Según el Real Diccionario de Momo, “murga es el imán fraterno que al pueblo atrae y lo hechiza (larairará)”. Ahora bien, ¿qué es un pueblo? Pavada de tema para un cuplé. Abusando de esquematismo, se podría decir que para el pensamiento de izquierda tradicionalmente el pueblo ha sido dos cosas combinadas: la parte subalterna y mayoritaria de la sociedad (compuesta por una diversidad de grupos), y en particular aquella (también heterogénea) que se organiza de modo contrahegemónico para enfrentar a los sectores dominantes. “En sí y para sí.”
En tanto expresión artística popular, desde sus orígenes la murga ha estado relacionada a estos dos sentidos: ha sido plebeya en formas y contenidos, y también contestataria, rebelde, cercana a las causas populares. De un tiempo a esta parte, su condición plebeya fue cambiando con la transformación del Carnaval en espectáculo de consumo masivo y por la importancia creciente del concurso oficial. Guillermo Lamolle ha observado que este cambio fue produciendo alteraciones en varios planos (formal, estilístico, musical, coral, en las letras) que han convergido en una tendencia a la uniformidad de estilos, contenidos y temáticas que las murgas asumen como fórmulas para lograr el éxito (en el concurso, en la aceptación del público, en las contrataciones de tablados y patrocinadores).1 La dinámica de profesionalización de los conjuntos y la creación de un mercado del Carnaval orientado al consumo de las clases medias y altas que funciona adjunto al concurso produjeron también una dinámica de consumo desigual según barrios y poder adquisitivo, y de reproducción de las desigualdades entre los propios conjuntos.2 De todo esto, de lo viejo y lo nuevo, de centro y periferia, de shoppings carnavaleros y tablados populares, bingos y derechos de televisación, es decir, de muchos carnavales, está hecho nuestro Carnaval “más largo del mundo”.
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“Yo me bajo de esta lógica binaria/ de este ring en blanco y negro, de esta noria/ que separa a tus hermanos de los míos/ del absurdo de esta línea divisoria./ Ya no quiero ser soldado de una idea/ ni rebaño de la izquierda o la derecha/ me resisto a etiquetar a las personas/ y me cago en la locura de esta brecha.” Con estos versos Agarrate Catalina cierra su cuplé sobre la lucha de clases, el segundo de su espectáculo de 2019, titulado “Defensores de causas perdidas”. Antes de esa conclusión que ha causado tanto revuelo, la murga le había dado un tratamiento bastante peculiar al asunto. La lucha de clases es para la Catalina una causa perdida, y las causas perdidas son “cosas indefendibles,/ motivos a los que el mundo jamás le pudo dar la razón”.
En el cuplé la lucha de clases es reducida al enfrentamiento burguesía-proletariado, y enseguida el polo proletario se transforma en una dictadura con un solo canal de televisión oficial y persecución a los que piensan distinto. Sobre el final, luego de un ascenso de las hostilidades, los integrantes de una y otra parte del conflicto admiten que cuando nadie los ve tienen algunas coincidencias con sus antagonistas, lo cual abre el camino para que la murga critique “la grieta” (expresión con aires vecinos) que separa, de modo “absurdo, a tus hermanos de los míos”.
Es paradójico que una murga que surgió distanciándose de los conjuntos tradicionales, en parte por considerarlos panfletarios, termine con un mensaje que, por más que diga “noria” o “lógica binaria”, se parece mucho a un panfleto. En efecto, sólo faltó una reivindicación de la meritocracia y del esfuerzo individual para completar el abecé del dogma liberal y el discurso de derecha más al uso en nuestros días. Por cierto, un mensaje de esta naturaleza no tiene nada de “tibio”.
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El horno no está para bollos y causa desconcierto que mientras en todas partes se aplican violentos ajustes que expulsan a la clase trabajadora hacia los márgenes de la sociedad, se le suprimen derechos y se la condena a trabajar hasta morir; mientras se criminaliza la pobreza y se persigue hasta la muerte o el exilio a los militantes políticos y sociales de izquierda, al tiempo que aumenta la concentración de la riqueza (es decir, una coyuntura de máxima intensidad de la lucha de clases), la Catalina elija negarla con un discurso que se parece más al de Cambiemos que al suyo propio.
