Allí la esperaba su compañero, el también uruguayo Pedro Tufró, que había llegado semanas antes para integrarse en las Juventudes Libertarias y en el Comité Peninsular de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Nada más llegar a la retaguardia, empezó a trabajar como maestra. Su sobrina, René Caputi Magnou, escuchó el chisme familiar de que «se había ido a la guerra detrás de un hombre», pero ella, quien aún conserva detalles de aquellos años, tiene claro que «se fue a España a luchar contra Franco». Gonzalo Magnou, sobrino nieto de Reynalda, recuerda que su padre le contó que «Reynalda fue tomada prisionera por el bando de Franco, que la desnudaron y la hicieron desfilar».
Posiblemente todo sea verdad. Reynalda y Pedro se habían casado en Montevideo en 1932, cuando aquel ya era un conocido militante anarquista de la Facultad de Derecho. Tufró pasó por la Asociación Estudiantil Libertaria, la Federación Juvenil Libertaria y la Unión Sindical Uruguaya, y formó parte del Comité de Relaciones Anarquistas, embrión de lo que posteriormente fue la Federación Anarquista del Uruguay. Siempre en el punto de mira de la Policía, estuvo involucrado en el equipo redactor del periódico libertario ¡Tierra!, junto con Diego Abad de Santillán y Francisco Carreño, y en la revista Esfuerzo, junto con Luce Fabbri, Roberto Cotelo, Federico G. Ruffinelli, Virgilio Bottero y José B. Gomensoro. Estos últimos formaron, precisamente, el grupo de libertarios uruguayos que fueron a España con el ánimo de consolidar una revolución social aún en ciernes.
Los datos referidos a Tufró, igual que los de Cotelo, Ruffinelli, Bottero y Gomensoro, los conocimos gracias a la investigación que dio lugar a Papeles de plomo. Los voluntarios uruguayos en la Guerra Civil Española.1 En los materiales que revisamos, el nombre de Reynalda aparece casi siempre de manera fugaz, pero con la suficiente recurrencia para recordarnos los límites de nuestra investigación: una vez más, explicábamos, en gran medida, el período a partir de las hazañas de los hombres. Resultaba muy difícil no caer en el tercer silencio sobre las mujeres, del que habla la historiadora Michelle Perrot, el que construye el relato histórico sedimentado sobre la invisibilización de las mujeres en el espacio público y sobre su ausencia en las fuentes.
No fue fácil localizar los rastros dispersos que quedaban de Reynalda desde que salió de Montevideo en el buque Campana. Sabemos que llegó a Barcelona unas semanas antes del asesinato de Tufró, en Tortosa, durante los primeros días de aquel sangriento mayo de 1937, la guerra interna entre anarquistas y comunistas que sacudió la retaguardia republicana. Las cartas de Cotelo dirigidas a Luce Fabbri, conservadas en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam, dejan testimonio de aquellos días: «El sábado por la mañana, cuando ya había expedido la carta para Aurora, se confirmaron nuestros temores. Ya puedes imaginarte todo lo demás. A duras penas lograba yo contener a su compañera los días anteriores con la esperanza de que [Tufró] estuviera detenido. No pude ir a casa a dar la terrible noticia. Fue nuestro amigo Tito [Simón Radowitzky], que también está destrozado por la pérdida. Ahora colócate en el lugar de esta muchacha, que hace apenas un mes que está aquí y reproduce los momentos que nos han tocado vivir». Por esas cartas supimos también que, tras la muerte de Tufró, la casa de Reynalda fue durante unos meses un lugar de encuentro para la colonia uruguaya. Unos y otros arroparon a Reynalda. «No sé lo que haré. No quisiera pasar por cobarde ni quisiera dejar, al menos mientras no esté totalmente repuesta, a esta amiga que quiere quedarse a morir donde murió su compañero», confesaba Cotelo.
