Escribir de Alfaro como crítico de cine. Menuda tarea. Sobre todo para quien comenzó a interesarse en el cine como algo más que el obligado y apasionante entretenimiento de cada domingo, y en la crítica de cine en particular, gracias a la pluma de Hugo Alfaro.
Tamaña deuda es difícil de saldar, y hará falta, quizá, ubicar el desconcierto de los que llegamos a la veintena en los años sesenta. El lenguaje del cine cambiaba vertiginosamente por entonces, las nuevas olas eran sucedidas por olas novísimas, el cine europeo, con refinamiento y complejidades varias, desafiaba el reinado de Hollywood, y los jóvenes de entonces fuimos inmisericordemente catapultados desde las jocundas “cowboyadas” y pícaros musicales de unos días antes a los suntuosos pliegues de Antonioni, los cerebrales ejercicios...
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