Querer al otro y, sin embargo, poner punto final. Hacerlo porque la búsqueda de uno mismo no coincide con el proyecto común, o porque esa búsqueda exige espacio y oxígeno para crecer y seguir una meta. Miles de parejas en el mundo saben de qué va el asunto. Sin embargo, no por frecuente deja de ser agobiante el derrumbe anímico que conlleva el proceso. Más todavía cuando lo que se cercena o cambia de forma es un hogar con hijos. En esa experiencia descomunal bucea Noah Baumbach en su última película, Historia de un matrimonio. Un leitmotiv, vale decir, en el que el director ya se había sumergido en Historias de familia (2005), que reveló entonces su maestría para explorar la complejidad emocional de los lazos familiares y de pareja. Lo que distancia a esta última producción es que, si bien lo que se muestra en la pantalla es una ruptura irreparable, lo que subyace y se siente es, en rigor, una historia de amor. Una íntima, honesta y demoledora historia de amor.
Lejos de su extinción, entonces, es el amor que todavía resiste el que salva del infierno legal a los antes esposos y el que se revela en los pequeños detalles: es el gesto de él cuando auxilia a su ex durante un apagón o los cordones que ella ata en el zapato de él en la última escena. Porque lo que resulta evidente es que Charlie y Nicole (impresionantes Adam Driver y Scarlett Johansson) todavía se quieren, pero la vida que comparten en Nueva York, siendo él un director consagrado de teatro independiente, no coincide con las intenciones postergadas de Nicole de hacer televisión en Los Ángeles. En los hechos, son 4 mil quilómetros de distancia los que separan esos intereses; en términos menos mensurables, es profunda la incomodidad de Nicole con esa relación, en la que no se siente feliz. En todo caso, no hay un enjuiciamiento de las partes, aunque parece imposible no empatizar un poco más con quien lleva las de perder, en este caso, Charlie. La escena de Halloween, cuando, pese a todo su esfuerzo para viajar desde otra ciudad e improvisar un hogar en un apartamento alquilado e impersonal, redunda en frustración (su hijo ya festejó y no tiene mucho ánimo para volver a recorrer esa ciudad nueva e inmensa), puede ser leída como un atisbo de lo que vendrá, del tiempo siempre marginal que le quedará junto con su hijo. Por suerte, Baumbach matiza las cumbres del drama con un humor tan sutil –casi una marca personal de su cine– que el resultado parece mucho más cercano y creíble. Sólo así, con esa tonalidad de comedia, es posible sobrellevar escenas angustiantes, como la de esa suerte de asistente social, tan inexpresiva, que visita la casa de Charlie para calibrar su capacidad como padre. Los silencios de ella ante su torpeza (y una gran cuota de mala suerte) son para el espectador tanto amenaza como tensa distensión.
Clara exponente del mumblecore y deudora del cine de Woody Allen, la obra de Baumbach es pródiga en la búsqueda de naturalidad y en la directa identificación con personajes y situaciones. Por ejemplo, en ese diálogo entre Charlie y Nicole sobre el beneficio o no de recompensar a un niño cuando va al baño o en la costumbre de él de apagar las luces para ahorrar energía. Y también está, desde luego, en las frases hirientes, extremas, que se dicen en esa larga, detenida y catártica escena en la que ambos deciden descargar la tensión del proceso mediado salvajemente por los abogados (entre los que brilla el personaje de Laura Dern). Es, seguramente, una de las contiendas verbales más descarnadas, precisas y realistas que se hayan visto en una pareja de la pantalla, y la confirmación de Driver como un actor de poderosísima presencia y talento.
A lo largo de su obra, Baumbach parece volver una y otra vez a sus obsesiones, trazando una suerte de plan totalizador para retratar crisis vitales (de la veinteañera de Frances Ha, de los cuarentones de Mientras seamos jóvenes) o la ponzoña que subyace en algunos vínculos de familia (The Meyerowitz Stories, Margot y la boda). De todo ese conjunto, por el lirismo de narración (qué maravilloso contrapunto de silencios y música de Randy Newman), por el memorable trabajo de sus actores y por la visión a un mismo tiempo dulce y amarga del amor, es posible que Historia de un matrimonio represente un punto culminante de esa trayectoria.