El miércoles 27 de mayo, Uruguay recibió con tristeza la noticia de la muerte del maestro. Tenía 79 años.
Ningún personaje de la música erudita uruguaya llegó a ser tan mediático. Era Federico, nomás, sin necesidad del apellido. Por lo general, en Uruguay, sólo los jugadores de fútbol alcanzan el valor comercial e institucional que su figura llegó a tener. Todos reconocían su estampa, esa especie de Gepetto de frac que solía aparecer en las fotos con los brazos alzados, en pleno acto de dirigir, casi siempre con su curiosa sonrisita pícara y los ojos engañosamente somnolientos.
Esa fama la construyó a partir de su segundo período como director de la Orquesta Sinfónica Municipal, a partir de 1993. Fue el principal responsable por el cambio de imagen de la orquesta, respaldado por las modificaciones en la organización institucional y en el perfil artístico, que incluyeron su nueva denominación como Orquesta Filarmónica de Montevideo. Su enfoque en esa etapa respondió al modelo, usado desde hacía décadas por las orquestas provincianas estadounidenses, que consiste en renunciar a un apego estricto por la música seria y explorar el potencial sonoro de la sinfónica y su imagen de prestigio social para –a través de un repertorio fácil y pegadizo, disposición pedagógica y espíritu de show– llegar a un público más amplio. Surgieron entonces proyectos como la Filarmónica Cartoon, que involucraba personas disfrazadas de Mickey o la Pantera Rosa, o Una noche de película, con un repertorio de fragmentos de las bandas musicales de Superman, ET y Pinocho, y con proyecciones de fragmentos de las obras cinematográficas. El más exitoso de esos emprendimientos fue Galas de tango, en el que la orquesta, con la incorporación de bandoneones e intervención de bailarines, tocaba tangos archiconocidos. García Vigil compuso el que bien puede haber sido el mayor hit sinfónico de Uruguay en largos años: su obra “Variaciones sobre un tema de Rada”(2001) es una glosa del Bolero,de Ravel, adaptada a la melodía de “Candombe pa’l Fatto” sobre una batea de murga, y rematada con el giro final de El pájaro de fuego,de Stravinsky.
Por supuesto que es una premisa que da para discutir: ¿tiene sentido que el Estado financie una institución costosa para celebrar, en forma populista y colonial, la cultura Disney y Spielberg o hacer la enésima versión de “La cumparsita” (y que dista de ser la que tiene más swing tanguero y osadía)? Los argumentos a favor pueden venir por el lado pragmático, afirmando que el sistema republicano representativo necesita que sus iniciativas encuentren aprobación popular, y que una cosa no quita la otra (porque los conciertos de tipo serio no se dejaron de hacer). Otro posible argumento sería el pedagógico: esos espectáculos populares contribuyen a generar el hábito de ir a conciertos orquestales, de modo que el costado “serio” de la orquesta se termina beneficiando del costado “poco serio”. Esto último, en los hechos, fue lo que ocurrió: aumentó mucho la asiduidad a los conciertos regulares de la Filarmónica, que llegó a una cifra de unos cien mil espectadores anuales.
García Vigil tenía una buena técnica como director. Fue de una generación para la que seguía rigiendo el modelo del director tiránico, que emplea la táctica de amedrentar a los músicos con humillantes comentarios mordaces para imponer disciplina, atención y mayor esfuerzo de parte de todos. Pero dicen que también solía ser alegre y muy generoso cuando alguien le pedía algún tipo de asesoramiento. Hizo bien su trabajo y alcanzó objetivos importantes. Su grabación de Campo, de Fabini, es la más biensonante disponible, y es una muestra de su solvencia en un ámbito específicamente erudito, con flexibilidad, gracia y equilibrio. Bajo su batuta, la orquesta empezó a sonar mucho mejor de lo que sonaba a la salida de la dictadura.
VIDA Y FORMACIÓN. La pareja García-Vigil eligió los nombres de sus hijos en tributo a, respectivamente, Federico García Lorca y Mariana Pineda. No hubo músicos en la familia antes de Federico y su hermana, la cantante Mariana García Vigil, pero ellos recuerdan un entorno familiar muy melómano. Con 5 años de edad, Federico ingresó al Conservatorio Kolischer, en el que superó ampliamente el nivel básico del piano clásico. Púber aún, le regalaron una guitarra, y la atracción por ese instrumento lo desvió hacia la música popular.
