En Kenia, con millones de trabajadores informales, el agua privatizada y viviendas superpobladas, los llamados a la cuarentena resultan impracticables para la mayoría, que reclama apoyo económico estatal. El gobierno, sin embargo, ha preferido poner el énfasis en un acuerdo con Google.
Dos semanas después de que Nigeria confirmara su primer caso de covid-19 y una semana después de que Sudáfrica hiciera lo propio, el ministro de Salud keniano, Mutahi Kagwe, apareció en televisión el 13 de marzo para anunciar el primer caso en su país. En la actualidad, Kenia tiene más de 80 casos positivos confirmados, tres recuperaciones y un fallecimiento.
Desde el comienzo, la respuesta del gobierno padeció de una gran descoordinación. No ha habido planes claros de cuarentena para quienes vengan del extranjero (los retornados son llevados al hospital Mbagathi o a otra instalación gubernamental, o pueden pagar hasta 125 dólares por día durante dos semanas para “autoaislarse” en un hotel donde no están separados de otros viajeros), no hay suficientes camas en los Cti y las líneas telefónicas para consultar por el coronavirus se caen regularmente.
A partir del 13 de marzo, los mensajes usuales del gobierno a la población han sido: “quédate en casa”, “trabaja desde casa” y “mantén la distancia”. Estas intervenciones, junto con la reciente declaración del presidente de que se ha permitido a Google que los globos de helio de su proyecto Loon proporcionen Internet 4G –ya que todos deberíamos estar trabajando desde casa–, han confirmado para muchos que Uhuru Kenyatta es simplemente el “presidente de los ricos”, como algunos kenianos ya lo llamaban.
NO BASTA CON EL COPIE Y PEGUE. Para empezar, muy pocos kenianos tienen trabajos que les permitan quedarse en casa: muchos son jornaleros en el mjengo (la construcción, en suajili), vendedores ambulantes u obreros de las zonas industriales. Se estima que alrededor de 12 millones de personas forman parte de la economía informal, pero el número real podría ser muy superior. Además, en las ciudades abundan asentamientos densamente poblados donde es imposible practicar el distanciamiento social.
Para empeorar las cosas, las persistentes políticas neoliberales de las últimas décadas han privatizado la provisión de agua, coartando los derechos básicos de una gran parte de la población. Los llamamientos a lavarse las manos con asiduidad o a comprar alcohol líquido o en gel no son de mucha utilidad para la mayoría, que no tiene o no puede comprar ni agua ni alcohol.
En este escenario, obligar a las personas a “quedarse en casa” sin ofrecer iniciativas económicas que tengan a los sectores populares como centro sólo impulsará lo que el Grupo de Trabajo de los Centros de Justicia Social, un colectivo de 30 centros comunitarios de Kenia, denominó en un comunicado del 18 de marzo “la discapacidad financiera y el hambre de las grandes mayorías”. Esa es la razón por la que activistas como Gacheke Gachihi, militante barrial y coordinador del Centro de Justicia Social Mathare, en Nairobi, han pedido que se replanteen las medidas de cuarentena y se innove en las intervenciones locales contra el coronavirus, de forma de evitar que los kenianos se limiten a “copiar y pegar soluciones europeas”.
“PRIMERO AGUA Y COMIDA”. Tras el anuncio del 23 de marzo sobre los globos de helio con Internet 4G, cientos de kenianos lanzaron en Twitter el hashtag #WaterAndFoodFirst, que se volvió trending topic esa misma tarde. Por su parte, representantes de los choferes de las mototaxis boda boda (una actividad de la que, según la Asociación de Fabricantes de Motocicletas de Kenia, viven más de 4 millones de personas) destacaron a la prensa la necesidad de que “Uhuru nos hable sobre comida y coronavirus, y no sobre globos”.
Aunque las 500 estaciones de lavado de manos que se inauguraron a lo largo de Nairobi el 21 de marzo –algunas de las cuales fueron vandalizadas y sus canillas robadas dos días después– pueden hacernos cuestionar cuán preocupados están los kenianos por el nuevo virus, lo cierto es que desde Eldoret hasta Nairobi las restricciones provocadas por la pandemia de covid-19 ya causan un gran sufrimiento. Los precios de los productos de la canasta básica permanecen inalterados y el costo del transporte público se ha duplicado: las empresas han intentado compensar de esta manera el déficit generado tras la orden de que sólo se puede permitir a bordo una cantidad mínima de pasajeros.
En lo que fue tal vez un pequeño intento por escuchar las demandas de la población, dos días después del anuncio de los globos de Google, Kenyatta presentó un “paquete de estímulo” que, entre otras medidas, redujo a partir del 1 de abril el impuesto al valor agregado del 16 al 14 por ciento. El paquete también implementa reducciones de impuestos para las personas que reciben un salario mensual de hasta 24 mil chelines kenianos (240 dólares, aproximadamente), y facilita la contratación de trabajadores de salud adicionales. Uhuru, su vice y otras autoridades también anunciaron que recortarán sus sueldos.
Aunque el paquete trae algo de alivio, la reducción impositiva propuesta se dirige sólo a aquellos que tienen contratos de trabajo, mientras que una gran parte de los kenianos vive, como mucho, de jornales que recibe sin términos fijos. Tampoco es de ayuda para quienes han perdido sus empleos, ni reconoce el costo real de los alimentos para la población, que se enfrenta a una caída en el valor del chelín.
LA POLICÍA VERSUS EL CORONA. Aunque el gobierno aún no ha impuesto la cuarentena general y obligatoria, ha dicho que esa es “una opción sobre la mesa”. Algunos analistas y personalidades públicas, incluido el exgobernador William Kabogo, piden que se decrete una cuarentena con suficiente apoyo económico para todos. Actualmente están restringidos todos los movimientos dentro del país, excepto los esenciales, y el viernes 27 de marzo entró en vigencia el toque de queda entre las 19.00 y las 5.00. Sin embargo, la implementación de este toque de queda resultó ser más peligrosa para la salud pública que el propio covid-19: para que los kenianos se fueran a casa la Policía apeló a lo que varias organizaciones de derechos humanos, entre ellas Amnistía Internacional, han llamado “uso excesivo de la fuerza”. Irónicamente, el recuento de muertes en el día dos del toque de queda fue de cuatro muertos por la Policía y uno por coronavirus.
Más allá de estas intervenciones gubernamentales, insatisfactorias para muchos, los kenianos buscan ayudarse mutuamente donde y como siempre lo han hecho: las comunidades se han unido para asegurarse de que los más vulnerables, como los enfermos y los ancianos, tengan acceso a alimentos y agua. Incluso allí donde el agua debe comprarse, los activistas se han asegurado de que se establezcan tantos puestos de lavado de manos como sea posible.
África está en este momento muy por detrás en la curva de infecciones a nivel mundial, pero cuando los contagios alcancen su pico, ¿bastará con estas formas cotidianas de solidaridad para protegernos? En una entrevista para Daraja Press, Gacheke Gachihi argumentaba que esta crisis ha enfatizado aun más el abandono de los pobres por el gobierno y que es, por lo tanto, “un recordatorio de que estamos solos”. Por aquellos que “no pueden quedarse en casa”, dice, debemos continuar construyendo “un movimiento en pos de la justicia social”. Esa es, ciertamente, la única opción con la que pueden contar los kenianos que no tienen cómo disfrutar de los globos de Google.
(Publicado originalmente en Africa is a Country como “The People vs 4G Internet and other corona stories from Kenya”. Traducción y titulación en español de Brecha.)