Pero el mundo no es mi muro de Facebook. El algoritmo funciona creando microclimas, ecosistemas donde se nos da de comer lo que ansiamos, donde se reafirman nuestras convicciones, donde nos indignamos juntos. Hablamos entre nosotros. Para que haya un nosotros, debe haber un ellos. Pero, en este caso, ¿quiénes son ellos? ¿El gobierno argentino que encubrió? ¿Los medios de comunicación hegemónicos? ¿Cierta sociedad civil que mira con desdén, con desconfianza, incluso con odio, el reclamo por un desaparecido político en democracia?
Focus group. A Santiago, que tiene (¿cómo se conjugan los tiempos verbales de un desaparecido? Perdón que haga tantas preguntas pero acá va una más: ¿Dónde está Santiago Maldonado?) 28 años, que es vegetariano, que se declara antisistema desde adolescente, que acompaña causas sociales y quien hasta su desaparición hacía tatuajes para viajar por América Latina, lo vieron por última vez el 1 de agosto en el departamento de Cushamen, en Chubut, cuando participaba de un reclamo de tierras de la comunidad mapuche. Ese día Gendarmería avanzó, reprimió y empezó a los tiros. Todos escaparon hacia el río como siempre. Santiago no llegó a cruzar: le tenía miedo al agua.
Ya pasaron 38 días. Cuando los medios aliados al gobierno –que son la mayoría– decidieron hablar sobre Santiago Maldonado, lo hicieron embarrando la cancha. Pistas falsas, operaciones diarias, estigmatización de la comunidad mapuche, periodistas diciendo a cámara con impunidad que los insurgentes están financiados por los ingleses, que fueron entrenados por los kurdos. Panelistas apuntando a los ojos de televidentes diciendo que Santiago era militante de La Cámpora, o primo de un militante de La Cámpora. Un hippie drogón. Santiago es un anarquista que en realidad no está desaparecido, sino que se escapó a Chile. El periodismo militante arremetió contra Santiago pero ahora, gracias a un estudio de focus group, el gobierno decidió que había que soltarle del todo la correa al tema y ordenó que se hablara permanentemente del “caso” Santiago Maldonado. Más de 250 mil personas en la calle sólo en Buenos Aires y muchos medios del mundo mirando y titulando con la palabra “Argentina” y “desaparecido” ponen en alerta a cualquiera.
Cállense, paredes. El sábado 2 de septiembre, día después de la segunda y multitudinaria marcha por Santiago Maldonado, amanecimos distorsionados. La movilización fue gigante y conmovedora. Hubo mucha presencia de jóvenes, de familias con niños chicos, la mayoría gente suelta, sin bandera partidaria ni de organizaciones. Pero cuando nos despertamos, los diarios locales como Clarín y La Nación hablaban de otra cosa. No daban cuenta, como sí lo hicieron desde El Comercio de Perú hasta The Guardian, sobre la masividad de la convocatoria y del reclamo legítimo a un gobierno. Hablaban de “disturbios” y de paredes pintadas. Es el modus operandi de los últimos tiempos, que comenzó a verse en la última marcha de Ni Una Menos. La policía mete infiltrados en las marchas, esos infiltrados prenden fuego algo, se suma alguno más y la policía sale a cazar con una ferocidad de guerra. El saldo de esta vez fueron 30 personas detenidas e incomunicadas durante un fin de semana, entre ellas fotógrafos, y varios trabajadores de prensa lastimados. A diferencia de las marchas contra la violencia machista, que también terminaron en cacería, esta vez se difundieron muchos videos. Hay pruebas, tantas pruebas que la policía de Buenos Aires tuvo que abrir un sumario interno. Respecto a las paredes, la noticia que circuló con más fuerza posmarcha fue la del costo de la pintura para devolverle su blancura al Cabildo. Es más, ese mismo sábado, mientras en mi muro de Facebook veía fotos y videos de la movilización, leía testimonios emocionados de quienes fueron y todos seguíamos repitiendo la pregunta: “¿Dónde está Santiago Maldonado?”, el jefe de gobierno de la ciudad, Rodríguez Larreta, hablaba de otros muros y convocaba a los vecinos de Buenos Aires a inmolarse por la ciudad ayudando a pintar el Cabildo que estaba lleno de grafitis. Voluntariado. Donar nuestro tiempo por el bienestar de todos. Menos el de Santiago Maldonado, claro, que está desaparecido y ni siquiera era porteño.
