La dramaturga y directora se planteó el desafío de llevar a escena las voces de las protagonistas de “38 Estrellas”, el libro que cuenta la historia de las mujeres que, en pleno 1971, se fugaron de la cárcel. La obra agotó entradas en 2019, fue declarada de interés cultural por el Mec y vuelve, los viernes de marzo, a La gringa Teatro, con el fin de juntar fondos para presentarla en Chile.
—¿Cómo surge la idea de montar Operación Estrella?
—Iba caminando por Piriápolis y vi en la vidriera de una librería el libro de Josefina Licitra 38 Estrellas [Seix Barral, 2018]. Al leer la contratapa tomé conciencia de que no sabía nada de esa fuga. Les pregunté a dos compañeras de la compañía (Soledad Álvarez, productora, y Claudia Carbone, actriz) si sabían de esa historia, porque pensaba que había que ponerlo en una obra de teatro, y decidimos hacerlo. Nos nutrimos de muchas fuentes; entre ellas, el libro de Graciela Jorge, que es una de las ex-presas políticas que escribió sobre las dos fugas, la Operación Paloma y la Operación Estrella [Historia de 13 palomas y 38 estrellas, Tae, 1994].
—¿Cómo hiciste el trabajo dramatúrgico?
—De esta fuga de mujeres se sabe muy poco, así que la protagonista tenía que ser la historia, o sea, la fuga. Decidimos articular un formato de teatro documental. El trabajo dramatúrgico vino de la mano de la necesidad de habitar la escena contextualizando lo que sucedía. Así que las seis actrices están en el penal y de golpe hay un alto, usan el distanciamiento y cuentan al público sobre lo que estaba pasando en esa época, con elementos históricos y detalles de la vida en la cárcel.
—¿Entrevistaste a alguna de las ex-presas políticas que fueron parte de la fuga?
Sí, nos encontramos con Stella Saravia, Edith Moraes y Marta Avella. Luego tuvimos contacto telefónico con Graciela Jorge para decirle que íbamos a trabajar con su texto. Porque el libro de Licitra habla del movimiento Mln y de las acciones políticas que se llevaban a cabo desde ahí, pero no de las intimidades de la convivencia. Conversar con las protagonistas nos sirvió para nutrirnos y no cometer errores, porque queríamos ser fieles a las experiencias que ellas habían tenido. Incluso hay guiños, chistes internos, que entienden sólo ellas.
—¿Cuánto tiempo te llevó este proceso?
Estaba de siete meses de embarazo y la productora me llamó para darme un plazo de tres semanas para escribir el texto. Esa fue la primera versión. Luego la fuimos trabajando en los ensayos. La obra tiene muchos recursos dramáticos para poder contar desde lo simbólico, para que no quede todo en el plano de lo verbal.
—¿Cómo concretaste los detalles de la puesta?
Seis mujeres representan las voces de todas. Se habla de cosas personales, pero todas son anónimas, no se nombra a nadie en particular. La obra tiene dos escenarios, está el plano de la cárcel y después, en un plano paralelo, existe el lugar del interrogatorio, donde van haciendo monólogos. El montaje no es lineal: están viviendo una situación cotidiana y de pronto se distancian para narrarla. Además, en las escenas del día a día se va viendo cómo se planifica la fuga.
—¿La considerás una obra feminista?
—Está enfocada en el empoderamiento femenino, en la sororidad y en la conciencia de un grupo de mujeres que estaban encerradas y buscaban, juntas, una libertad colectiva. Me gustó trabajar sobre el lugar que tenían en el Mln, cómo se paraban en el movimiento emancipatorio de aquella época. Pero además, en el penal, les daban hilos, agujas, metros y elementos para hacer tareas de costura, cosas “de mujeres”. Y con eso ellas armaron el plano de la cárcel, marcaron dónde cavar el boquete… Crearon su estrategia de fuga a partir de esas herramientas que, aparentemente, eran inofensivas porque eran femeninas.
—¿Cómo guiaste a las actrices?
—Empezamos a trabajar pensando en cuáles son nuestras luchas hoy, y cuáles nuestras prisiones. Sin pretender entender lo que fue esa experiencia histórica, reflexionamos acerca de las banderas que hoy portamos. Lo importante era que cada una supiera que era una voz dentro de todas, y que si bien habíamos elegido a algunas, podríamos haber elegido a otras. Cada una investigó sobre el monólogo que le tocaba en el interrogatorio, porque presenta una experiencia particular, e hincaron el diente en los detalles de las historias de estas mujeres que les tocaba representar. Hubo muy poca composición, los personajes son mujeres en situación, entran y salen de sus identidades.
—¿Cómo está planteada la escenografía?
—En el espacio central está la habitación, que tiene tres paredes hechas con hilos. Hay dos camas y una mesa de luz. El juego es sobre los límites difusos del encierro y la libertad; son como rejas que, a la vez, son paredes. Más adelante está la mesa del comedor, donde pasaban horas haciendo manualidades. Y en el otro extremo, adelante, está la silla del interrogatorio con una luz que pertenece a otro universo.