En
1951 el escritor y cineasta Jay Leyda publicó un gigantesco libro que recababa
toda la información posible sobre la vida oculta de Melville. A partir de
esa extensa investigación, Eric Schierloh (La Plata, 1981), escritor,
traductor y creador de la editorial artesanal Barba de Abejas, publicó el libro
“M” (Eterna Cadencia, 2019). Allí retoma los últimos años del
estadounidense, que luego del fracaso de varias de sus obras decidió retirarse
de la vida pública y terminar sus días como
un casi anónimo inspector de aduanas.
—¿Cómo se te ocurrió armar esto, más allá de haber encontrado el libro de Jay Leyda?
—Me gusta que digas “esto” en lugar de novela, directamente.
—Porque no es una novela.
—Exacto. Es un dispositivo o un artefacto armado de lecturas y textos. Yo vengo traduciendo la obra inédita de Melville, básicamente su poesía, sus cartas y sus diarios, desde 2006. Para cada volumen me propuse escribir un capítulo biográfico que pusiera en contexto la obra. A partir de ese momento, la vida de Melville empezó a interesarme particularmente. Un día me di cuenta de que esos textos que escribía estaban armando otro texto autónomo, y de que ahí había una biografía en potencia. Pero la verdad es que escribir una biografía tradicional no me interesaba mucho. Entendí que el único género capaz de acaparar todos los materiales que tenía era la novela, entendiendo novela en un sentido amplio. Entonces M es, en partes casi iguales, traducción, lectura, relectura, escritura e intervención gráfica.
—Resulta muy interesante que hicieras el pasaje de una cronología más clásica –año por año– para después hacer esa transición a una forma más novelada.
—Eso tiene que ver con que la parte más interesante, desde el punto de vista de una novela posible, es la de la vida de Melville, de sus viajes y su escritura, que todos conocemos –Moby Dick, Bartleby–. Pero a mí la parte que más me interesa es la que empieza en 1857, cuando Melville fracasa rotundamente en el área profesional y empieza a intentar escribir poesía y otros géneros, como las lecturas públicas, que son géneros menores. Allí emprende una vida de retiro y soledad que me resulta mucho más interesante para la escritura que la otra vida, más aventurera, de un marinero y un escritor que se propone, desde el principio, ser un escritor profesional.
—Se genera esa idea de la incógnita o de una búsqueda activa de la desaparición. Cómo el escritor, por ejemplo, resalta en sus libros pasajes sobre la posibilidad de la desaparición y el anonimato.
—Eso es algo que detecté desde el principio. Es como si en Melville estuviera esa tensión de la escritura moderna que es la tensión entre lo público y lo privado, entre la aparición y la desaparición, entre la visibilidad y la invisibilidad del sujeto que escribe. Esto forma parte de una tradición dentro de la literatura estadounidense –podríamos mencionar los casos de Emily Dickinson y J D Salinger–. Melville es el escritor más visible del siglo XIX que emprende ese retiro. Ese fue otro elemento, más allá de mi interés personal, que contribuyó a la construcción de este dispositivo: cómo la idea de la desaparición va dejando marcas en sus lecturas, en sus propios textos, en algunos gestos y acciones que hizo a lo largo de su vida.
—También está la figura del narrador, que va formando esa biografía un poco difusa, irrumpiendo de a poco el relato aparentemente objetivo.
—Eso tiene que ver con la cita que está al principio: ¿qué se hace con la información?, ¿qué se hace con lo que queda de una vida? Me parece muy interesante el rol del narrador. Si bien en M hay momentos en los que el narrador se da el lujo de narrar un poco más, también, algunas veces, es como si se sustrajera. Ese movimiento busca reflejar la tensión entre lo público y lo privado, entre narrar o no, entre desaparecer y necesitar aparecer. La tensión entre escribir –que en el fondo es un acto absolutamente privado– y publicar, que es un acto público. Los últimos dos libros que publica Melville, que son dos libros de poesía muy chiquitos, en 1888 y 1891, son publicaciones de 25 ejemplares financiadas por él mismo. Eso es casi una edición artesanal, como las que yo practico en la editorial Barba de Abejas. Fue un descubrimiento inesperado, porque, a pesar de que Melville fue uno de los escritores más conocidos del siglo XIX en Estados Unidos, los estadounidenses de su tiempo creían que había muerto entre 1865 y 1870.
—Hay, al final de su vida, una especie de resurgimiento de su figura ante el ojo público. La idea de que está vivo se vuelve noticia.
—Sí, al punto de que lo llaman Henry Melville, ¿no? No me interesa tanto la tragedia que se puede ver detrás de eso, sino lo normal que es eso: una persona que escribe y publica, pero ubica a sus lectores en un tiempo diferente, en el que sabe que ya no va a estar.
—Sí, con eso viene la creación de la figura del escritor. Quería señalar el tema del nombre de tu libro, M, que alude a ese nombre que cambia: Melvill, Melville.
—El libro nace cuando encuentro el libro Melville Log, de Jay Ledya. Es el dispositivo más grande que hay en la bibliografía melvilleana. Jay Ledya, que le dedicó diez años de su vida a escribir ese libro recabando documentos, hace ese juego: hubo un tal Herman Melville que podría ser una “M”, alguien que jugó a robarle el nombre y algunos textos. Esa duplicación es una muy buena lectura de las tensiones dentro de Melville, entre publicar y escribir para sí, entre ser un poeta que iba a escribir un monstruo –como decía su esposa–, un íncubo que nadie iba a leer, y ser efectivamente el escritor profesional que lograba publicar sus libros. Su figura implica la exposición de una dualidad que es también una metáfora de la escritura: desde el momento en que uno se pone a escribir, el lenguaje dice más de nosotros que lo que nosotros queremos hacer y decir con él.