La actuación del Che en Cuba, en el Congo y en Bolivia probablemente haya opacado un aspecto de su vida no menos importante: su rol como teórico, un teórico de la praxis, un teórico de la transición y, sin lugar a dudas, un estudioso de la economía política.
Un excelente artículo de Fernando Lizárraga1 muestra que en 1960 la revista Time consideraba a tres referentes de la revolución cubana de la siguiente manera: Raúl Castro era el “puño”, Fidel el “corazón”, y el Che “el cerebro”. La derecha, tan atinada en identificar enemigos, veía tempranamente la capacidad teórica de Ernesto Guevara. Seguramente, el hecho de haberle puesto el cuerpo a la revolución en varios lugares del mundo, más el efecto del merchandising y la banalización de su figura, contribuyeron a invisibilizar que todos sus esfuerzos tenían como telón de fondo una lucidez teórica y política encomiables. Tan así, que el recientemente fallecido Fernando Martínez Heredia llegó a afirmar que el Che fue “el principal referente teórico de la revolución”.
Pero destacar su capacidad teórica no es suficiente para hablar de un Che economista —que en rigor no existió y no se consideró nunca tal cosa—. No obstante, sus estudios de economía política, las reflexiones y escritos en torno al tema, así como la instrumentación de políticas en el Instituto de Reforma Agraria, el Banco Nacional y el Ministerio de Industrias nos permiten afirmar que existe un pensamiento económico en Guevara. Y me atrevo a agregar que éste es lúcido, consistente y potente para repensar una estrategia socialista en nuestro tiempo. En ese sentido, intentaré mostrar sus influencias teóricas, sus críticas al modelo soviético y algunos de sus aportes.
Sus influencias: marxismo sí, pero no sólo. Es conocido que el Che estudió medicina. Poco se conoce, sin embargo, que desde los 17 años lo acompañó la construcción de un diccionario filosófico, y aun menos que le dedicó mucho tiempo al estudio de la economía política. De hecho, en una carta escrita a principios de la década del 50 afirma que estaba profundizando los estudios en “San Carlos” —haciendo referencia a Marx—. Posteriormente, una misiva dirigida a su madre desde México en el año 1956 daba cuenta de una suerte de “crisis vocacional” en la que confiesa que tiene cada vez más ganas de ser un “tanque” en economía.
Por tanto, esos estudios de economía política preceden al ejercicio de sus responsabilidades en el gobierno revolucionario de Cuba. Asimismo hay documentados dos cursos de economía que realizó antes de desempeñarse como jefe del Instituto de Industrialización. En particular, estudió sobre problemas del desarrollo con Juan Noyola (mexicano responsable de la Cepal y asesor en Cuba) e hizo un curso sobre El capital con Anastasio Mansilla, doctor en ciencias económicas egresado en la Urss.
El Che era por sobre todas las cosas un iconoclasta, un ávido lector e intérprete de la realidad más allá de cualquier encorsetamiento teórico posible. Su audacia llegó a extremos tales como afirmar que Raúl Prebisch (ícono fundador de la Cepal) era “un teórico a favor de los desposeídos”. La influencia que tuvo en el Che el pensamiento cepalino fue notoria, tomando para sí dos elementos fundamentales: la necesidad de industrializar y la existencia de una relación de términos de intercambio desfavorable en el comercio global capitalista para los países latinoamericanos. Asimismo, estudió a los teóricos del capital monopolista (Paul Baran y Paul Sweezy) y llegó a debatir con destacados economistas marxistas de su tiempo, como Betthelheim y Mandel.
De todas formas, su fuerte antidogmatismo y la variedad de lecturas de diversa índole teórica no le hicieron jamás renegar de la centralidad del marxismo en su pensamiento. En una de sus notas afirmaba que “se debe ser marxista con la misma naturalidad con la que se es ‘newtoniano’ en física o ‘pasteuriano’ en biología”. Poco amigo de la lectura de manuales, estudió casi todos los clásicos del marxismo, empezando por Marx, siguiendo por Lenin y Mao, y, sobre el final de su vida, Trotsky.
Sus críticas al modelo soviético. Las críticas del Che al modelo soviético pueden dividirse en dos. Por un lado, a su funcionamiento concreto y, por otra parte, a su concepción del marxismo, que sintetizó en los Apuntes críticos de la economía política, también conocidos como los “Cuadernos de Praga”. En ellos el centro de la crítica recaerá sobre los manuales de economía política de la Urss, a los que llamó, despectivamente, los “ladrillos” soviéticos.
