Charles Bukowski no paraba de escribir, beber y decir mentiras. Tras su muerte, ocurrida en 1994, John Martin, su editor, mentor y amigo, tenía suficientes poemas inéditos como para alimentar a los fans de Hank por varios años. Dicen que Bukowski escribió más de 5 mil poemas, y probablemente sea verdad. Pero muchos de ellos casi casi los escribió Martin o, incluso, quizás, su secretaria.
La historia de Martin y su sello editorial, Black Sparrow, merecen un libro aparte. La mítica editorial que publicó a Bukowski cuando nadie daba un centavo por lo que escribía –que también cobijó a John Fante y Paul Bowles– terminó vendiendo, en 2002, un catálogo de 49 libros de estos tres autores por un monto de siete cifras a Harper Collins. Pero a partir de 1994 había venido publicando, a buen ritmo, todos los poemas que Bukowski había dejado inéditos, que cada vez sonaban menos bukowskianos. Así, empezaron a desaparecer las referencias a beber como un cosaco, las malas palabras, las prostitutas, el sexo desenfrenado, las drogas y, por decirlo de una manera conocida, la locura ordinaria. Como si eso no fuera suficiente, aparecieron los delfines y la infancia perdida, desaparecieron las referencias a Ezra Pound, aparecieron adverbios como reluctantemente.
Estos cambios incomprensibles minaron los libros póstumos de Bukowski hasta que apareció Abel Debritto, un joven investigador que se interesó por el recorrido de la obra del escritor en las pequeñas revistas literarias de Estados Unidos. Sus investigaciones literarias lo llevaron a consultar muchas de esas publicaciones y a cotejar las versiones de los poemas, trabajo recogido en formato libro para enderezar el rumbo. Debritto es el curador de esta nueva antología de textos de Bukowski, titulada La enfermedad de escribir. Se trata, verdaderamente, de una colección de fragmentos de cartas (entendemos que la mayoría son inéditas) que, de una manera u otra, hablan sobre escribir y publicar, y sobre preferencias, gustos y disgustos en la práctica de la literatura. Debritto ya había publicado una colección de poesía en 2016 y otra de poesía inédita en 2017, las primeras ediciones desmartinizadas (Essential Bukowski: Poetry y Storm for the Living and the Dead: Uncollected and Unpublished Poems), y luego compiló una serie de antologías temáticas llamadas On Drinking, On Love, On Cats y On Writing (esta última, traducida como La enfermedad de escribir, objeto de esta reseña).
Está bien pensar que se trata de productos editoriales destinados a seguir vendiéndonos a Bukowski 25 años después de muerto, pero hay productos editoriales que se sostienen y otros que son una estafa. En el caso de los que cuida Debritto, suelen ser de los primeros y apuntan siempre a la recuperación del Bukowski que los lectores conocen y aman. Porque, más allá de los ejes temáticos, que en este caso son una manera de ordenar, está la misma pregunta de siempre. Esa pregunta que empezó a tener un no por respuesta en las colecciones póstumas editadas por Martin: si esa letra impresa todavía contiene el alma del dirty old man que hizo felices a tantos lectores.
La enfermedad de escribir no es ficción: sigue siendo una colección de fragmentos de cartas que giran en torno a la escritura. Sin embargo, nos hace volver a ese mundo desastrado que los personajes de Bukowski habitan, a su visión descarnada de la existencia y a recorrer, nuevamente, la senda del perdedor. El libro recupera ese aspecto peculiar de Bukowski, el del hombre que no puede parar de leer y escribir. Si algo lo caracterizó fue que no hacía mucha distinción en la manera de escribir un cuento, una carta o un poema, y quizás esa fue su arte poética más visible, la contigüidad entre todas las formas de escritura, y entre vida y literatura.
Sin ir más lejos, cuando la revista The Outsider le dio a Bukowski el premio Outsider of the Year, el poeta y editor Felix Stefanile, un personaje muy importante en el mundo de las llamadas pequeñas revistas literarias, se quejó amargamente. La respuesta de Bukowski a esa queja bien puede resumir lo que creía sobre la vida y el arte, que La enfermedad de escribir rescata: «Stefanile y muchos otros están desconcertados. Tienen demasiados prejuicios sobre cómo debería ser la poesía. Siguen anclados en el siglo XIX. Si un poema no suena a Lord Byron, entonces la has cagado. Los políticos y los periódicos no dejan de hablar sobre la libertad, pero en cuanto la pones en práctica, ya sea en la vida o en el arte, irán a por ti y acabarás entre rejas, ridiculizado o incomprendido. A veces, cuando pongo un folio en blanco en la máquina de escribir… pienso que moriré pronto, todos moriremos pronto. Quizás morir no sea tan terrible, pero, mientras sigamos con vida, es mejor usar la llama interna, y si eres honesto de verdad, es posible que acabes 15 o 20 veces en la celda para borrachos y pierdas varios trabajos y una mujer o dos, o tal vez te pelees a muerte con alguien en un callejón o duermas en un banco público de vez en cuando; si le metes mano a la poesía, no intentarás parecerte a Keats, Swinburne o Shelley ni actuarás como Frost. Los espondeos, los recuentos y las rimas te darán igual. Sólo querrás escribir, de forma tosca o pura, de cualquier modo que puedas llegar a los demás».