Es de madrugada y, con las luces bajas, dos cuerpos se están encontrando por primera vez. Tienen la impaciencia de dos personas que se saborean con la mirada hace unos cuantos días y la torpeza de los encuentros casuales y efusivos. Se tocan, se besan y se apuran a sacarse la ropa. Se conocen desde hace un tiempo, pero es la primera vez que el deseo se hace carne. De golpe, una advertencia cae como un balde de hielo sobre los cuerpos prendidos fuego: Mayra le avisa a Cecilia que un pequeño herpes le empezó a molestar hace un par de días y que lo mejor sería buscar la forma de no contagiárselo. Cecilia no duda: ya había escuchado hablar de algunos métodos de barrera caseros para el sexo entre mujeres y entre personas con vulva.1 Salió del cuarto y, en minutos, volvió con un rollo de film de cocina y una tijera. Lo cortaron y lo colocaron entre ambos cuerpos para poder practicar tribadismo,2 pero el film se corría y eso no sólo resultaba incómodo, sino que dejaba de cumplir su función. Pararon y redoblaron la apuesta. Mayra se hizo una especie de pañal de film para garantizar que no se siguiera corriendo. El objetivo se cumplía, pero no sentían casi nada. Finalmente, el fuego se fue apagando: la incomodidad y la preocupación lo volvieron cenizas, y ellas desistieron. La frustración ganó esa noche. Para ellas, como para muchas lesbianas, es casi imposible realizar una práctica segura y placentera a la vez. Mayra y Cecilia se siguieron viendo. Viven juntas hace un par de años. Hoy el herpes lo tienen las dos.
En 2021 los autos aún no vuelan, como se imaginaba en las películas futuristas de hace un par de décadas. Sí tenemos teléfonos que reconocen nuestra cara y nuestras huellas, cámaras que entran en una lapicera, autos que se manejan solos y robots que te aspiran la casa. Sin embargo, no existe ningún método de barrera para el sexo entre personas con vulva. Ninguno. Las que eligen cuidarse lo hacen adaptando cosas que no fueron creadas para eso: guantes de látex, papel film, preservativos cortados o algún material odontológico. Están también los campos de látex –rectángulos de ese material, que sirven fundamentalmente para el sexo oral (no para la frotación entre vulvas)–, pero se venden en pocos países; en Uruguay y Argentina no, por ejemplo. Si bien el primer preservativo para penes, que era de caucho, se inventó en 1855 y el de látex en 1920, aún no hay nada similar para vulvas. Lo único que existe –y es importante no confundirlos– es un preservativo para vaginas (es decir, interno), que sirve para prevenir el embarazo, pero no para proteger la vulva en prácticas en las que hay frotación o sexo oral.
LA CIENCIA ES VARÓN
Agostina Mileo está doctorada en Historia y Epistemología de la Ciencia, y es autora del libro Que la ciencia te acompañe, en el que profundiza sobre el sesgo de género en la producción de conocimiento. En conversación con Brecha, explicó que el conocimiento científico suele estar contaminado de lo que se denomina sesgo androcéntrico, es decir, tener al «varón heterosexual blanco como sujeto normativo». Este sesgo no sólo hace que las investigaciones que se desarrollen funcionen mejor o solamente para este sujeto, sino que los cuerpos y las identidades que se desvían de ese modelo siempre sean vistos como excepciones, y que «lo excepcional, lo no representativo, tenga siempre otro lugar en el orden de prioridad». Para la producción de conocimiento hay un combustible vital: la financiación de las investigaciones. A juicio de Mileo, esa es una de las claves que explican la ausencia de esta invención. Es decir, como estaría destinado a una minoría y como las prácticas entre mujeres son, en sí mismas, menos riesgosas, el producto resultaría menos rentable, lo que haría más difícil financiar la investigación requerida.
El problema es que esta lógica también se cuela en las políticas públicas. Muchas veces el Estado establece prioridades en términos cuantitativos. «Se piensa en a cuántas personas afectaría la política, pero eso es un error, porque hay que pensar en la calidad de vida de las poblaciones más vulneradas y no necesariamente en la de las más grandes», dijo Mileo. Recordó que la salud sexual y reproductiva también consiste en poder gozar una práctica sexual placentera sin miedo a contagiarse algo. A su entender, se trata de un mecanismo de disciplinamiento: «Si no vas a ser heterosexual, te exponés a ciertos riesgos» es el mensaje. La clandestinidad a la que se sometía a la homosexualidad hasta no hace mucho tiempo también tiene que ver con no institucionalizar las prácticas sexuales de la diversidad. Para la investigadora, aún se tiende a organizar la sociedad en torno a la familia heterosexual y a la reproducción como valor, lo que «influye en cómo pensamos la ciencia de la salud».