No obstante, dichas críticas deben ser matizadas. En primer lugar porque hasta 1963 el Che asumía a los textos soviéticos (y en parte a sus propuestas) con mayor entusiasmo del que tendrá posteriormente. En segundo lugar, porque su crítica fue igual de punzante hacia otros modelos del “mundo socialista”, como la autogestión yugoslava —de la cual destacó el más igualitario reparto en las empresas pero criticó que se mantuviera al mercado y la competencia como motores de la economía.
Es a partir de 1963, y en el curso de lo que se conoció como “El gran debate económico”, que el Che desplegó toda su creatividad teórica y práctica, mostrando una ruptura tajante con el estalinismo y buscando orientación para la revolución cubana en los clásicos. Posteriormente hay quienes ubican en el “Discurso de Argel” (de 1965) su momento de ruptura más “definitiva” con el régimen soviético. Entonces, ¿cuáles eran las principales críticas y contrapropuestas?
Pecando al extremo de sintéticos podríamos decir que hay al menos dos grandes ejes de crítica del Che en el aspecto económico: 1) el problema del “cálculo económico”, la vigencia de la ley del valor y el mantenimiento de los estímulos materiales; 2) relaciones comerciales que por momentos reproducen el “intercambio desigual” dentro del bloque socialista y entre el bloque socialista y los capitalismos periféricos.
Respecto a esta última crítica, la idea central (presente en su “Discurso de Argel”) es que consideraba inadmisible que el intercambio entre países del bloque socialista —o de países socialistas y capitalistas periféricos— se basara en el sistema de precios típico del bloque occidental. El Che, que fue ante todo un inobjetable antimperialista, no sólo bregaba por “dos, tres, muchos Vietnam” sino por un cambio en las relaciones comerciales y financieras entre el bloque socialista y el capitalismo subdesarrollado.
En cuanto a la primera crítica, observó con recelo el proceso de burocratización y tecnocratización que fue desarrollándose en la Urss. En sus Apuntes críticos a la economía política ubica la génesis del problema en la mismísima “nueva economía política” (Nep), creada en épocas de Lenin. Los incentivos materiales constituían para el Che parte de “las armas melladas” del capitalismo. Era jugar el juego del capital, pasarse con armas y bagajes a terreno enemigo, o como decía Guevara: “hacer del comunismo una meta cuantitativa y cambiante”, e insistía en que “aparearse al desarrollo capitalista que sigue hacia adelante es mecanicista por un lado y derrotista por el otro”.
Su concepción del socialismo implicaba conjugar dos elementos: “hombre nuevo” más desarrollo de la técnica. Por tanto, a la planificación burocrática opuso el “sistema presupuestario de financiamiento”, que implicaba —además de la planificación central— organizar las fábricas a nivel de conglomerados, e intentó desarrollar un sofisticado sistema de información.
Pero, como bien denota la fórmula, el “hombre nuevo” prima, el desarrollo de la conciencia y la moral revolucionaria está por sobre el desarrollo productivo. En un pasaje por demás interesante, Guevara afirma: “El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación. Marx se preocupaba tanto de los hechos económicos como de su traducción en la mente. Él llamaba a eso un ‘hecho de conciencia’. Si el comunismo descuida los hechos de conciencia puede ser un método de repartición, pero deja de ser una moral revolucionaria”. Dicha preocupación lo llevó a instrumentar y desarrollar una variopinta gama de políticas: fomento a la educación socialista; la instrumentación del trabajo voluntario; el desarrollo de la “emulación socialista”, del contagio con el ejemplo. Si bien era un obsesionado por la eficiencia y la productividad, sus reflexiones más profundas giraban en torno al necesario cambio de conciencia, de hábitos, de formas de ver y actuar en el mundo que debían tener los hombres y las mujeres del futuro para vivir hermanados.
En nuestros días, donde al parecer ser de izquierda es compatible con festejar embotellamientos en las rutas y peajes, el récord de ventas de autos cero quilómetro y el consumo vía endeudamiento (“nuevo uruguayo”), la perspectiva de Guevara nos invita a cuestionarnos todo lo dado, a repensar qué instituciones y qué seres humanos debemos construir para forjar una nueva sociedad. Sigue estando tan vigente como entonces el desafío que planteó el Che en sus Apuntes críticos a la economía política: “nuestra fuerza de corazón ha de probarse aceptando el reto de la Esfinge y no esquivando su interrogación formidable”.
Pablo Messina (1982). Economista. Integrante de la cooperativa Comuna.
- Disponible en https://www.hemisferioizquierdo.uy/ Edición del 7 de octubre de 2016.