi intentaba levantarse. Yo estuve mal en no prestarle asistencia, me fui con el grupo. El que dominaba todo ese grupo era M S… (…). Quiero aclarar que F E es bizco, tiene problemas con la vista y le pegó a A por cualquier lado, no en un lado específico”.
Andrés se fue caminando del camping por la calle Camino del Tropero, según el solitario testimonio de una policía que hacía la guardia 222 en el lugar. Nadie más declaró haberlo visto desde entonces. Parte de sus restos –y algunas de sus pertenencias– fueron hallados en junio de este año –tres años después– en un terreno lindero al camping. Los estudios forenses indicaron que la fecha aproximada del deceso coincide con la del campamento. Esta semana la sede judicial a cargo de la jueza María Noel Odriozola comenzó a establecer responsabilidades.
A pesar de haber identificado a varios de los participantes de la golpiza, por el momento Odriozola decidió hacer lugar al pedido de procesamiento con prisión de la fiscal Stella Llorente contra dos integrantes del Npc: Marcelo Sánchez –su principal referente– y R G, el “cocinero”. Los cargos fueron “lesiones graves” y “violencia privada”, respectivamente. Lo hizo con base en los testimonios sobre el hecho y las conclusiones de los estudios forenses; los cuales, sin embargo, no fueron determinantes en cuanto a las causas de la muerte. Por otra parte se procesó también a J B y M S T por un delito de falso testimonio, luego de que ambos se desdijeran de sus anteriores declaraciones en las que afirmaban haber visto al joven con vida meses después del campamento.
INSOSPECHADO. El dictamen fiscal y el auto de procesamiento dejaron entrever un elemento del caso que hasta el momento no se había manejado públicamente. Así lo expone uno de los documentos: “Según el relevamiento de Policía Científica que concurrió al lugar del hallazgo, se ubicó en el pino (al pie del cual yacían los restos), atada de una rama, una correa concordante con el material de la correa del morral ubicado también en el lugar, el cual se identificó como de pertenencia de la víctima, a una altura de 2,70 metros del piso, con un nudo fijo en uno de los extremos y en el otro tipo lazo”. Según la fiscal, no pudo determinarse científicamente que Andrés haya muerto producto de la golpiza. El hallazgo de la cuerda, según Llorente, “pudiera hacer pensar en un acto suicida; extremos que tampoco pueden ser demostrados científicamente y sólo surgen indicios de su ocurrencia”.
Teniendo en cuenta las pruebas existentes, la escena del suicidio requeriría (en principio) que luego de la golpiza Andrés hubiera caminado más de tres cuadras por Camino del Tropero con el malar fracturado, se internara cien metros perpendicularmente hacia la izquierda en el terreno vecino –entre las malezas que rebasan la altura media de una persona, indiferente a los animales del lugar y las miradas de los posibles testigos–; ubicara el pino entre el matorral, y trepara más de dos metros y medio para enlazar la correa del morral que sostendría el peso de su cuerpo.
En conversación con Brecha, la jueza Odriozola aclaró que la investigación continuará buscando más responsabilidades en el caso. Sobre la hipótesis del suicidio, comentó que no se encontró ninguna prueba. “Cuando vi eso mandé hacer estudios –dijo–, porque era demasiado elocuente la escena. Mandé periciar la cuerda, porque en el caso de un suicidio hubieran quedado rastros de piel. El laboratorio no pudo encontrar nada. No surgió ningún indicio biológico. En los restos tampoco. Además no se encontró todo el cuerpo, faltan partes. Mucho más no se puede hacer. Para mí eso va a quedar en la duda”, conjeturó.