Aspirar a que un festival de cine transcurra con tranquilidad es desconocer la naturaleza de estos ámbitos y del cine mismo. Jean Luc Godard, Francois Truffaut, Claude Lelouch y otros detuvieron el Festival de Cannes de 1968 para plegarse a las protestas de obreros y estudiantes y para defender a Henri Langlois, el director de la Cinemateca francesa, destituido por el ministro de Cultura André Malraux por haberle contestado que la Cinemateca no estaba para hacer lo que mandara el gobierno. Más recientemente, Lucrecia Martel sacudió el Festival de Venecia anunciando que juzgaría a la película de Roman Polanski, pero que no estaría en la sala para celebrar al hombre. Al parecer, el Festival de Punta del Este decidió sumarse a esta tradición, aunque de manera harto degradada, al incluir en la competencia la hagiografía de Gustavo Cordera, perpetrada por el director uruguayo Federico Lemos.
Cuando acepté ser jurado del festival sabía que había un filme, aparentemente documental, sobre Gustavo Cordera. De hecho, lo único que me dijeron fue que la película estaba prácticamente terminada cuando hubo que “rehacerla” a la luz de las tenebrosas declaraciones del músico en 2016, realizadas en la escuela de periodismo Tea, en las que avaló la pedofilia y la violación. Lo que se sobreentendía era que aquellas declaraciones habían sacudido el documental hasta sus cimientos. Ahora sabemos que ese tremendo esfuerzo de rehechura tuvo como misión no sólo venerar al personaje, sino victimizarlo y justificarlo.
Todos conocemos la fábula del escorpión. Aquella cuya moraleja es que no se puede ir en contra de la propia naturaleza, incluso cuando hacerlo perjudica los intereses del propio individuo. Trasladado al documental esto sería así: Cordera es Cordera, no puede evitar ir contra sus propios intereses porque es auténtico. La autenticidad al palo, digamos. Así, y a pesar de que la película se limita a seguir al músico mientras dice banalidades con énfasis, y a poner en pantalla a un montón de amigos diciendo que Cordera es genial y que su único problema es la autenticidad, el público tiene espacio para preguntarse: ¿Cordera es auténticamente qué?
Lo que es indudable es que la tarea del jurado se vio largamente afectada por la presencia de esta película, que el director la presentó agradeciendo la “valentía” del festival por programarla y que, con Cordera en la sala, el documental representó al cine uruguayo entre otros que trataban de las violaciones de los derechos humanos en Guatemala, el robo de niños a los indígenas en Perú, los muertos de la dictadura de Stroessner en Paraguay, la violencia y la exclusión social en México, el choque cultural para los indios amazónicos en el Brasil de hoy, la hipocresía social en la España profunda. La discusión resultó todavía más compleja por la declaración de uno de los miembros del jurado, Martín Pommerenck, que dijo conocer de primera mano el testimonio de una menor que afirma que, desde los 8 hasta los 13 años, fue abusada por Cordera. Esta menor, dijo, está siendo asistida por Yamila Corin, de la Ong Mundanas, y por el abogado Juan Pablo Gallego, responsable de llevar a la cárcel al sacerdote Julio César Grassi, quienes desde sus respectivos lugares están asistiendo a la víctima.
La fábula del escorpión suele interpretarse de la siguiente manera: la gente malvada o con personalidad perversa no puede evitar lastimar a los otros, a pesar de que esto vaya en contra de sus propios intereses. “Soy una bestia”, dice Cordera al final del documental, cuando todos señalan que el músico acaba de dinamitar, de nuevo, su carrera, justo cuando, habiendo armado una nueva banda, empezaba a recuperarse de las consecuencias de haber separado, en la cima del éxito, a Bersuit Vergarabat. Esta es la preocupación de la película: la carrera de Cordera. Para otros, claro, las palabras del músico, tanto las de antes como las de hoy, suenan alto, son literales y resultan aterradoramente claras.