Vivimos en la era de las coproducciones, y Argentina está ingresando exitosamente al mundo de los géneros cinematográficos (comedias, policiales, thrillers, terror, etcétera). En este panorama, esta película1 argentino-mexicana con toques de thriller y drama judicial cuadra perfectamente en esta tendencia a hacer un cine de presupuestos abultados, recurriendo a los parámetros clásicos, a actores populares y, cuándo no, a ciertas temáticas controversiales; en este caso, la viralización de videos sexuales y la manipulación mediática.
La acción comienza dos años y medio después del torbellino. El tiempo ha pasado desde el truculento asesinato de Camila, pero Dolores (Lali Espósito), una joven que ahora tiene 21 años, sigue siendo la principal sospechosa. El caso es demasiado vidrioso, no hay pruebas concluyentes ni una clara sucesión de los hechos, y para colmo la mediatización ha llevado a que entre la opinión pública proliferen las acusaciones sin fundamento. De todos modos, la condena ya parecería estar recayendo sobre Dolores, quien se ve obligada a estar en una reclusión domiciliaria casi absoluta y que vive con extremo nerviosismo los preparativos para sus últimas declaraciones en la corte.
La puesta en escena es elegante, prolija, de a ratos hasta un poco ampulosa. Con ralentis, primeros planos injustificados (Lali Espósito tiene cara de nada durante todo el metraje), se impone la gravedad, la seriedad impostada, con momentos de tensión subrayados innecesariamente por una banda sonora invasiva
y estridente.
A pesar de estos puntos negativos, es de agradecer una película que nos invita a pensar, sin ofrecernos soluciones fáciles (atención, siguen spoilers). El director austríaco Michael Haneke es uno de los que han utilizado más brillantemente los parámetros del policial, planteando enigmas, misterios a resolver que mantienen al espectador en vilo con una gran incógnita. En estas películas (La cinta blanca y Caché, fundamentalmente) el enigma acaba sin resolverse, lo cual obliga a la audiencia a repensar la obra y su recorrido una y otra vez, para comprender dónde se encuentran sus verdaderos ejes temáticos. Aquí el final abierto e irresuelto no parecería conducir a reflexiones profundas como en Haneke, pero sin embargo, un último simbolismo de un puma caminando por los tejados del barrio de clase media alta en la que vive el grupo familiar puede llevar a varias interpretaciones y a comprender cuál es el quid de esta película. El animal salvaje podría, por ejemplo, representar la adolescencia ingobernable y potencialmente peligrosa, en libertad pese a los esfuerzos por mantenerla controlada. Según esta interpretación, la voluntad de los progenitores de mantener a su hija protegida y aislada, de contenerla, de supervisar quién la visita, de vigilar que no consuma noticias que pudieran “desequilibrarla” emocionalmente, de intervenir en lo que dice y lo que hace, es algo que parece escapar constantemente a sus capacidades. Cuanto más fuertemente intentan asirla, más se les escurre entre los dedos, algo que en general suele ocurrirles a padres excesivamente controladores.
- Acusada. Gonzalo Tobal, Argentina-México, 2018.