En la madrugada del viernes pasado falleció nuestro compañero y amigo Mateo Vidal.
Hay un orden natural que se subvierte cuando alguien de 28 años muere, una lógica que se destruye cuando el que se va es el que recién estaba llegando, una anomalía en el fluir del tiempo cuando los que parten son el futuro y no el pasado, los que estaban llamados a tomar la posta y no a entregarla. Es como si el mundo de pronto comenzara a girar en sentido contrario y tuviéramos que reacomodar el cuerpo para volver a hacer pie y seguir adelante.
Así estamos sus amigos y compañeros de Brecha, conmovidos y desorientados, ajustando el corazón y los huesos a la idea de que Mateo, ese joven talentoso y afable, con tanto sentido del deber como sonrisas bajo el brazo, ya no se cruzará con nosotros en la redacción ni ofrecerá otra nota sobre música o literatura, sobre series o cine, ni podrá iluminarnos con la increíble cantidad de datos y noticias que podía absorber y procesar del mundo de la cultura y el espectáculo, pudiendo pasar del cincuentenario de la muerte de Carl T Dreyer en un minuto a la curiosa relación sentimental del empresario Elon Musk y la cantante Grimes, al minuto siguiente.
A pesar de su juventud, Mateo tenía una gran disciplina, pragmatismo y resignación que tal vez explicaran su gusto por la cultura japonesa, por lo que era a la vez incapaz de rendirse, de quejarse o de desear hacer otra cosa que lo que tuviera que hacer. A ese espíritu y a su alegría, echaremos mano para seguir adelante.