Ocho meses después de la muerte de Tufró, Cotelo, Bottero y Gomensoro regresaron a Montevideo. La guerra estaba perdida y la revolución con ella. Entre las cartas conservadas en Ámsterdam, encontramos una firmada por la propia Reynalda, la única hasta ahora. Escrita en Aubervilliers (Francia) el 2 de enero de 1940 y dirigida a su amigo Gomensoro, era la prueba de que Reynalda había logrado salir de España. Aubervilliers, una barriada obrera e industrial en el norte de París, era conocida como La Petite Espagne. Allí vivían 14 mil españoles y estaba la sede de la Federación de Emigrantes Españoles Residentes en Francia (FEERF), una organización con más de 25 mil afiliados, creada para apoyar al bando republicano nada más iniciada la guerra. Tuviese o no la FEERF algún papel en el traslado de Reynalda, Aubervilliers era un centro neurálgico para los españoles y, por lo tanto, probablemente un lugar más fácil y seguro para ella.
En su carta a Gomensoro, además de solicitar algo de ayuda económica para embarcar a Montevideo, Reynalda reprobaba la poca ayuda que Federica Montseny le había estado prestando como responsable del Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles, la organización que colaboró en el embarque a América de cientos de refugiados procedentes de España: «[…] Además, diariamente tenemos que ir a dar la lata a Federica por lo del embarque y para ir hasta allí hay que hacer un largo y expuesto viaje, pues nuestra situación en nada ha cambiado para mejorar […]. No te puedes imaginar las rabietas que me cojo cada vez que vamos a la sede de la agrupación, está todo podrido, se cometen las injusticias y las porquerías más grandes. […] Tengo la esperanza de que no tardaremos en reunirnos y que el año 40 nos será más grato que el 39, del que guardamos trágicos recuerdos». Al pie de la carta, mandaban abrazos Reynalda y una tal Azucena.
En la documentación de Ámsterdam encontramos, por último, un recibo de transferencia con la firma de Gomensoro fechado ese mismo enero: 100 pesos a nombre de Reynalda. ¿Fue eso suficiente para regresar a Uruguay? La investigación sobre el contingente uruguayo en España se cerró sin conocer más de ella.
SE REABRE EL INTERROGANTE
A finales de 2016, un año antes de Papeles de plomo…, Nórdica Libros editó 155, el cómic escrito e ilustrado por Agustín Comotto que narra el periplo de uno de los mayores mitos –a su pesar– del anarquismo del siglo XX, Simón Radowitzky. Pero no fue hasta junio de 2018 que descubrimos que entre sus páginas aparece fugazmente Reynalda. Durante su investigación, Agustín accedió a las cartas que Radowitzky le escribió a Luce Fabbri entre 1939 y 1940. Pocas semanas después de contactar con Agustín y compartir con él lo que teníamos de Reynalda, nos escribió desde Buenos Aires Alejandro Marti, autor de Simón Radowitzky: la biografía del anarquista del atentado a Falcón a la Guerra Civil Española.2 En su correo aseguraba que Reynalda era uno de sus «mayores enigmas sin resolver». Lo que sabía de ella surgía también de la correspondencia entre Radowitzky y Fabbri. Ambos, Alejandro y Agustín, trabajaron con la misma documentación epistolar. A pesar de la intermitencia con la que Reynalda aparece, cada uno de estos trabajos aporta información importante. En las mismas cartas a Luce, Simón relata indignado lo mucho que Reynalda había sufrido tras la muerte de Tufró y el modo en que había sido abandonada por responsables de la organización: «Tengo que confesarte que, en España, [Abad de] Santillán, [Pedro] Herrera y [Juan] Verde [Odón] nunca se han acordado de ella. Cuando yo volví del frente, la encontré comiendo coles con sal… Y la única ayuda que tenía es lo que yo le mandaba del frente, es decir, pesetas, pero con eso no podía vivir».