GRIETA, ETCÉTERA. Cambiemos es muy bueno haciendo campañas e instalando ideas. En realidad no hace falta instalarlas, sólo prender una pequeña mecha, sembrar una duda, del resto se encargan los voluntariosos vecinos. Unos días antes de la marcha, cuando ya se veía que la cosa venía seria, muy seria –con declaraciones de organismos internacionales de derechos humanos y campañas en redes sociales que terminaron siendo notas periodísticas de agencias de noticias–, se imponía la campaña #ConMisHijosNo. No sólo se trataba de un grupo de padres enojados porque los nenes volvieran de la escuela preguntando quién es y dónde está Santiago Maldonado, sino que desde el gobierno se facilitaba un teléfono para denunciar a los docentes que hablaran sobre el desaparecido. Es más, la campaña remitía al “Con los chicos, no”, una expresión usada para hablar de abuso sexual infantil.
Santiago Maldonado, además de ser víctima de una desaparición forzada, tuvo la mala suerte de haber quedado del lado equivocado de la grieta, ese invento que siempre existió. Desde el gobierno y los medios afines se logró instalar el binomio Santiago-kirchnerismo. Por lo tanto, preguntarse por la suerte y paradero de Santiago Maldonado no equivale a preocuparse por un chico que probablemente haya sido asesinado por el Estado, sino que preguntarse por Santiago es ser kirchnerista o algo parecido a un kirchnerista. Esta insistencia en asociaciones y grietas llegó a que, por ejemplo, decenas de personas se levantaran y se fueran de un espectáculo de la Orquesta Típica Fernández Fierro cuando los músicos, en la mitad del concierto, preguntaron por Santiago Maldonado. A quién se le ocurre.
Ellos. Saquemos al gobierno encubridor, que ya está siendo investigado por un fiscal, saquemos a sus medios de comunicación aliados (los mismos que fueron cómplices durante la dictadura; que conste que es la primera vez en este texto que digo dictadura), saquemos a cierta clase que defiende sus intereses y los de Benetton. Saquémoslos, porque no tiene sentido preguntarse por ellos. Sí lo tiene preguntarse por quienes no tienen nada que defender más que una posición que coquetea con el odio o con el miedo, o con las dos cosas. Porque mirar a esa gente es entender cómo se transforman (en otra cosa) las democracias. Es ver en cámara lenta el accidente.
Cómo no preguntarse por el paradero de un chico. Cómo no desconfiar un poco de las operaciones mediáticas. Cómo salir a la calle a comienzo de año para defender los valores republicanos y a los pocos meses callar o negar una desaparición forzada. No tengo idea de cómo empezar a hablar con esas personas. Sé que están muy cerca, afuera de mi computadora, a pasos de mi casa. Vamos a la misma verdulería y comemos la misma carne. Hacemos la misma fila en el almacén. A veces los escucho comentar y repetir las fórmulas de la tele. Una vez dijeron, por Santiago, “el indio ese”. Siempre tengo ganas de responder. Nunca lo hago. Ir al choque no sirve, es como tirar de esos nudos que se hacen cada vez más fuertes. Cómo podría competir la palabra de una extraña con años de convicciones y horas de periodismo basura, cuando apelar a categorías como “verdad” y “justicia” (y no digo memoria) es convertirse automáticamente en un ellos. No tiene sentido, y entonces callo. Y vuelvo a lo mismo, a esto, a seguir hablando entre nosotros esperando que la fisura social que acá en Argentina llaman grieta deje pasar, finalmente, un poco de luz.