La mujer nueva y el nuevo hombre nuevo - Semanario Brecha

La mujer nueva y el nuevo hombre nuevo

Mujeres militantes y la posibilidad de emanciparse.

Ilustración: Ombú.

«Todos conocíamos eso (la Federación Democrática Internacional de Mujeres, Fdim1), era de las grandes organizaciones mundiales, pero nosotros no queríamos eso, eso era de las viejas (…) nosotros queríamos ser el Che Guevara, no eso, queríamos ser igual a los compañeros, no queríamos ser las mujeres, no queríamos ser las mujeres de, eso, las mujeres institucionales, eran las viejas que hacían eso, nosotras no queríamos, queríamos ser revolucionarias, armas, lucha clandestina, nuestros modelos eran hombres (…) si vos preguntabas, ¿vos a dónde querés ir, a la Fdim o a la Sierra Maestra?, no, yo a la Sierra Maestra, ahí está la libertad, allá no.2

El Che Guevara se instaló como referencia de la libertad y la emancipación, gran parte de una generación buscó romper el destino, no sólo de clase como lo había hecho él, sino de género, ya que su figura abrió una brecha por la que se coló una necesidad de ruptura que rebasó su propia idea emancipatoria. Una generación de mujeres militantes vieron la posibilidad de emanciparse de su futuro predestinado como “señora de”. En el Cono Sur muchas se sumaron a los proyectos de la izquierda armada, otras transitaron por organizaciones que no recurrieron a esta estrategia, pero en cualquier caso la revolución cubana y el Che Guevara fueron fundamentales para pensar como posible un nuevo mundo con hombres nuevos y mujeres nuevas, aunque así éstas no fueran nominadas, ya que quedaron subsumidas (e invisibilizadas) dentro de la referencia masculina.3

El Che se instaló como el modelo de la ruptura, también para las mujeres. Es bastante lo que se ha estudiado y escrito sobre el proceso de “masculinización” o la adopción de prácticas y valores que hacían al mundo de lo público, y por tanto de lo masculino, por parte de aquellas que se sumaron a la experiencia militante. Coraje, valentía, sacrificio conforman el repertorio de valores mediante los cuales se midió la “entrega” también de las mujeres en los sesenta y setenta. Mujeres que, como todas, habían recibido una educación emocional orientada hacia otro registro, no el del coraje sino el de la vulnerabilidad. Así la figura del hombre nuevo implicó una doble exigencia para las jóvenes militantes, pero también un desafío, de ser “mujeres distintas”.4


“El Che Guevara y sus compañeros latinoamericanos no impugnaron la masculinidad hegemónica ni cuestionaron en modo alguno el patriarcado. […] Pero la figura del hombre nuevo que el Che puso en circulación sí posibilitó pensar lo personal o el mundo de lo privado no como un terreno neutro.”


Los roles o las trayectorias parecían no ser tan fijos, había una oportunidad que la idea de revolución otorgaba para moverse hacia otros modelos. Aunque reproductora de prácticas políticas masculinas, la figura del Che también podía ser iluminadora, porque como recuerda una de esas jóvenes: “El día que podías pararte en un banco y hacerte escuchar en una asamblea, ahí la cosa cambiaba”, ante las compañeras, pero sobre todo ante los compañeros. Es decir que dentro de una lógica masculina de la política y aun dentro de la invisibilización de la mujer que implicaba el despliegue de un canon de héroes revolucionarios, algunas hicieron sus revoluciones. Una revolución dentro de otra revolución, diría Rodolfo Walsh.

TRANSFORMACIÓN SUBJETIVA. Claro que estos procesos quedaron invisibilizados y muchas veces encapsulados en esa historia que da cuenta de la subjetividad revolucionaria en clave masculina y opresora. El Che Guevara y sus compañeros latinoamericanos no impugnaron la masculinidad hegemónica ni cuestionaron en modo alguno el patriarcado, eso no es ninguna novedad. Pero la figura del hombre nuevo  que el Che puso en circulación sí posibilitó pensar lo personal o el mundo de lo privado no como un terreno neutro. Si nos detenemos en esa palabrita, “subjetividad”, tal vez podamos pensar al hombre nuevo como una novedad conceptual desde la que luego se realizó una importante reflexión y que hoy en día sigue vigente y que da cuenta del aporte, más allá de la derrota, más allá de la oportunidad que se ha perdido la izquierda.

Para hacer la revolución o consolidarla se requería una transformación integral, no sólo superestructural. Como explicaba Guevara en su carta publicada por el semanario Marcha en 1965, la revolución no sólo pasaba por la toma del poder, sino por una transformación subjetiva que debía intervenir sobre el individualismo, la competencia, el afán de lucro y otros habitus de la vida burguesa que por naturalizados pasaban desapercibidos. De intervenir y alterar esto, la enajenación heredada del capitalismo podría ser revertida y construirse por tanto un verdadero proceso emancipatorio y liberador. Así se pasaría de una vida enajenada a una vida auténtica, traducida en otros comportamientos, sensibilidades y otros modos de relaciones interpersonales.

Esta idea se expandió e interpeló en distintos grados a las diversas izquierdas latinoamericanas, no sólo a aquellas que puede incluirse dentro de la llamada “nueva izquierda” o a las que asumieron la vía armada, sino a todas las iniciativas que de una u otra forma se organizaron, fortalecieron y reclutaron importantes contingentes de nuevos militantes. Se le denominara así o de otra forma, la dimensión subjetiva de la militancia fue un aspecto central, y así se discutió o se intervino en las relaciones interpersonales, en la pareja, la familia, la vestimenta, los consumos culturales y tantos otros aspectos que podían dar cuenta de “actitudes pequeñoburguesas”. Un proyecto total intervino sobre la vida de hombres y mujeres militantes, siendo muy poco emancipador, por cierto.

