Hace unas pocas semanas, tras la muerte de Neil Armstrong, escribíamos en Brecha que una era había terminado: la de la épica espacial de los viajes tripulados. También señalábamos el giro de las misiones espaciales hacia el sector privado comenzado el pasado junio con el vuelo de Space X, la compañía del fundador de Pay Pal, y bromeábamos amargamente que quizás las naves espaciales volvieran en forma de merchandising del Dragon, la cápsula de Space X.
No contábamos con Baumgartner. O más bien, no contábamos con Red Bull.
Es verdad, el salto del paracaidista austríaco fue emocionante.
El lento ascenso en un globo aerostático en Roswell (con todas las resonancias que esto tiene para cualquiera que tenga un póster que dice “I Want To Believe”). La apertura de la puerta de la cápsula y la lenta salida al exterior. La figura de Baumgartner parada en la cornisa (¿qué está pensando?). La respiración a lo Darth Vader. La venia (¿fue una despedida?). El salto. Lo rápido que desapareció de cámara. La estúpida sensación de estar nerviosos mirando fijo un puntito brillante. La entrada en el espiral (uh oh). La salida del espiral (¡fiu!). La apertura del paracaídas (¿son los colores de la bandera de Austria con el logo de Red Bull?). La vista del desierto (¿cómo controla el lugar de descenso antes de abrir el paracaídas?). El aterrizaje (¡ojalá yo bajara del ómnibus con esa elegancia!).
Tras cuatro minutos y 19 segundos de asombro, volvemos a la Tierra.
Y la tierra es un lugar mucho menos romántico que el cielo. Porque lo que acabamos de ver es el aviso publicitario más caro y más largo de la historia, aunque probablemente también el más riesgoso, y cuyos beneficios económicos son todavía incalculables.
Esto no le quita mérito alguno a Baumgartner. Ni siquiera le quita mérito a Red Bull. Lo que hicieron de alguna manera recreó precisamente la vieja emoción de aquella era perdida. Pero de manera bastante engañosa.
¿Qué fue exactamente lo que hizo Baumgartner? ¿Y para qué?
A pesar de la cantidad de tecnología puesta al servicio del salto, a pesar del nombre elegido (Red Bull Stratos), a pesar de la apariencia de Felix Baumgartner, el gran salto fue más una hazaña deportiva que otra cosa. Una hazaña cuya verdadera finalidad ha sido borroneada tras la loable excusa de sus “aportes a la ciencia”: “Red Bull Stratos busca contribuir al progreso de los avances científicos en aeronáutica para beneficio de la humanidad”.
(¡Ah, Brecha siempre igual! ¿No pueden disfrutar de las cosas? Siempre pinchando el globo (aerostático), siempre viendo la parte negativa de las cosas. ¡Alégrense un poco! ¿El tipo se tira cuarenta quilómetros de cabeza y ustedes vienen a embromar con Red Bull? ¡Alguien tenía que pagar por todo eso! Y si en el camino gana plata, pues ¿qué importa?, ¿está mal ganar plata? ¿Qué hay que hacer para que Brecha se alegre de algo en la vida?)
Es cierto, Baumgartner no podía tirarse con un traje de neopreno a surfear el aire. Así, ríos de tinta corrieron sobre su traje y su casco y el peligro que implicaba una rotura del mismo (de hecho, esto fue lo que ocasionó la muerte de Pyotr Ivanovich Dolgov en un salto de 28.640 metros en 1962). Pero de pronto, y sutilmente, comenzó a hablarse del primer salto “desde el espacio”. Y de todos los avances científicos que el salto de Baumgartner ayudaría a disparar (“desarrollar nuevos trajes espaciales con mejoras en la movilidad y claridad visual para el desalojo de pasajeros/tripulación en el espacio”). Ajá. De modo que el salto de Baumgartner (que no fue “desde el espacio”) ayudará a desarrollar mecanismos de escape para astronautas. No es casualidad que una de las preguntas que más se repitieron fuera si los astronautas de la Estación Espacial podían tirarse en caso de una emergencia.
Esto es lo que pasa cuando la ciencia la maneja Red Bull, la bebida “que te da alas”.
No son los astronautas de la Estación Espacial los que están mirando a Baumgartner sino, por ejemplo, los ejecutivos de Virgin Galactic, la compañía que espera algún día llevar turistas al espacio. O a algo que se parezca al espacio.
La publicidad del salto hacía que pareciera una novedad, incluso que Baumgartner fuera a saltar desde la estratósfera, cuando en verdad eso se hizo hace 50 años y en condiciones de increíble precariedad. Es conmovedor ver a Joseph W Kittinger Jr saltando con algo parecido a una caja de herramientas colgando de la cintura.
A fines de los años cincuenta los aviones supersónicos volaban cada vez más alto y más rápido. Era el primer paso para llevar a los hombres al espacio exterior. Y a esas velocidades y altitudes, los aviones se volvían más difíciles de controlar y era necesario elaborar un paracaídas que trajera a tierra a salvo a los pilotos que se eyectaban de los jets.
Joseph W Kittinger Jr no subió hasta la estratósfera para batir récord alguno o vender bebidas energizantes. Subió y se tiró para probar el paracaídas diseñado por Francis F Beaupre, un paracaídas secuencial, que evitaba los giros descontrolados durante la caída.
El salto de Baumgartner no va a ayudar a ningún astronauta a escapar de una nave en problemas. No va a cambiar nada en las cápsulas Orion, el nuevo vehículo de exploración espacial, cuyo sistema de retorno a la Tierra es el mismo que usaron las cápsulas Mercuy, Gemini y Apollo. Los conocimientos adquiridos tras el salto tampoco hubieran ayudado a escapar de los transbordadores espaciales, que vuelan demasiado alto y demasiado rápido para que saltar sea una opción. Por su parte, el traje usado por el austríaco es un pariente cercano de los trajes usados en los transbordadores, con mejoras para permanecer de pie, en lugar de estar sentado. El traje fue desarrollado por la compañía David Clark Co, quienes comentaron que “a lo mejor, en el futuro alguien quizás diga: ‘queremos que la gente use trajes espaciales, algún tipo de emprendimiento espacial comercial. Necesitamos que sean capaces de flotar por ahí mejor y no estar en posición sentada’”. Y sí, probablemente en el futuro haya afortunados que se vayan a flotar cómodos al espacio. Pero para eso no se necesitaba traspasar la velocidad del sonido en caída libre.
Ocho millones de personas miraron la trasmisión en vivo desde la página de Red Bull, más de la mitad de los trending topics en Twitter tenían que ver con el salto. Tras el descenso a salvo de Baumgartner, Red Bull posteó en su Face-book la foto del atleta, rodilla en el piso y paracaídas extendido en tierra: en 40 minutos la foto cosechó 216 mil “me gusta”, 10 mil comentarios y fue compartida 29 mil veces. Un hermoso espectáculo de dos temerarios: Baumgartner y Red Bull, que arriesgaban su vida, literal y metafóricamente, en el salto. Para la ciencia, un puñado de datos, seguramente bienvenidos, cuya utilidad más inmediata sea, probablemente, en el campo del deporte de alta competencia.
Lo mejor de todo el asunto tal vez sea, sin embargo, la participación de Joseph W Kittinger Jr en Mission Control. En su salto de 1960, una de las últimas cosas que hizo Kittinger antes de tirarse fue sacarle la antena al radio para evitar un accidente durante el descenso, y así quedó totalmente incomunicado. Ojalá que haya pedido un montón, pero un gran montón de dólares a Red Bull por decirle a Baumgartner: “Enciende las cámaras y nuestro ángel guardián te cuidará”.n