Quizá la explicación se encuentra en el primer cuplé del espectáculo. En él la Catalina se deshace del tradicional popurrí como una causa perdida, producto de la dinámica de las redes sociales en la actualidad: “En los años del proceso/ contra el discurso oficial/ las murgas enarbolaban/ la voz del pueblo en el Carnaval./ Hoy eso no se precisa/ quedó en el tiempo del Medioevo/ la gente tiene su Twitter/ la voz del pueblo le chupa un huevo”. Si ya no hay pueblo, sino una masa amorfa que twitea, pierde sentido procurar representar o interpelar una idea en un registro antagonista. Más bien se trata de conectar con el sentido común, en una lógica de éxito masivo.
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Hace algunos años, cuando el cine-teatro Plaza fue adquirido por la iglesia Dios es Amor, Sandino Núñez observó que, dentro del coro enojado por tan lamentable situación, no muchos reparaban en la relación de continuidad entre dicha empresa de servicios espirituales y otras como shoppings, locales de fast food y demás templos de la “religión capitalista” (Benjamin dixit) que continuamente afean y empobrecen culturalmente nuestra ciudad, pero que ofrecen productos y servicios que las clases medias y altas sí consumimos.3 Pues bien, con las obvias diferencias del caso, algo similar sucede con el cuplé de Agarrate Catalina. Nos molesta escuchar de boca de una murga un discurso que niega la lucha de clases y las diferencias entre la izquierda y la derecha, ¿pero esas negaciones no son de hecho parte del sentido común de la realpolitik progresista? ¿No es el discurso de la Catalina un “aggiornamento” murguero derivado del “aggiornamento” ideológico que suprime el antagonismo político en aras de la gestión, y reduce al plano individual el espacio de los cambios posibles? ¿No funciona, además, como un espejo que nos devuelve nuestra propia incomodidad en tiempos confusos? No le perdonamos a la murga que suprima en la poesía lo que el posibilismo suprimió hace rato en la política. Hay una canción que necesitamos seguir escuchando.
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“Ya no sé qué dice aquel que dice hablar por mí/ y no le compro al mercader de las ideas/ las espadas que trafica bajo el manto del poder/ que enfrenta al pobre contra el pobre en esta arena.” Estos potentes versos, que forman parte de la canción que cierra el asunto de la lucha de clases, se merecen otro cuplé detrás. Uno que pueda indagar sobre los términos del conflicto social sin negarlo.
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La retirada (bellísima) de la Catalina está dedicada a las viejas murgas de La Teja, referentes populares del discurso binario y comprometido que hace sólo un minuto se había echado por tierra. La contradicción es sólo aparente. La retirada, en realidad, está en perfecta armonía con el conjunto, en la medida en que el corolario del espectáculo vuelve a buscar una referencia a lo popular, pero ya vaciado y “folclorizado”, junto con el reconocimiento (“yo soy lo que soy porque aquellos fueron”) y la emoción ante un entrañable recuerdo de algo que ya fue. Gracias y adiós. La retirada dedicada a las murgas de La Teja es así una retirada de lo que estas representan, ya no sólo en el plano de las formas, sino en su esencia: “ya no quiero ser soldado de una idea”. Por eso el enojo que nos provoca el cuplé de la Catalina nos deja hablando solos, porque la murga, más que descafeinar su mensaje para adecuarlo a un público masivo, se ha retirado del lugar de hacerse cargo de algo así como un mensaje, y se ha desplazado a la conectividad performática con sus (numerosos) fans.
Lo interesante es que la retirada de la Catalina cierra un ciclo y permite visualizar un lugar. Hay un movimiento por hacer que pueda agrietar el bloque compacto de gestión, entretenimiento y consumo que proyecta sobre lo social una homogeneidad imposible y perversa. Un movimiento que devuelva al registro público-político lo que explota como sufrimiento (o sanación) individual. Una radicalidad que reinvente sus formas, que pueda nombrar lo que nos pasa, que se haga fuerte para enfrentar poderes fuertes abarcando las diferentes expresiones de luchas justas.4 No faltarán murgas para estas canciones. Si se para la oreja, ya se las puede escuchar.
1. Guillermo Lamolle, Cual retazo de los suelos. Estuario, 2018.
2. Véase “Welcome to Carnaval”, de Soledad Castro Lazaroff, en Brecha, 8-II-19.
3. Sandino Núñez, Breve diccionario para tiempos estúpidos. Criatura Editora, 2014.
4. Véase “Lucha de clases en Uruguay: problemas no resueltos” (partes 1 y 2), de Gabriel Delacoste, en el portal Hemisferio Izquierdo.