La céntrica sala de La Gringa, además de sus propios espectáculos, como es el caso del primero aquí comentado, ofrece puestas de elencos visitantes. En la presente ocasión, tres títulos en cartel en esa sala giran en torno a personajes que no siempre encuentran en los demás las respuestas o el acuerdo que buscan.
El loco y la camisa, del argentino Nelson Valente, dirigida por Virginia Marchetti, propone que el loco en cuestión sea el hijo veinteañero de una familia de clase media, un muchacho que, aparte de alguna rareza de tono menor, tiene la capacidad de ver detalles que los otros no advierten, como una mancha de rouge en la prenda mencionada en el título. Es capaz además de descubrir a qué obedecen, y luego de decir la verdad, por más enfrentamientos que ésta pueda provocar. Queda entonces claro que buena parte de sus “locuras” no son otra cosa que la expresión de algo que está sucediendo y podría llegar a ocasionar discusiones y peleas bajo el techo que aloja al susodicho, sus padres y su hermana, que acaba de presentarles a un festejante que quizás se la lleve de allí. El planteamiento inicial de corte naturalista que hace Valente se transforma entonces poco a poco en una asordinada alegoría acerca de lo que puede suceder cuando alguien se atreve a expresar lo que a nadie, cualesquiera fuesen los motivos –discreción e hipocresía incluidas– se le ocurriría señalar, un asunto que Marchetti pone en escena con los tonos extrañamente cotidianos que el autor parece reclamar. Un par de toques de humor tiñen ciertas secuencias hasta la llegada de una culminación que alerta al espectador en cuanto a los extremos de simulación que el ser humano es capaz de manejar cuando le conviene. El afinado elenco, integrado por Martha Vidal, Álvaro Correa, Melina Gorzy, Gastón Torello y Matías Vespa en el papel del “loco”, responde a la propuesta con la verosimilitud del caso.
Pintos, de Juan Manuel López, Joaquín de León, Ignacio Salgado y Mathías Iguini, del grupo Sevendenporseparado, equipo que interpreta y dirige este trabajo sobre cuatro peculiares sujetos que, desde su oficina, charlan, intercambian información y le imparten pareceres y sugerencias a un quinto personaje –el Pintos del título– que el espectador nunca llega a ver. La idas y venidas de unos y otros, aunque parecen lindar con los terrenos del absurdo, no hacen otra cosa que revelarle a la platea algunos extremos discutibles de la comunicación con los de fuera, así como la constatación de cuántas veces perdemos el tiempo en establecer contacto con gente muy distante sin darnos cuenta de que dejamos de reparar en alguien frente a nosotros. La labor de López, De León, Salgado e Iguini, pese a que el punto de partida encerraba más posibilidades de merecida concreción, consigue interesar y hacer pensar. La puesta resultó ganadora de la Muestra de Teatro Joven del año pasado, distinción que le vale ahora integrar la programación de una sala tradicional que brinda al cuarteto la oportunidad de darse a conocer ante otro tipo de público. Es probable que los muchachos de Sevendenporseparado aparezcan pronto con algún nuevo trabajo. Y han de ser más de cuatro.
Si esta boca hablara, de Mario Erramuspe, dirigida por Edgardo Karval para el grupo Monteamérica, pone sobre el tapete los desentendimientos de una pareja –Isabel Flores y Juan Manuel– que intenta ponerse de acuerdo para un trato de tipo comercial, situación que pone en evidencia no sólo sus diferencias sino también las artimañas que uno y otra intentan para lograr disfrutar de la mejor parte del trato. Si bien el pasado de ambos como pareja sale por momentos a relucir, resulta harto evidente que, en la instancia actual, lo único que a cada uno le importa es salir mejor beneficiado, ya que lo que pasó antes se acabó. Un remate final algo abrupto para un texto en el cual Erramuspe daba la impresión de querer incluir algún nuevo encontronazo de las partes en juego no impide reconocer una sabrosa definición de personajes que el espectador va conociendo a medida que el dúo se enfrenta. Habida cuenta de la algo precipitada conclusión, Kerval mueve el asunto con una bienvenida agilidad que colorea el tono irónico propuesto por el autor y que llevan adelante con eficacia Isabel Flores, como la explosiva mujer de negocios que alguna vez tuvo su corazoncito, y Juan Manuel, en el papel de su socio o antagonista en ciernes.