La cigüeña pecaminosa contrataca - Semanario Brecha

La cigüeña pecaminosa contrataca

Consideraciones sobre la “Propuesta didáctica para la educación sexual en la Educación Inicial y Primaria”.

La inclusión de la educación sexual en el sistema educativo ha sido discutida y resistida desde 1945 por las visiones más conservadoras y por algunas colectividades confesionales que, con argumentos falaces y dogmáticos, se oponen a que la sexualidad sea considerada en la educación formal.

Por ello este artículo pretende analizar la “Propuesta didáctica para el abordaje de la educación sexual en Educación Inicial y Primaria” (en adelante: el documento), del Consejo de Educación Inicial y Primaria (Ceip) desde el punto de vista pedagógico-didáctico y demostrar su pertinencia, relevancia y ajuste al estado actual de la cuestión.

Con el título “La cigüeña pecaminosa”, el maestro Julio Castro publicó en Marcha el 31 de mayo de 1957 un artículo que fundamentaba pedagógicamente la inclusión en la educación formal del estudio de “la reproducción”, cuestión que ya había planteado en 1932 a través de dos publicaciones en el diario Acción. Intervino así en un debate desatado en el Senado en torno a la inclusión de la educación sexual en el nuevo programa de enseñanza primaria que se estaba elaborando. Hace 60 años proponía “quitarle la franja verde” a la educación sexual, tomar el fenómeno natural como objeto de estudio con un enfoque científico, serio y mesurado, depurado de “malicia y doble sentido”. En dicho artículo expresó Castro: “Es un disparate creer que el conocimiento o el contacto con el hecho de la reproducción –se explique, se observe, o se estudie experimentalmente– tenga una carga potencial de sexualidad o de excitación. Esa carga y esa intención, cuando existen, se la ponemos los grandes; no los niños. En ellos los problemas de orden sexual no cuentan o tienen un valor muy secundario hasta la aparición de la pubertad. Cuando las madres cambian la posición de las manos de sus hijos dormidos –si las tienen posadas sobre sus órganos sexuales– están atribuyéndoles a ellos los móviles y sensaciones propios de los grandes en situación similar”.

Hoy sabemos que la sexualidad se construye y se expresa durante toda la vida, pero Castro señala, de acuerdo al estado de la ciencia en ese momento histórico, la carga que los adultos le ponemos a las inquietudes de los niños: “La actitud del adulto frente a la aparición de las preocupaciones de orden sexual debe ser medida y discreta. Esa aparición llega a su hora porque tiene su origen en imperativos de orden biológico. Cuando el muchacho siente sus primeras inquietudes comprende enseguida que ellas lo impulsan a transgresiones que son consideradas como pecaminosas e inconfesables. Cuanto más cerrado es el formalismo del medio en que vive, más tensa será la situación que se le crea.

En el adolescente, y aun en el niño en la última etapa de su vida escolar, las tensiones y curiosidades que nacen de la aparición de la sexualidad no encuentran –es lo general– la vía franca de la explicación y de la confidencia. Los padres huyen ante las escabrosidades del problema; los hijos se reprimen al no encontrar la franqueza y claridad que necesitan. Se produce –es lo corriente– una zona de silencio en la diaria comunicación de padres a hijos”.

SIN MIEDO. En la experiencia desarrollada como docente tanto con niños como con futuros docentes hemos comprobado que la institución educativa, al incorporar la educación sexual, abre una puerta para acceder a la información científicamente validada y éticamente orientada; que con una metodología adecuada los estudiantes se sienten “con permiso para preguntar” y expresar sus inquietudes, que el trabajo grupal y el respeto a los ritmos de cada persona, en alianza con la familia, permiten a niños y jóvenes abordar esta temática sin dramatismos, sin tabúes ni prejuicios.

A lo largo de todo el documento estos aspectos están contemplados y se pone énfasis en otras dos cuestiones fundamentales: la labor profesional de los docentes en cuanto a la aplicabilidad de los recursos propuestos de acuerdo a la edad y características de su grupo, y el fortalecimiento de los factores protectores de niños, niñas y adolescentes. A modo de ejemplo citamos, para los que no han tenido oportunidad de leer el texto completo y para los que, intencionalmente o no, se manejan con frases sacadas de contexto.

Respecto de la labor profesional de los docentes: “es importante tener claros los diferentes sentimientos que el abordaje de la educación sexual generan en cada una y cada uno, tomando en cuenta la historia vital, los prejuicios, temores y valoraciones que se movilizan en torno a la sexualidad. Para ello es fundamental que cada docente revise y analice estos elementos a la luz de su práctica profesional” (página 45).

