El Estado-nación ya no monopoliza el uso de la fuerza ni pretende ser el proveedor de servicios sociales y asistencia humanitaria. El ejercicio de la violencia y de la benevolencia se privatiza con alianzas coyunturales de mercenarios y organizaciones no gubernamentales.
En 2000 la actriz estadounidense Mia Farrow, distinguida con numerosos honores por su militancia humanitaria en África, fue designada embajadora de buena voluntad del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Ocho años más tarde, frustrada por la incapacidad de la llamada “comunidad internacional” para detener el genocidio en Darfur, Farrow se puso en contacto con la firma de mercenarios Blackwater para una intervención humanitaria.
“Blackwater tiene una idea mucho más clara que los gobiernos occidentales de ...
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