Una de las tantas revisitas a la experiencia militante en la posdictadura se ancló en este aspecto del proyecto total que no había extirpado la enajenación sino que se había tornado opresor. Así surgieron profundas críticas sobre una práctica militante alienada que, imponiendo una escisión entre teoría y práctica, entre vida privada y pública, no había hecho más que contribuir a la reproducción de los valores que decía combatir.5 El sentimiento de alienación y cierto desdibujamiento que implicó esta experiencia condujeron a un llamado por “reconciliar la política con la vida”, “rehacer la vida” y “vivir”, superando no sólo la experiencia del terrorismo de Estado sino la alienación militante. Esta discusión fue tan importante y dolorosa justamente por las expectativas frustradas y por la novedad, reitero, que había traído la invocación al hombre nuevo.

Si pensamos en las militantes, la reflexión desplegada por algunas fue especialmente importante para dar cuenta de que la alienación militante había implicado para las mujeres un desdibujamiento aun mayor, no sólo de su vida como tal, sino de su vida en tanto mujeres; que no contaban con categorías para pensar una experiencia desde la condición de mujeres y militantes, que rápidamente habían sido “devueltas” al mundo doméstico —por los militares, por los compañeros, por la sociedad entera— y que la mujer nueva sólo podía construirse politizando el terreno de lo personal, algo que las izquierdas habían intentado pero no habían logrado.


“Para aquellas que buscaron articular en Uruguay marxismo y feminismo en la posdictadura, la experiencia militante, en tanto mujeres de organizaciones que buscaron intervenir y alterar explícitamente el mundo privado y el ideal del hombre nuevo, fue de algún modo significativa.”


feministas de izquierda. La experiencia concreta de las mujeres que transitaron por las izquierdas es la de una trayectoria de cierta emancipación, al menos con respecto a sus madres y abuelas. Aquella militante que quería ir a la Sierra Maestra y ser como el Che Guevara posiblemente logró algo, ser o representarse como una “mujer distinta” y por tanto discutir las múltiples formas de ser o vivir la condición sexuada. La experiencia se nutrió de aquel ideal del hombre nuevo que delineó un horizonte de expectativas, revistas a posteriori de dicha experiencia, y nuevas apuestas teóricas que buscaron no ya intervenir sino politizar la subjetividad.

La figura del hombre nuevo fue una base teórica no menor para la recepción de la idea de “lo personal es político”, por parte de aquellas que habían transitado por las izquierdas en los sesenta y setenta. Esto no implica afirmar que las ideas principales del llamado “feminismo de la segunda ola” provengan de la revolución cubana o del Che Guevara, ni que todas aquellas que se incorporaron a las izquierdas por su experiencia concreta y por las expectativas frustradas del hombre nuevo devinieron en feministas con voluntad de discutir la subjetividad desde otro lugar. Lo que sí parece relevante es que para aquellas que buscaron articular en Uruguay marxismo y feminismo en la posdictadura, la experiencia militante, en tanto mujeres de organizaciones que buscaron intervenir y alterar explícitamente el mundo privado y el ideal del hombre nuevo, fue de algún modo significativa.

Las feministas de izquierda de los ochenta continuaron pensando y discutiendo desde la categoría del hombre nuevo, apostando políticamente a que fuera una realidad concreta. Un nuevo hombre nuevo, “inteligente y sensible, capaz de cambiar al bebé y preparar una comida, sin miedo al afecto y a relacionarse”.6 Continuaron denunciando, en palabras muy similares a las del Che, “la incoherencia ideológica” de los hombres “que luchan a brazo partido contra la injusticia y en sus casas reproducen los roles burgueses más recalcitrantes que combaten”.7 Ya no hablarían de “pareja militante”, pero sí de “pareja democrática”, y estaba claro que el lugar que la subjetividad había ocupado en la apuesta por construir una sociedad había dejado cierta huella. Huella que por cierto aún no logra ser comprendida o atendida, y duele, como dolía en Fresa y chocolate la imposibilidad de concebir el amor desde otros lugares dentro de un proyecto que justamente debía subvertir el orden estatuido.


*     Ana Laura di Giorgi (1980). Investigadora en ciencias sociales por la Universidad de la República e integrante del Sistema Nacional de Investigadores. Candidata a doctora en la Facultad de Ciencias Sociales por la Universidad General Sarmiento y el Instituto de Desarrollo Económico y Social, de Argentina.


  1. La Fdim es una organización fundada en 1946 integrada por una pluralidad de organizaciones femeninas, pero liderada por las comunistas durante la posguerra.
  2. Testimonio de una joven militante de la Juventud Comunista en los años sesenta. El subrayado es nuestro.
  3. La mujer nueva, de Alexandra Kollontai, sería, por ejemplo, leída unos cuantos años después.
  4. Varias investigaciones sobre la experiencia femenina en las izquierdas conosureñas han hecho referencia a este asunto, entre varias se puede mencionar las de Alejandra Obertir (2014) y Marta Diana (2006).
  5. Véase “Militancia y revolución (la crisis de un modelo)”, en Praxis, número 5, 1985-6.
  6. Reseña sobre la autora brasileña de Hombres nuevos, viejos y de transición, Rose Marie Muraro, en La República de las Mujeres, 18-VIII-1991, pág 4.
  7. “Mujeres de izquierda ¿militantes de segunda?”, en Cotidiano, número 31, marzo de 1989, pág 6.

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