1. Al principio fue el verbo. Bueno, también fue la imagen. Vinieron juntos. La primera tapa del primer número de Brecha da cuenta de ese parto de mellizos. Ilustración se le llama al segundo de los hermanos y está bien el apelativo, pero a veces no es suficiente. Nos da la engañosa idea de que el dibujo o la fotografía están meramente subordinados al texto como un perrito conducido con la correa por su dueño. No siempre es así. No sólo porque cuando la imagen acompaña al texto a menudo también subvierte su compañía, empujando el significado en varias direcciones posibles, sino porque en ciertas ocasiones pareciera que es el texto el que está allí únicamente para ilustrar la imagen. Tal la potencia expresiva de esta última, que fagocita, sin consideraciones, todos los sentidos que emanan del texto. Si se sigue el ejemplo de los mellizos, podría decirse que la imagen es la hermanita que aparece primero a los ojos desmesurados del lector, que ya no es lector, sino otra cosa más completa que trabaja con su imaginación para traer al mundo a los mellizos. Bueno, basta de partos. Dejemos de lado esa otra metáfora bíblica que sugiere sangre y dolor, pues lo más importante es que la dupla imagen y texto funcione con eficacia y al unísono, que se equilibren en una armonía que es visual antes que nada y sonora por sus resonancias didácticas. En principio fue la imagen y después vino la música de las palabras. Y entre ambas buscaron la verdad o las verdades.
2. En 35 años de existencia Brecha fue mudando su aspecto. No hay una línea estética predominante. En algunas épocas el dibujo ostentó un tinte dramático y oscuro, en otras hizo gala del humor y la sátira picante. También la fotografía vino a dar su golpe de gracia y de realismo y luego pudo virar hacia atmósferas líricas o plantarse en clave de denuncia. Las secciones Política, Sociedad, Cultura y Mundo propician una dinámica particular en el interior del semanario, pero las imágenes suelen emplearse para unificarlas. Tras haber aclarado esto, se puede decir que en Brecha confluye una larga tradición de lo mejor del arte uruguayo –con los más altos exponentes de la pintura, el dibujo y la fotografía pasando por sus páginas–, como Uruguay supo tener desde los años veinte del siglo pasado en sus publicaciones periódicas –La Pluma, Alfar, La Cruz del Sur– hasta la época de su nacimiento a mediados de los ochenta, tradición interrumpida apenas por el paréntesis de la generación del 45, que no fue demasiado adepta a la imagen en sus revistas culturales: esos hipercríticos no la eliminaron del todo, pero contuvieron sus desbordes: Asir, Número, Escritura son un ejemplo de sobriedad que aburre. Por cierto, Brecha recoge la tradición de Marcha, poblada de integrantes de aquella generación, pero le otorga un mayor brío y espacio a la imagen, y se suma al grupo de publicaciones de papel de diario que vieron la luz con la reapertura democrática y un poquito más allá –Jaque, El Dedo, Opinar, Guambia, Relaciones, la segunda época de El Popular, el suplemento El País Cultural–. Con estas compartirá colaboradores en ambos planos de escritura e imagen. Lo que se intenta subrayar es queBrecha retoma la idea de la elección de buenos creadores para iluminar sus páginas, generando una impronta cultural, marcando el interés por el fenómeno gráfico-plástico y logrando mantenerlo en el tiempo como ninguna de sus coetáneas lo logró. Amanece que no es poco.
3. Lo que se dice con la imagen no está escrito. Corresponde a un estatus de la realidad imaginaria que no guarda equivalente con la palabra escrita ni con el sonido articulado ni con la imagen en movimiento. Esos otros vehículos de significación, esos otros significantes en la jerga semiótica, pueden estructurarse en una gramática práctica, pueden descomponerse y volverse a armar con arreglo a ciertas leyes compositivas específicas. En cambio, el poder de insumisión de un dibujo, de una caricatura, de una fotografía –aquello que Roland Barthes llamaba «el sentido obtuso de la imagen»– puede ser incontestable. Francia y el mundo entero han vuelto a ser testigos recientes de la descarga del odio y de la brutal violencia con la que los intolerantes responden al gesto libertario y desacralizador del humor gráfico. Aun en un mundo en el que se producen millones y millones de imágenes electrónicas por minuto, la gráfica impresa tiene mucho que decir. Intento contenerme, no mencionar ejemplos desde las páginas de Brecha, porque las colaboraciones de nivel que se suceden son tantas y de tal calidad que dar cuenta de unas me obligaría a dejar de lado al resto, y esto no es un concurso, sino 35 años de acciones gráficas, de operaciones complejas, felices y valientes. Confieso que me cuento entre los que conservan recortes de prensa con artículos que no quiero olvidar, sobre temas a los que quiero volver. Algunas de estas ilustraciones de Brecha ocupan un espacio en esa colección secreta y apretada en los estantes de las bibliotecas, otras están enmarcadas en cuadritos o sirven como separadores de libros, en carpetas transparentes. Allí resalta otro de los atributos que comparten las letras impresas y las imágenes en tinta sobre papel: nos esperan. No tienen apuro. Están allí para ser consideradas en su materialidad a la vez tosca y delicada. Me consta que algunas de las ilustraciones han sido realizadas con medios digitales, ni qué decir de las imágenes fotográficas, y que en su continuo fluir por las redes sociales cumplen funciones tan relevantes como cuando viajan impresas. Pero permítanme ese fetichismo. Y permítanselo, amables lectores. Hoy, en esta edición especial de Brecha, tendremos la oportunidad de ver muchas grandes obras de arte en su género, escogidas por sus propios autores, que han escrito unas líneas* para que no nos olvidemos que estas imágenes surgen como expresión de un cerebralismo lúcido y largamente meditado. No nos está dado, empero, agotar todos sus sentidos, que resuenan más allá del tiempo en que nacieron. Es el valor de su inmanencia lo que las sostiene incambiadas.
* Los textos integrarán la versión digital de este especial, que se publicará en las redes sociales de Brecha.
Miradas que vale la pena celebrar
Cuando el año pasado emprendimos el proyecto de cambiar el diseño, debimos adentrarnos en la historia gráfica de Brecha. Para algunos de los que hoy conformamos el colectivo, fue una muy grata tarea repasar los cambios sucedidos a lo largo de estos años, sorprendernos con las decisiones de los diseñadores de las diferentes épocas y maravillarnos con las ilustraciones y las fotografías, con los dibujantes y los fotógrafos que han trabajado durante estos 35 años en el semanario. Aunque muchos digan que nuestras páginas abusan del texto, lo cierto es que la fotografía, el dibujo, los collages publicados son una parte fundamental de nuestra identidad periodística. Lo que se verá en las páginas siguientes es una muestra inacabada de todo eso que fue surgiendo al hurgar en el archivo (eso incluye lo más viejo y lo más reciente). Y es inacabada porque el espacio en el papel es finito, pero también porque nuestro archivo es imperfecto: no todos los originales de los trabajos permanecen bajo nuestra custodia ni todo lo que hay está registrado de manera que sea sencillo identificar quién lo hizo o cuándo fue publicado. En algunos casos debimos hacer el trabajo de mirar número por número, a veces guiados por el autor, otras veces totalmente a tientas, para certificar que efectivamente tal o cual trabajo fue publicado o qué nota ilustraba. Algunas veces no llegamos a buen puerto. A todos nuestros compañeros: los actuales —que aceptaron gustosamente participar— y los que ya no están, vayan las gracias de todo el colectivo.