Las primeras composiciones maduras de Reich, presentadas a partir de 1965, se ubicaban en un punto ideal para ponerlo en el centro de la atención. Por un lado, su estética (debidamente respaldada en paratextos donde analizaba sus obras y defendía sus posiciones) se encuadraba, en forma nominal, en las grandes premisas de la música contemporánea entonces dominante: no recurría a la tonalidad clásica, no se articulaba de manera discursiva, no era temática, no usaba nada parecido a formas clásicas, y se basaba en procesos impersonales (el compositor generaba un artefacto dinámico y la música consistía simplemente en ese proceso inflexible, sin intervención de decisiones subjetivas más que en la idea originaria). Al mismo tiempo, radicalizaba hacia una extrema sencillez y repetitividad el rescate de la pulsación –que daba a sus obras un dejo obsesivo pero también “swinguero”– y, cuando su música usaba notas (y no ruidos), una preferencia por el diatonismo, aunque sin jamás caer en progresiones clásicas. Estas características establecían un vínculo con otros elementos culturales del momento: la música beat, la fascinación con lo africano, el movimiento minimalista en las artes visuales.
En los primeros años Reich fue rechazado y excluido por los grandes nombres de la música contemporánea y las instituciones en que ésta funcionaba. Su respuesta fue pragmática: armó un grupo con amigos instrumentistas, empezó a componer específicamente para esos amigos, y buscó sus propios espacios para mostrar sus cosas: galerías de arte, campus universitarios. A mediados de los setenta sus presentaciones ya eran todo un evento en los círculos más “ambientados” de la cultura neoyorquina. Su difusión se multiplicó cuando fue contratado por el sello alemán Emc (especializado en jazz, pero que ganaría a partir de entonces un rol importante en nuevas tendencias de la música erudita contemporánea). Por esa época la música de Reich pasó a ser mucho más flexible y comunicativa que antes. Avanzada la década del 80 desarticuló su grupo y pasó a vivir de composiciones para distintas formaciones y medios, y de derechos de autor de obras suyas que empezaron a ser interpretadas por varios conjuntos.
El repertorio del concierto del martes incluye “Piano Phase” (1966), representativa de su primera etapa. Los dos pianistas tocan repetidamente un patrón sencillo y ágil de 12 notas durante varios minutos. Mientras uno de los pianistas se mantiene totalmente estable, el otro acelera el ritmo hasta que su primera nota coincida con la 12ª de su colega. Deja un tiempo para que el público y los propios músicos disfruten de los efectos inesperados y gozosos de esa nueva situación, y luego acelera de vuelta hasta que su primera nota coincida con la 11ª de su colega. Y así en delante hasta regresar al unísono. Obsesiva, monótona, y al mismo tiempo hipnótica, generadora de un estado de compenetración con el sonido en sí, con el placer de la sonoridad y de la llevada rítmica, la obra será presentada en su instrumentación alternativa para dos marimbas, y acompañada de danza.
“Drumming” (1971) fue la primera de las obras extensas de Reich, y el primer éxito con su grupo Steve Reich and Musicians. Con mucha influencia de música africana, usa procesos pero en forma menos estricta que en “Piano Phase”. Tocarán únicamente el tercer movimiento, excepcional dentro de la pieza: con su instrumentación para tres glockenspiel, silbido y pícolo debe de estar entre la música más etérea y feérica que haya hecho Reich.
“Nagoya Guitars” (1996) es el arreglo para guitarras eléctricas de “Nagoya Marimbas” (1994). Es un terreno muy cercano a la música popular: ritmos funky, notas blue en la armonía, y mucho menor preocupación con la justificación abstracta de la estructura, que parece concebida más bien en función de lo sensible y gozoso: ideas llevaderas, variedad dentro de la coherencia, generación de puntos de inflexión y de un final “para aplaudir”.
“Dance Patterns” (2002) radicaliza en ese sentido: es plenamente compuesta (no se basa en patrones repetitivos), aunque el estilo exterior es el de siempre: pulsátil, gozoso, más rítmico-armónico que melódico. Está concebida para una variante de la sonoridad más característica del compositor: la combinación de instrumentos de percusión afinados, similares pero distintos. En este caso son dos pianos, dos vibráfonos y dos xilófonos. Estas dos últimas obras se van a tocar por primera vez en Uruguay.