Joan Manuel Serrat actuó en el Antel Arena el sábado 17 de noviembre frente a un público notoriamente veterano y feliz, que recibió nuevamente a ese creador decisivo, icónico dentro de la canción popular en español –y en catalán–, que es un auténtico mojón para la vida de todos quienes allí estábamos.
Soy fan de Serrat desde que se conoció en Uruguay su primer disco simple, allá por 1969, que tenía en su cara A “Manuel” y en el reverso “Poco antes de que den las diez”. Tengo su discografía completa en español y en catalán porque conseguí en España ciertos discos que aquí nunca estuvieron en el mercado. Cuando cubrí su anterior visita a Uruguay para Brecha tuve el enorme honor de charlar unos minutos mano a mano con él y volví a casa con mi disco favorito, Joan Manuel Serrat, de 1970, con su firma estampada en la carátula.
Crecí y me formé con Serrat. He disfrutado mucho otras presentaciones suyas –incluida la de 2015 en el Sodre– y por lo tanto fui al Antel Arena con expectativa ante la generosa promesa de ver por primera vez en vivo los diez temas de su histórico disco Mediterráneo, 47 años después de su edición original.
Encontré un estadio impactante –sobre todo en su exterior–, y una banda de gran musicalidad y delicadeza, comandada por el enorme pianista y arreglador Ricard Miralles, eterno socio de Serrat a lo largo de casi toda su carrera. También encontré a un Serrat inmensamente carismático, adorado por su público de siempre. Fue emocionante escuchar Mediterráneo en vivo, y también sorpresas como una versión en perfecto francés del clásico “La mer”, de Charles Trenet.
Serrat está más allá del bien y del mal. Aunque subiera al escenario a leer la guía telefónica, sería ovacionado por un público ya rendido a sus pies desde antes de que las luces se apaguen y la música se encienda. Determinados artistas muy grandes, como él, suelen enfrentar el paso del tiempo aferrándose tenazmente a las tonalidades originales en que cantaban sus éxitos de siempre cuando, pongamos, tenían 30, sin apelar al válido recurso de transportar las canciones a un tono más cómodo. Y la voz no es la misma porque el tiempo es terco y despiadado. Serrat, que en su visita anterior hace sólo tres años hizo una presentación maravillosa, el pasado sábado tuvo serias dificultades vocales: le costó alcanzar la zona más aguda de las melodías. Pero como tiene más “cancha” que el Camp Nou del Barcelona de sus amores, sacó su espectáculo adelante haciendo delirar a sus incondicionales. Yo sentí la misma admiración que el resto por lo que significa en mi vida, pero también una rara incomodidad al verlo luchar con sus propias canciones, a las que cantó a la mitad de volumen que antes y “dribleando” el paso del tiempo.
Aun así le sobra genio y arte como para hacer algunas versiones memorables de “La mujer que yo quiero”, “Aquellas pequeñas cosas” o la muy poco difundida “Vencidos”, con texto de León Felipe, que originalmente cierra Mediterráneo.
Renglón aparte merece el Antel Arena, sin dudas un hermoso estadio en construcción, pero aún incompleto. ¿Por qué seremos tan uruguayos los uruguayos? ¿Por qué debemos permitir, por ejemplo, que pagando precios tan caros como los del sábado, el sonido sea opaco, con una mezcla de audio bastante ininteligible (contrariamente al “sonido del primer mundo” que muchos prometieron) porque, según me explicaron, “no es el equipo definitivo”? ¿Por qué padecer las sillas de plástico de la platea, duras y estrechas, que tampoco son las definitivas? ¿Por qué admitir el caos que significó que el estacionamiento tampoco estuviera terminado? Son demasiadas incomodidades para un estadio que costó más de 80 millones de dólares, y está dedicado a un público que merece respeto porque es quien ha pagado su construcción.