A punto de caer Barcelona, Radowitzky y Martín Gudell trasladaron hasta la frontera con Francia los archivos de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), los mismos que hoy están custodiados en el Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam. Durante aquel viaje en camión, Radowitzky se cruzó varias veces con Reynalda, una mujer joven (¿Azucena?) y una viuda con dos hijos que se les había unido. «Cuando volvimos, fuimos a Figueras, no encontramos ya el comité. Nos dijeron que estaba en Pont de Molins. Fuimos allí y al entrar en el pueblo Gudell me dice que desde un balcón me llaman y miro y veo a Reynalda con las dos amigas. […] Hacía tres días que no dormíamos ni comíamos y yo estaba bastante delgado, pero tomamos unos mates, pues Reynalda tenía un poco de yerba, y me recompuse.» Sin embargo, aquel lugar no era seguro. Los bombardeos de la aviación nacional se sucedían cuatro o cinco veces al día. Radowitzky las ayudó a trasladarse al edificio donde se había instalado el Comité Nacional de la CNT-FAI, pero aquel lugar pronto se tornó demasiado peligroso. La cercanía de la frontera hacía aún más urgente salir de allí antes de que fuera demasiado tarde: «[…] Como nos bombardeaban, yo temía por ella, y, como a 10 quilómetros de la frontera la viuda conocía a una familia, conseguí un camión y las mandé allí […] muy cerca de la frontera para que la hicieran pasar. Al segundo día de marcharse, me comunicaron que ella y sus amigas habían pasado la frontera. Entonces me quedé tranquilo».
Poco antes de iniciar su exilio en México, Radowitzky publicó un aviso en el diario con la esperanza de encontrar a Reynalda e incluirla en su pasaje a México. A tres días de salir la localizó, pero ya era demasiado tarde. Nunca pudo llegar a reunirse con ella. Según sus cartas, Reynalda tenía el compromiso de no dejar sola a aquella joven acompañante, llamada, efectivamente, Azucena. Y eso hizo. «Si hubiera sido Reynalda sola, muy probable [sic] ella ahora estaría ya en México. Pero tiene un compromiso, en parte yo también esta vez le exigí su palabra de no dejar sola a una compañerita de 20 años que dejó su familia en la Retirada. Esa compañera ha sido su ayudanta en el colegio y sus padres la mortificaron por pertenecer a la CNT, así que aprovechó la retirada para dejar su hogar y seguir a Reynalda.» Meses después, ya en México, Radowitzky recibió una carta de Reynalda en la que le transmitía sus deseos de embarcar hacia allí a mediados de setiembre. Aun así, él nunca confió en esa posibilidad y lo apostó todo a la protección y la asistencia que su amigo Gudell ahora sí le estaba prestando desde Francia. A partir de aquí, la búsqueda de Reynalda entró otra vez en un punto muerto.
OTRA CASUALIDAD NOS VUELVE A LLEVAR A REYNALDA
El 7 de abril de 2020, recibimos de los investigadores Pablo González y Andrés Antebi (del Observatori de la Vida Quotidiana) un recorte de prensa firmado por Cotelo, Tufró y el chileno Pedro Ortúzar en el que anunciaban su inminente viaje a España. Ese mismo día lo publicamos en la web del proyecto y en menos de una semana se puso en contacto con nosotros Adriana Anaya Tufró, sobrina nieta de Pedro. Se abría una nueva puerta y esta vez parecía inmensa. «Reynalda era para mí Nanana, que vivió cuando yo era chica en la esquina de Soca y Charrúa. […] Era alegre y cantaba lindo. Trabajó como maestra en el interior, al sur del Río Negro», contaba. A partir de sus recuerdos, algo borrosos, obtuvimos referencias inéditas de Reynalda. Y es también gracias a las fotografías familiares que conservaba que, por fin, podemos verla.
