Gabriel Pereyra comienza su columna de opinión del pasado 11 de mayo en El Observador afirmando que la polémica y el rechazo que había generado en las redes la entrevista de Paula Barquet a Gavazzo aparecida en el suplemento Qué Pasa del diario El País era un hecho para nada menor. ¿La razón? Porque revelaba no solamente una comprensión equivocada de lo que es el periodismo, sino, además, una lectura aberrante del pasado reciente.
Para revelar cuál es la manera correcta de entender el periodismo y el pasado reciente Gabriel Pereyra eligió un ejemplo por contraposición: está el periodismo que no teme ensuciarse (para llegar a la verdad –suponemos–) y está el periodismo cultural de Brecha. De la historia reciente dice lo de siempre: que debemos aceptar la teoría de los dos demonios porque los tupamaros mataron a un peón rural y a los policías pobres y a un gambuza, y porque Rosencof y Huidobro inventaron una historia de brillantes colores que es una mentira de aquí hasta la toma de Pando; y que ay del que se la haya tragado así sin verificar con fuentes más confiables que los propios implicados, de los cuales uno era, encima, un novelista ruso. Algo así de trillado, pero escrito con menos gracia, porque, incluso si todo lo anterior fuera cierto, no lleva a concluir que la teoría de los dos demonios sea una explicación no ya verdadera, sino siquiera verosímil de lo que pasó en Uruguay. O para decirlo más claramente: entre reconocer que los militantes tupamaros mataron gente, incluso gente inocente –¿alguien lo negó alguna vez?–, y abrazar la teoría de los dos demonios hay una enorme brecha.
Hasta ahí la cosa no es muy interesante: la de Pereyra es una columna escrita para un nicho de público específico con el fin de reafirmar las propias convicciones y las de sus lectores (aunque el público de su columna luce preocupante: de los seis comentarios que tiene la nota, tres son de Amodio Pérez, uno es de una Anita tan confusa que dice: “Gavazzo es un asesino, un torturador y una bazofia humana. Brecha y La Diaria son unos pasquines nazis”, el quinto es un link a una nota sobre el dolor del Día de la Madre para quienes tienen hijos desaparecidos en México y el sexto, uno que le dice a Amodio: “Sabés tanto andá a la justicia y yevá las pruebas”).
Sin embargo, lo que es digno de señalarse es el grado de violencia misógina que Pereyra desata contra Soledad Castro, la editora de cultura de Brecha, a raíz de un twit que escribió desde su cuenta personal cuestionando la entrevista de Barquet. Y es que Pereyra es recio, lo deja claro desde el principio. Usa la expresión “chapotear en la mierda”. Nos recuerda que entrevistó a un caníbal. Y dice que él no siente nada. Nada de nada. Por ningún entrevistado. Porque él es profesional y practica el periodismo como se debe, así, sin emociones, sin concesiones. Si será recio, que no teme arrojarle a Soledad la famosa frase de la pistola y la cultura frecuentemente atribuida a Göring y que Pereyra pone en boca del falangista Millán Astray –acusándola, de paso, de prejuiciosa por “no haberlo leído” (a Millán Astray, que hasta donde sé lo único que escribió, aparte de sus memorias, es una traducción del código samurái del bushido, un libro sobre Franco y otro sobre los legionarios españoles). Si aguantará, que no le da vergüenza no saber que los asesinos de la familia Clutter, sobre los que Capote escribió en A sangre fría, eran dos, no uno. Ni ignorar que la frase de la cultura y el revólver no es de “Millán de Astray” (sic), sino de Hanns Johst. Porque cuando escucha la palabra “cultura”, parece estar de acuerdo en que lo mejor es bang bang y a otra cosa. Sobre todo si la palabra “cultura” viene unida al perfil de una feminista de izquierda. O de “una feminista a secas”, sostiene Pereyra, porque en esa operación de confusión conceptual, sintáctica y gramatical que es su artículo decreta que decir “feminista y de izquierda” no es sino una redundancia, concluyendo –aunque intente disimularlo con un chiste nauseabundo– que las feministas y Gavazzo son de la misma especie.
Pero al parecer Pereyra personifica tan exactamente cómo debe ser el periodismo de verdad (pragmático, sin remilgos ni sentimentalismos, brutal… en una palabra –y perdón, pero hemos sido arrastrados violentamente al reino del cliché–, “macho”, y no el que practicamos en Cultura de Brecha, al que ridiculiza diciendo que consiste en entrevistar payasos) que, aunque escriba frases no solamente de una violencia inaceptable, sino, además, francamente erróneas, se las publican igual. Como, por ejemplo, esta: “Quienes niegan el relato de los dos demonios son los que lo abonan cuando creen que en aquellos años de plomo hubo buenos y malos”. Buenos y malos no son dos demonios, Pereyra. Le convendría soltar un rato la pistola, ya que al parecer le está pasando algo bastante corriente entre quienes las empuñan muy seguido, es decir, les empieza a costar discernir entre el bien y el mal.
Afortunadamente, el periodismo y las redacciones de los diarios son variopintos, sean de medios de derecha o de izquierda. Y en Brecha, como debe de estar sucediendo en todas las redacciones de la prensa uruguaya, hay posiciones encontradas sobre la entrevista que le hizo Paula Barquet a Gavazzo. Algunos están indignados. Otros no comparten para nada esa indignación. Algunos sostienen que la periodista debió repreguntar más; otros, que la entrevista se ajusta a lo que era posible considerando el personaje y el medio en el que fue publicada. Algunos consideran que es ingenua, otros, que la aparente ingenuidad está puesta al servicio de un objetivo. Si serán variopintas las redacciones, que a fines de los noventa compartí una con Gabriel Pereyra. Seguramente él no lo recuerde, porque en la revista Posdata yo trabajaba en una sección absurda llamada Cultura. Entonces hubo un episodio singular: en esa sección habíamos propuesto un largo dossier sobre Alejandra Pizarnik, probablemente una de las primeras notas sobre ella que se publicaron en Uruguay. La hicimos Sofi Richero y yo. Cuando en la reunión del consejo de redacción se propuso que la nota ocupara una cantidad muy importante de páginas, Gabriel Pereyra dio un golpe en la mesa y le gritó a Flores Silva: “¿Cuando se muera Dios, vas a darle quince páginas?”. Alejandra Pizarnik es todo lo que Pereyra desprecia –mujer, culta, inteligente, lesbiana, poeta–, y había muerto en 1972. Y Dios, mucho antes. Es lo que tiene desdeñar la cultura, Pereyra, uno no se entera de nada.