Las idas y venidas para quedarse con ambas familias y las alternativas de su trabajo empujan a Miguel, en cierto momento, a decir la verdad a cada una de las partes implicadas, así como a tratar de encontrar un camino para que “las dos historias” se complementen, causando el menor daño posible. Tal lo que puede captar el espectador, ya que nada de esto resulta fácil para un bígamo que, hasta ese preciso momento, no alcanzó al parecer a comprender que la posibilidad de alternar en dos países no bastaba para justificar sus pasos. Ese es entonces el prisionero que la directora y guionista Ana Tipa, con criterio documental y un tono que de a ratos recuerda al del neorrealismo italiano, propone para seguirle los pasos, y asimismo a los suyos, a través de un desarrollo que combina paisajes riverenses y artiguenses con los provenientes del otro lado de la línea divisoria.
El proyecto, por cierto, no sólo implica echarle una ojeada a este Miguel sino también hacerlo hablar y, al mismo tiempo, conseguir que quienes lo rodean por aquí y por allá se expresen y, de alguna manera, acepten integrarse a una narración empeñada en revelar cómo el protagonista tira abajo viejas prisiones mentales y físicas para tratar de construir una nueva vida para él y para quienes están cerca de él. Valga entonces la imagen de un albañil que construye edificios y, al unísono, busca destruir las trabas que ocultan algunos pasos muy precisos de su existencia.
Tales las dimensiones de un ambicioso proyecto que Tipa lleva adelante con seductoras imágenes –efectivo trabajo de cámara a cargo de Karin Porley y Gabriel Bendahan– que llevan a la platea a interesarse en descubrir qué es lo que está pasando, labor en la que acierta a involucrar y hacer hablar a buena parte de quienes se mueven en torno a Miguel, considerando, claro está, que ninguno de ellos cuenta con experiencia actoral, por lo cual es a Tipa a quien, desde esta crónica documental, corresponde sugerir lo que se propone a propósito de este constructor de una prisión que va echando por tierra las paredes de su pasado. Esa intención, no obstante, no siempre queda clara a lo largo de una narración que deposita demasiada confianza en aquello que la platea pueda entender y se torna borrosa al no acertar a manifestar con la contundencia del caso la calidad de preso que, en cierta medida, el protagonista representa en el paisaje donde se levanta la estructura de una nueva prisión. El exceso de ambición en cuanto a poder llevar a cabo una historia de este tipo en formato documental por parte de la guionista y realizadora no impide, sin embargo, reconocerle la audacia de embarcarse en un proyecto de esta tesitura, en el que ha logrado hacer participar a un puñado de personas de diferentes edades con apreciable verosimilitud.