Sabrina Martínez, educadora sexual y coordinadora de Affidamento, un taller de erotismo y sexualidad feminista y diverso, explicó a Brecha que el desarrollo científico y la medicina hegemónica están orientados, en primer lugar, a evitar la reproducción y, en segundo lugar, a impedir el contagio de enfermedades de transmisión sexual (ETS) en las prácticas heterosexuales. Entiende que esta ausencia de dispositivos que permitan una práctica «gozada y cuidada» entre mujeres es la «enunciación de un sistema altamente lesbofóbico». Las lesbianas y sus necesidades, como en múltiples ámbitos de la sociedad, «también en el sistema médico y en el desarrollo científico están invisibilizadas», y esto, piensa, se debe a que se trata de un tipo de vínculo que interpela al sistema patriarcal, porque «no precisa de un pene para el goce».
El sexólogo Ruben Campero considera que en la medicina hegemónica hay una «subestimación y desvalorización» de estas prácticas. Tanto es así que las campañas de prevención de ETS casi nunca están dirigidas a mujeres que tienen sexo con mujeres. Y esta es una forma de infantilizar dichos encuentros, como si en ellos no se corriera ningún riesgo.
¿Y EL PLACER?
En el imaginario cultural, placer y cuidado no van de la mano, sino todo lo contrario. Para Martínez, el propio nombre método de barrera es un problema, porque sugiere separación y distancia, cuando un encuentro sexual gozado remite a lo opuesto.
En Argentina existe, desde hace dos años, el colectivo Proyecto Preservativos para Vulvas. Se trata de una articulación horizontal autoconvocada que reclama la invención de este dispositivo. En conversación con Brecha, Paloma Loreti, una de sus integrantes, dijo que la medicina está pensada con la anticoncepción como eje central, lo que hace que toda práctica en la que no se corre riesgo de embarazo quede excluida. Además, es un gran problema que no haya estadísticas al respecto. El sistema médico no mide cuántas mujeres se contagiaron ETS teniendo sexo con otras. La ausencia de información debilita la demanda de políticas públicas, porque no se sabe a cuántas mujeres afecta el problema. Para Loreti, la ciencia tiene «una lógica muy patriarcal».
Si bien el colectivo percibe que la tendencia está empezando a cambiar, los numerosos testimonios que han relevado evidencian que la mayoría de las mujeres no suelen utilizar métodos de barrera caseros. Hay quienes los han probado alguna vez, pero no es usual que se vuelva un hábito. El argumento más común es que estos dispositivos son incompatibles con el placer, aunque la mayoría reconoce que el miedo al contagio también está. Resulta irónico que para los penes existan preservativos de todo tipo, color y tamaño, y, aún así, haya varones que se resistan a ellos, mientras que las mujeres, incluso renunciando a la comodidad y el placer, todavía no puedan gozar de prácticas seguras. Para Loreti, esta disparidad es inaceptable. Sin embargo, en tanto no haya otras opciones, cree que lo mejor es utilizar los métodos disponibles. El colectivo no recomienda el film de cocina, porque es poroso y no sirve como barrera. Sugiere, para el sexo oral, usar un preservativo cortado o guantes de látex y, si hay juguetes sexuales compartidos, un preservativo para penes; también los dedales de silicona y los dental dam, un material odontológico que resulta muy duro y reduce la sensibilidad.
Para el colectivo, es necesario que, además, haya campañas y educación sexual dirigidas a esta población. Muchas veces la educación sexual también está orientada a la reproducción y la sexualidad hegemónica. Un concepto fundamental es el de erotizar el cuidado. Está la idea de que ocuparse de estas cosas apaga el fuego del encuentro. Para Campero, es importante que empecemos a dotar de erotismo estas acciones, que la «performance del preservativo» se vuelva un momento más del acto sexual y no su interrupción. Piensa que el cuidado se opone al placer porque aún persiste la lógica religiosa: «El placer es pecaminoso y el cuidado es sinónimo de salvación». «Si analizamos los mensajes sobre las ETS, tal vez caigamos en la cuenta de que los antiguos parámetros moralizantes y disciplinadores siguen vigentes. Es interesante observar cómo el VIH-SIDA ha construido discursos en los que ciertas prácticas y sexualidades han entrado en el terreno de lo enunciable y, por lo tanto, lo visible en función de su grado de riesgo, de aquello de lo que hay que cuidarse», añadió.