Respecto del fortalecimiento de los factores de protección de la infancia: “Hay contactos físicos, como las cosquillas, los besos o los abrazos, que a veces nos gustan y otras, no. Siempre tenemos derecho a decir sí o no” (página 71).

“La educación sexual:

  • Es un derecho que tienen los niños, niñas y adolescentes.
  • Implica ofrecer un espacio de reflexión en el aula integrando intencionalmente la afectividad, los sentimientos.
  • Es poner en palabras los sentimientos, lo que me molesta y lo que agrada. Incorporar las nociones de intimidad, privacidad, respeto, autoestima, autocuidado y mutuo cuidado.
  • Supone aportar información científicamente validada.
  • Apuesta a fortalecer los factores protectores de niños, niñas y adolescentes” (página 21).

 

Los detractores del documento argumentan que al incluir la educación sexual en el sistema formal se está invadiendo un campo que es privativo de la familia. Esta afirmación parece llevarnos a los debates del siglo XIX, y queda descalificada por las recomendaciones contenidas en el “Prólogo”: “La educación sexual que asume la escuela conlleva la valiosa e imprescindible inclusión de las familias y la comunidad, para lograr un trabajo mancomunado que permita a todas las personas adultas involucradas asumir las responsabilidades que a cada quien competen” (página 4).

Con base en esta afirmación que recorre e ilumina todo el documento se incluye todo un capítulo dedicado al trabajo con las familias (páginas 35 a 43); en él se señala la necesidad de compartir con la familia el conocimiento científico en su estado actual y la necesidad de generar una relación de ayuda, ya que “Las familias en reiteradas ocasiones manifiestan no saber cómo abordar con sus hijos e hijas la educación sexual e integrarla como una dimensión de la vida. En ese sentido, la escuela debe brindar herramientas concretas para su abordaje, así como para responder a las inquietudes de los niños, niñas y adolescentes” (página 38)

También ocurre reiteradamente que la falta de respuesta oportuna de la familia ha obturado la capacidad de preguntar por parte de los niños y niñas; luego los padres se asombran de las preguntas que los educandos hacen en clase.

La idea de reservar la educación sexual al ámbito familiar nos retrotrae a la época en que Varela planteaba la coeducación obligatoria y había padres que sostenían que ellos educarían a sus hijos e hijas en su casa ya que su derecho como padres estaba por encima del derecho a la educación de niñas y niños.

Varela fundamentó la intervención estatal en lo relativo a la educación en el “Capítulo IX” de La educación del pueblo. Exponía allí con claridad el alcance del derecho a la educación: “Es, seguramente, al padre o al tutor que pertenece el proteger el ejercicio de ese derecho del niño; pero, bajo este aspecto, el Estado tiene, igualmente, una tutela que ejercer. Debe velar para que los padres no desconozcan sus obligaciones; debe ayudarlos, y si es necesario obligarlos a hacer lo que exige el bienestar futuro de sus hijos. Éstos no están en estado de protegerse a sí mismos contra los resultados de la imprevisión, de la mala voluntad, o de la ceguedad de sus padres. ¿Dónde irían a refugiarse, si el Estado no les tendiese una mano protectora?” (página 85).

Pero además es necesario señalar que la argumentación planteada por quienes quieren reservar la educación sexual estrictamente al ámbito familiar adolece de dos errores:

El primero es ignorar que, por acción o por omisión, la escuela y la familia realizan permanentemente educación sexual. La omisión, el mero hecho de no tratar un tema que está prohibido o mutilado del programa, trasmite una valoración que el niño percibe claramente: algún problema tiene ese asunto que no debe tratarse en la escuela y que su maestro no puede abordar.

Decía Julio Castro en “La cigüeña pecaminosa”: “Cada vez más en el niño se va afirmando el concepto de que todo lo referente a su despertar sexual pertenece al mundo de las cosas inconfesables. Se refugia, como es lógico, en sí mismo, o resuelve sus tensiones internas en el extenso campo que le ofrecen las relaciones ilícitas y también inconfesables: conversaciones con los compañeros o con otras personas no tan moralizadoras como los padres, lecturas de dudosa intención, etcétera”.

El segundo error es suponer que la moral es un conjunto de valores rígidos a trasmitir desde la familia en forma mecánica de una generación a otra, sin considerar que la ética es un campo en continua evolución que se relaciona dialécticamente con los avances de la ciencia, y que los medios de difusión y la interacción social condicionan la construcción de la escala de valores de cada persona. La familia y la escuela tienen una tarea fundamental que es la de garantizar el derecho a la educación, en particular el derecho a la educación sexual, al aportar las herramientas para juzgar críticamente los mensajes recibidos y promover el respeto del cuerpo, la privacidad y los sentimientos de cada persona. Todo esto está sobradamente planteado a lo largo del documento.