Su olfato para el gran público, su sentido del espectáculo y su interés por acercarse al ámbito popular pueden explicarse por sus antecedentes musicales, ya que compartió el riquísimo ambiente musical de La Mondiola y Pocitos en la década del 50. Participaba de las reuniones que se organizaban en el fondo de la casa en que vivían los hermanos Vila, Caio y Chocho, y Urbano (Moraes), futuros integrantes, respectivamente, de Los Shakers, Los Delfines y El Kinto. Otros adolescentes de espíritu musical pasaban sus días allí, haciendo música y charlando sobre música, conformando lo que empezaron a llamar el “Taller de los inútiles”. Esos vecinos eran Manolo Guardia, Chichito Cabral, Bachicha Lencina, Hébert Escayola, Eduardo Useta, Héctor Prendes, Pelín Capobianco y Ruben Rada, y recibían visitas frecuentes de los hermanos Fattoruso. De distintas combinaciones de esos personajes saldrían montones de proyectos fundamentales para la música uruguaya.
La afición por el jazz llevó a Federico a frecuentar el Hot Club, donde Paco Mañosa, viéndolo tocar la guitarra, se percató, vaya uno a saber cómo, de que tenía alma de contrabajista, y lo convenció de estudiar ese instrumento. En un par de años, Federico se convirtió en uno de los mejores contrabajistas del medio. Con el contrabajo, integró las formaciones iniciales de los Hot Blowers (grupo de dixielandy canciones, fundado en 1958 y liderado por Bachicha) y del Quinteto de la Guardia Nueva (grupo de tango moderno, fundado en 1961 y liderado por Manolo). Era común que las estrellas extranjeras que visitaban Uruguay contrataran instrumentistas locales, y así Federico tuvo oportunidad de tocar con Nat King Cole, Troilo, Maysa, Elizete Cardoso, João Gilberto y Dorival Caymmi.1 Si tuviera que elegir el trocito de música grabada más importante de entre todos en los que estuvo su mano, destaco la versión original de “Tres minutos con la realidad”, que Piazzolla realizó en Montevideo, en 1957 (el segundo puesto va para “Margaritas rojas”, de Mateo, 1969).
En 1961 fue contratado por la Orquesta Sinfónica de La Habana y se mudó para Cuba. Siguió haciendo música popular, participando en proyectos junto con muchachos de su edad, como Pablo Milanés y Chucho Valdés. De regreso a Montevideo, se integró a la Ossodre en 1966, y empezó a componer música para teatro, actividad con la que llegó a ganar seis premios Florencio. Empezó a viajar quincenalmente a Buenos Aires para tomar clases de dirección orquestal con Simón Blech. En 1968 cofundó, con Manolo Guardia, Camerata de Tango, el más original y recordado de los proyectos de música popular que integró.
García Vigil nunca tuvo una fuerte militancia política, pero los demás integrantes de Camerata, sí. Que estuviera asociado con el grupo, así como el hecho de haber vivido cuatro años en la Cuba revolucionaria, pesaron en su contra durante los gobiernos autoritarios de Pacheco y Bordaberry. Frente a caminos que se le empezaban a cerrar y con ganas de perfeccionarse como director, se fue a Francia, donde residió de 1972 a 1974. Allí, su participación en tres funciones de la cantata“Santa María de Iquique”, con los Quilapayún, agravó su reputación para el gobierno uruguayo, ahora desembozadamente dictatorial. Pese a haber ganado un concurso de dirección orquestal en Estrasburgo, al regresar a su país estaba clasificado como ciudadano categoría C, no elegible para cargos públicos. Pudo escribir algunas músicas para la Comedia Nacional, que registró y acreditó con seudónimo, con la complicidad de los artistas teatreros. Por suerte, el premio en Estrasburgo le valió invitaciones puntuales para dirigir distintas orquestas americanas. Su debut fue con la Orquesta Sinfónica de Maracaibo, de Venezuela, y luego dirigió orquestas de Colombia, Estados Unidos, Brasil, Argentina y Perú.
En cuanto terminó la dictadura, fue convocado para asumir como director titular de la Orquesta Sinfónica Municipal. Esa responsabilidad, que además puso fin a más de un decenio de inestabilidad profesional, contribuyó para que superara un serio problema de alcoholismo. Dejó de tomar a fines de 1985 y logró sostener la abstención total por el resto de su vida. Ganó, además, el concurso para docente de Dirección Orquestal en la Escuela Municipal de Música, y fue, durante varios años, un relevante formador. En 1990 asumió como director titular de la Orquesta Sinfónica de Colombia, hasta que lo convocaron para retomar la Orquesta Sinfónica Municipal en 1993, que pronto se convirtió en la Filarmónica. Aunque se jubiló en 2007, mantuvo hasta el final el estatuto de director honorario. Puso mucho empeño en la composición de una ópera, Il duce, estrenada en 2013. Será recordado por mucho tiempo en su asociación con la Filarmónica y en su importantísimo papel de divulgador.
1. Esta nómina, así como la mayoría de los demás datos biográficos, derivan de la biografía Federico, de Luis Fernando Iglesias y Alejandra Volpi, Terare, 2007.