Para Martínez, este concepto también es fundamental, porque, en una cultura que cree que no hay sexo completo con protección, «es urgente problematizar el disfrute y empezar a asumir que un erotismo cuidado es un mejor erotismo». Esto implica recordar que todo el cuerpo participa del encuentro, no sólo –ni necesariamente– los genitales. Sin embargo, la activista reconoce que en una época en la que se vive a las corridas, volando de un trabajo a otro para llegar a fin de mes, un erotismo que busque explorar y estimular toda la corporalidad suena a pérdida de tiempo.
EL TERROR DEL CONSULTORIO
El Proyecto Preservativos para Vulvas está empezando a articularse con los ministerios de Salud y de las Mujeres, Géneros y Diversidad, de Argentina, no sólo para pensar en la invención de dispositivos, sino también para elaborar un protocolo de atención médica. El gobierno argentino parece atento a inquietudes de este orden, aunque aún todo esté muy verde.
Para una lesbiana, una bisexual o una persona con vulva, la experiencia de la consulta ginecológica suele ser una pesadilla. Lo es un poco para cualquier mujer: la camilla fría, el abrirse de piernas tras haber intercambiado dos monosílabos y las preguntas inquisitoriales hacen que casi nunca se trate de una experiencia agradable. Los ginecólogos rara vez cuentan con información que trascienda los parámetros de la heterosexualidad y la reproducción, por lo que todo lo que se salga de esa norma les resulta ajeno, como si no se tratara de su campo de conocimiento. Las lesbianas le huyen a la consulta ginecológica y arman redes para pasarse los nombres de los profesionales a los que ir y a los que no. Son pocos los que, por ejemplo, preguntan: «¿Novia o novio?», están informados y hacen de la consulta un ambiente cómodo y cuidado. Las decenas de testimonios recabados por Brecha para este informe son sorprendentes: ginecólogos que se niegan a revisar a las lesbianas, pues «no mantienen relaciones sexuales»; ginecólogos que se ríen; ginecólogos que quedan mudos y no saben cómo seguir con el cuestionario –pensado para mujeres heterosexuales– una vez que las pacientes les cuentan que tienen sexo con mujeres, y, finalmente, ginecólogos que asumen su ignorancia y no saben qué responderles a la pregunta de cómo cuidarse.
María José Scaniello hizo el diplomado en género y políticas de igualdad de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Su tesis final se tituló «La invisibilidad de las lesbianas en el sistema sanitario». En la investigación detectó una «total falta de información y capacitación» en los profesionales, ya que siempre encaraban la consulta en términos reproductivos. Esta experiencia negativa hace que las lesbianas y las disidencias recurran menos al médico. Según explicó a Brecha, tanto el cáncer de cuello de útero como el de mama están más presentes en las mujeres lesbianas, ya que la resistencia a asistir a la consulta, debido a la violencia que sufren allí, impide la detección y el tratamiento temprano de esas enfermedades. En la misma línea, Florencia Forrisi, de Ovejas Negras, considera que hay un déficit de información en los profesionales, que no sólo minimizan los riesgos de estas prácticas, sino que aplican cuestionarios que ignoran la no heterosexualidad. Esto «afecta los diagnósticos, los tratamientos y, en definitiva, la salud». Para ella, es un momento que se vive como una nueva salida del clóset y se termina «militando la consulta».
Según la ginecóloga y diplomada en medicina sexual Estela Citrin, las prácticas sexuales no heteronormativas aún son consideradas aberrantes y una manera de excluirlas es invisibilizar su protección y su placer. La doctora echa por tierra el mito de que las prácticas entre mujeres no conllevan riesgos, porque «el contacto de mucosas con gérmenes patógenos es suficiente para transmitir una ETS». Reconoce no tener una respuesta aceptable para las pacientes que consultan al respecto. Aconseja que usen algún método casero, aunque comprende sus dificultades. Para Scaniello, es urgente asignar un presupuesto en salud que visibilice a las lesbianas y sus necesidades específicas. Considera que es importante no sólo condenar la discriminación en las instituciones médicas, sino también sensibilizar y capacitar a los profesionales, además de elaborar protocolos de atención. Esta necesidad también fue una inquietud en la Universidad de la República, que hasta hoy no tiene, ni en la carrera de medicina ni en la especialización en ginecología, ninguna asignatura obligatoria que forme en género, diversidad y sexualidad. Sin embargo, desde 2017 existe la Diplomatura en Medicina Sexual. Citrin, coordinadora general de la diplomatura, dijo que el objetivo es educar en sexualidad: «No debemos olvidar que es un derecho humano que nos acompaña a lo largo de toda la vida y debemos ser capaces de ejercerlo de manera libre, segura y sana».