El ejercicio del derecho a la educación supone no sólo la asistencia a los centros de educación formal sino que el desarrollo curricular que allí se realiza apunte al desarrollo integral, armónico y vivencial de las personas. No se respeta ese derecho si la información es incompleta o carente de rigor científico, no se respeta si no adecuamos los contenidos y su abordaje a la edad, a la sensibilidad y características del alumnado. Al respecto, el documento que analizamos insiste recurrentemente en esos cuidados y precauciones, exhorta a los maestros a una praxis pedagógica consciente, sostenida y profesional. Los materiales contenidos en la “Parte II” bajo el título “Propuestas para integrar la educación sexual en el aula”, tienen una recomendación que es clave para comprender el uso que ha de hacerse de las actividades propuestas: “Se trata de ejemplos disparadores para que cada docente identifique si le son de utilidad y pueda adaptar, complementar o transformar.

Son propuestas participativas que promueven recuperar y trabajar a partir de los saberes, dudas e inquietudes de los grupos. Las mismas no sustituyen el abordaje cotidiano de la temática en el aula” (página 44).

Los ejercicios propuestos, a ser adaptados por el docente de acuerdo a su grupo, retoman prácticas habituales, muchas de ellas de experimentación y exploración, que sólo una mente adulta (con características especiales) puede ver cargadas de erotismo o procacidad.

La educación sexual es un derecho de todos y todas declarado en el ámbito internacional y nacional en numerosos documentos, pero no puede ser una educación vacía, carente de contenidos o desvirtuada, debe ser integral y transversal, vivencial y fundada en la evidencia científica para permitir a los educandos desarrollarse como persona en relación con los otros.

Otro asunto que aparece en las críticas de diversos actores tiene que ver con la “perspectiva de género” presente en el documento; llama la atención que en un país donde las desigualdades que sufren las mujeres en lo laboral, en lo profesional y en la vida cotidiana son palpables, en un país donde siguen muriendo mujeres a manos de sus parejas o ex parejas se pretenda ignorar que algo anda mal y que hay que corregirlo.

La historia de las conquistas de los derechos civiles y económicos de las mujeres en Uruguay muestra cómo aún hoy hay un largo trecho por recorrer, basta con fijarse cuándo la mujer pudo acceder a la Universidad, cuándo pudo votar y, hoy día, cuánto gana una mujer y cuánto un hombre por el mismo trabajo, cuántas legisladoras hay a pesar de las cuotas.

Quienes cuestionan la atención y el empeño que se pone desde el Estado para terminar con la injusta desigualdad que sufren las mujeres en nuestra sociedad tienen una “ideología de género”, que se oculta tras la idea de que todo siga igual.

La escuela debe intervenir para promover el análisis crítico de esas desigualdades, de las injusticias, de los estereotipos, de la imagen de mujer y de hombre que se trasmite por los medios, de los modelos y roles familiares hegemónicos, en fin todo aquello que se ha naturalizado pero que encierra una flagrante injusticia y que violenta los derechos de las personas.

EN CONCLUSIÓN. Una vez más vemos cómo, desde una visión conservadora y dogmática, se pretende cuestionar una herramienta para el trabajo docente profesional y responsable que responde a los desafíos de la sociedad actual.

Una vez más aparecen los fantasmas “de la moral y las buenas costumbres” obturando el avance social y científico que procura el bienestar y la salud.

Una vez más, so pretexto del derecho de las familias, se quiere impedir que los niños reflexionen y experimenten con su cuerpo, de acuerdo a su edad e intereses, para reconocer sus sentimientos y sensaciones con el fin de identificar cuándo están siendo objeto de manipulación y/o de violencia.

Una vez más con titulares, consignas y frases sacadas de contexto se quiere escamotear el derecho de los niños a una educación integral, que promueva el respeto y la convivencia armónica, que reconozca y acepte la diversidad como virtud.

Una vez más se ignora que la sexualidad es un fenómeno específicamente humano que por acción u omisión se conforma en la interacción social, y que la actividad intencional con objetivos definidos por el sistema educativo es un componente más para garantizar el derecho a la educación.

Julio Arredondo Larrosa es maestro, director de escuela. Ex director e inspector de institutos de formación en educación. Profesor de pedagogía egresado del Ipa. Egresado del Curso de Sexología y Educación Sexual de Sessex.

 

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