La denuncia penal contra el “cuplé a Rivera” que escenificó Edison Campiglia, el personaje que encarna Rafael Cotelo en el programa La mesa de los galanes, ha llevado a un nuevo nivel la polémica acerca de si es lícito hacer reír humillando a un grupo social al que no se pertenece. Como afirma el colectivo Entre en su último libro, “suele pensarse que el humor es ejercido por los débiles para reírse del poder, pero no es lo más habitual: en general el humor es ejercido por el poder para reírse de los débiles”.1 Una ironía necesita, para ser “inocua” o no lastimar, que tanto el emisor como el receptor manejen un código compartido que permita comprender la intención. Si se trata de insultos y agravios explícitos, cuidar que se entienda bien ese código debería resultar fundamental. En el caso de Micky Vainilla, el personaje de Capusotto, muy nombrado estos días en las redes sociales, todos los paratextos ficcionales, el vestuario, el montaje, la música y otros recursos funcionan como colchón para garantizar la claridad del pacto: nos estamos riendo de Micky Vainilla (es decir, del fascista poderoso), no con él. Cuando no hay cuidado suficiente para establecer con transparencia el código de la ironía, es muy comprensible que el destinatario, excluido y agraviado hasta el hartazgo, pueda no sentirse partícipe de las salvaguardas ficcionales y se tome el chiste “en serio”.
Incluso a quienes se ríen en público de los demás les toca, a veces, estar del otro lado. Así como pasó entre Montevideo y Rivera, sobran ejemplos de cómicos porteños vilipendiados en Uruguay por referirse a nuestro país con sorna y superioridad. Curiosamente, las mismas personas que defienden la idea de que el humor violento “no hace ningún mal” suelen, también, ofenderse al máximo cuando les toca ser ridiculizadas. Porque todo eso es parte del folclore de la masculinidad: se trata de honrar un modo de ser “de barrio” que suele incluir una pertenencia implícita al mundo del fútbol y el carnaval, y que te permite adherir a la forma hegemónica de ser varón, para la que es importante comprender que, en nombre del humor, cualquiera puede y debe ser sacrificado.
La mesa de los galanes está llena de personajes mediáticos que han sido, en varios casos, voceros de la izquierda partidaria, pero no asumen con mucha conciencia esa responsabilidad. Su humor continúa, con toda normalidad, celebrando el bullying como una forma básica y naturalizada de relacionamiento. El oscuro deseo de hacer de facho viene garpando hace años, aunque suponga amplificar discursos nefastos y lastimar a un montón de gente. Las feministas, que sabemos del dolor que causa el humor patriarcal en las mujeres, las niñas, los niños y las y los adolescentes, y lo que supone el humor xenófobo y clasista para varios sectores sociales (recomiendo leer al respecto la maravillosa nota que escribió, sobre este tema, Pilar Uriarte Bálsamo en el portal Zur)2, hemos intentado, sin éxito alguno, invitar a nuestros comediantes (al menos aquellos que consideramos afines ideológicamente) a que nos ayuden para que haya otro tipo de humor en los medios. A pesar de la insistencia, no logramos que entiendan que los chistes son el lujo de quienes tienen voz. ¿Cuánto humor que se ría de los montevideanos hay en los medios de alcance nacional? ¿Cuánto humor feminista, antirracista? ¿Cuánto que esté dispuesto a poner en jaque al poder, habilitando que hagan chistes quienes no son varones, ni blancos, ni capitalinos, ni de clase media? Oídos sordos: una y otra vez se celebra la viveza de quienes entienden que para hacer comedia no es necesario estudiar, ni tomar posiciones políticas, ni desarrollar un pensamiento crítico.
Nos acusaron de censuradoras y políticamente correctas, prefirieron aliarse a los valores liberales en lugar de entender que, lejos de ser totalitarias, les estábamos pidiendo una empatía que es importante para disminuir la violencia y cambiar las relaciones humanas y la vida. Esa empatía exige asumir nuevos desafíos, repensar lo que se dice, hacer lugar para otras voces. Ahora ya no somos nosotras: hay una denuncia penal en el medio y la derecha se agarra, como una garrapata, del discurso de odio que no logramos desarmar. Pretender dirimir los temas del humor en el Poder Judicial es muy terrible y oscuro, y, a todas las personas que creemos en la democracia, nos hace comprometernos con la defensa de la libertad de expresión. Pero ojalá que esto sirva como aprendizaje, porque ya estamos cansadas de decir las mismas cosas, una y otra vez. Queridos comediantes de izquierda, basta de hacer humor servil a la derecha. Porque si le das la espalda, la derecha no tiene ni risas ni bandera.
1. En el libro La reacción. Derecha e incorrección política en Uruguay, de Entre. Estuario, 2019.
2. Disponible en https://zur.uy/no-te-podemos-criar/.