Estamos en el siglo XXI y aún no se han inventado métodos seguros para todas las prácticas que incluyan dos vulvas. Mientras, las instituciones médicas siguen invisibilizando esta problemática y violentando sistemáticamente a las consultantes. Por más que cada último viernes de setiembre 150 mil personas inunden 18 de Julio y la avenida se pinte de arcoíris, la lesbofobia sigue tan viva como siempre.
1. Decimos personas con vulva porque esta problemática también afecta a varones trans e identidades no binarias; es decir, a todas las personas que, al margen de con qué género se identifiquen, tienen vulva.
2. Frotación entre vulvas.
La anticoncepción como responsabilidad femenina
Todo tuyo
Las relaciones sexuales son, en su mayoría, por placer; en un porcentaje mínimo buscan la reproducción. Al margen del preservativo como método de barrera, todas las otras formas de prevención de embarazos descansan sobre los hombros de las mujeres. Píldoras, parches, inyecciones, chips y el DIU son formas de controlar la reproducción interviniendo solamente el cuerpo femenino. Es común que en la consulta ginecológica nos pregunten: «¿Cómo te cuidás para no quedar embarazada?». A pesar de ser una responsabilidad compartida, a los hombres jamás se les pregunta qué hacen al respecto.
Hace unos meses se viralizó la foto de una joven que, con el prospecto de sus pastillas anticonceptivas, se había hecho un vestido que la cubría desde el pecho hasta la mitad del muslo. La foto estaba acompañada de un texto que decía: «¿Se acuerdan de que no querían sacar al mercado el anticonceptivo para hombres porque tenía muchos efectos secundarios? Pues aquí estoy yo haciéndome un vestido con el prospecto de mi píldora. Sí, el reverso también tiene escrito». Los efectos secundarios de las pastillas son muchos; entre ellos: aumento de peso, cambios de humor, dolores de cabeza, depresión, vómitos, diarrea, acné, pérdida de pelo, infecciones vaginales, reacciones alérgicas, coágulos de sangre en venas o arterias… una lista interminable.
Para su libro, Agostina Mileo repasó investigaciones científicas que ensayaban la posibilidad de un método anticonceptivo masculino. En su mayoría, inyecciones reversibles. Ninguna llegó a su fin. En algún momento la financiación se perdió o se suspendió. Según la autora, una explicación del desfinanciamiento es que los efectos secundarios de estos métodos recaerían fundamentalmente en las poblaciones dominantes (varones cisgénero heterosexuales) y, probablemente, las farmacéuticas no estén interesadas en lidiar con ese asunto.
En conversación con Brecha la autora se preguntó: «¿Por qué los varones se expondrían a tener todos estos efectos secundarios si los efectos de un embarazo no deseado no recaen sobre sus cuerpos? ¿Y por qué las empresas invertirán millones en desarrollar algo que no van a poder vender?». Recuerda que las mujeres no sólo cargan con la responsabilidad de la anticoncepción, sino también con la del embarazo y la crianza. Entonces, somos las mujeres quienes, de alguna forma, elegimos entre el embarazo y los efectos secundarios, porque son nuestras vidas las que se verán más afectadas.
En los vínculos heterosexuales, ni bien la cosa va en serio, frecuentemente se plantea la disyuntiva de pasar del preservativo a las pastillas, como si el condón sirviera sólo para las ETS. Para Sabrina Martínez, pasar a las pastillas y tener relaciones sin preservativo se vive como una prueba de amor moderna. Para muchos, usar condón en pareja es una cosa extraña, asociada a las relaciones casuales. Martínez dice que en eso subyacen ciertas romantizaciones sin fundamento: «Es como si mi cuerpo se volviera puro después de unos meses, como si el amor verdadero fuera sin forro». En este sentido, reivindica que la pastilla sea una opción y no la regla en los vínculos estables.
Mileo recalca que la idea no es demonizar la pastilla, pero sí ser más conscientes de los métodos que usamos. Y subraya que, a su juicio, la igualdad no es que los hombres tomen algo con la misma cantidad de efectos adversos, sino que empiece a haber más opciones que repartan la responsabilidad de forma más equitativa. Hoy los únicos anticonceptivos masculinos son el condón y la vasectomía.