Sólo un par de breves apuntes, restringidos a los aspectos en discusión. En primer lugar, agradezco la deferencia de Álvaro Díaz Berenguer por la respuesta y por la extensión y la claridad de su texto. Sigo sin ser negro ni blanco. En segundo lugar, discrepo con el comienzo de ella (quiero circunscribirme a esta parte, puesto que, respecto de lo que sigue, mi posición fue clara: ni gato negro ni gato blanco), donde se separa la retórica del «centro real del problema que nos atañe», al cual podríamos ir, al parecer, desprovistos de lenguaje, de sentido, del tejido de discursos que han configurado las cosas tal como las vemos. Esta separación presupone que el lenguaje es una mera herramienta comunicativa, que una cosa es la realidad de la que hablamos y otra bien distinta son las palabras que utilizamos para designarla. El lenguaje como reflejo de la realidad, susceptible de ser empleado al antojo del hablante, su usuario soberano; la metáfora especular que –lo olvidamos rápidamente– es una metáfora que empleamos para describir lo que es el lenguaje.
Mi posición es la contraria: la dimensión retórica del lenguaje es constitutiva del modo en que se produce el sentido. No se puede separar, entonces, la forma del contenido. Un árbol de Navidad, dispuesto sobre una mesa o colocado al lado de una estufa a leña, no es más que un simple árbol si no se decora con, al menos, un chirimbolo. Así, es el chirimbolo el que define al árbol navideño como árbol navideño. Antes, en todo caso, es un árbol esperando transformarse en árbol de Navidad.
El hecho de que el artículo de Díaz Berenguer que comenté en mi texto anterior esté estructurado retóricamente de cierta manera quiere decir que en él hay una propuesta de inteligibilidad de las cosas de las que se habla, hablando de ellas de determinada forma (podríamos decir: hay un reparto de lo sensible específico, para utilizar una expresión de Jacques Rancière). Así, el primer artículo de Díaz Berenguer organiza los discursos sobre la situación de la covid-19 según un esquema binario, con relación al cual se evalúan las actitudes, las conductas y, desde luego, los discursos de las personas circulantes en diferentes espacios. De este modo, interpelación ideológica mediante, el texto de Díaz Berenguer nos fuerza a situarnos en uno de los dos lados definidos, a menos que se cuestione la lógica misma sobre la que está construido el texto, a condición de saber que esta lógica puede ser cuestionada, pero no la dimensión retórica de la significación en la que se apoya, de la que nadie puede escapar. Para mí, como para muchos otros, la retórica no es un arte decorativo, una función ornamental de las palabras, que vendría a obstaculizar el nítido y límpido acceso al mundo tal cual es. No entiendo la retórica como una cosmética del decir en oposición a un decir transparente. Una extensa tradición de pensamiento fundamenta mi posición, en la que se cuenta, por ejemplo, Michel Foucault, autor de referencia de Díaz Berenguer en su trabajo como escritor.