En paralelo al diálogo con Adriana, seguimos rebuscando en archivos y bibliografía de todo tipo. A tientas, como quien busca orientación en una habitación oscura, encontramos una huella más de su exiguo rastro. Gracias a las cartas que María Luisa Broseta Martí publicó de su madre, Dolors Martí,3 descubrimos que, una vez en Francia y antes de Aubervilliers, Reynalda consiguió un lugar en el refugio de Méry-sur-Seine, en el departamento de Aube, en el sudeste de París, sitio que acogió a más de 200 mujeres junto con sus hijos. «¿Te acuerdas de Reynalda, en el refugio de Méry-sur-Seine? Pues su marido fue una personalidad anarquista […] lo mataron al momento de llegar a Barcelona, esos días de mayo del 37», escribió Dolors. En aquel mayo, Martí era secretaria femenina del Partido Socialista Unificado de Cataluña en Tarragona, por lo que también estuvo al corriente de los asesinatos que miembros de su partido cometieron contra militantes del Partido Obrero de Unificación Marxista y la CNT, entre ellos, Tufró. En otra de las cartas, dedicó a Reynalda un par de versos de una canción que se inventó para pasar el tiempo durante el internamiento. «Couplets del refugio de Méry-sur-Seine» decía así:
«En este refugio hay
una chica muy severa
que la llaman la Reinalda
y es más guapa que una estrella.
Es la Reinalda, es la Reinalda
y no se puede negar,
que cuando habla, que cuando habla
a todos hace trotar».
A finales del verano de 1939, las mujeres fueron obligadas a evacuar los refugios para encontrar un trabajo y una vivienda. Serían tratadas como mano de obra barata en fábricas y campos. Aquellas personas que desobedecieran esta ley serían expulsadas a España. Esta situación podría explicar la llegada de Reynalda a Aubervilliers, las dificultades económicas para pagar el alquiler y los billetes a Montevideo, y, cómo no, su temor a ser deportada.
A través de Adriana conocimos también a Rodrigo Magnou, quien fue clave en la parte final de esta búsqueda. Rodrigo es sobrino nieto de Reynalda por parte paterna y se había contactado con Adriana a través de una web de genealogía. Su inquietud por reconstruir el árbol familiar nos permitió conocer, por fin, el nombre completo de Reynalda: María Reynalda Magnou Bentancourt. Nacida en San José, era hija de María Rosa Bentancourt Cabrera y Francisco Pedro Magnou Heugas, y tenía cinco hermanos y cuatro hermanas; la última en fallecer –en 2014, con 95 años– fue Catalina, su hermana pequeña. Según los relatos familiares, es muy probable que tanto Reynalda como otro de sus hermanos fuesen criados por los tíos. Al parecer, la familia paterna tenía una posición acomodada y rechazaba la unión de su hijo con una mujer de clase baja, lo que supuso bastantes problemas para la pareja. En el archivo del Instituto Normal de Montevideo, Rodrigo encontró también el registro en el que figuraba que Reynalda había iniciado sus estudios de Magisterio en 1921, que abandonó dos años después. Entre lo mucho que desconocemos está cómo y dónde conoció a Tufró. Disponemos, gracias a Rodrigo, del acta de matrimonio de ambos. Allí consta la dirección de la casa en que vivían: Pérez Castellanos 1340, en la Ciudad Vieja.
Después vino España, el asesinato de Tufró y la muerte de su madre. Reynalda regresó a Uruguay viuda y huérfana, derrotada y exhausta. Su sobrina René recuerda, aún hoy, que cuando llegó «se fue a San José, a su casa», y en pocos meses «consiguió trabajo en una escuela rural, cerca también de la ciudad de San José». Volvimos a encontrar un rastro suyo en una breve nota de un diario de 1948, cuando ya era maestra egresada, en la que aparecía como educadora del servicio de parques infantiles en Montevideo. Nada más. Finalmente, por medio de una de las responsables del archivo del Instituto Normal, Rodrigo encontró los folios en los que constaba que Reynalda había sido también directora de una escuela rural en Pando, donde vivía, a excepción de los fines de semana, en los que pasaba en San José, en casa de su hermana Delia y sus sobrinos. Tras su jubilación, a finales de los cincuenta o inicios de los sesenta, se fue a vivir a la casa familiar de Montevideo, en la esquina de Soca y Charrúa. Ahí vivió con ella, durante sus estudios universitarios, el padre de Rodrigo.
El 3 de setiembre nos tropezamos con un hallazgo definitivo por sus características: su tumba. Probando por enésima vez una combinación improbable de nombres y apellidos, dimos con una web que recoge miles de fotografías de lápidas y cementerios hechas por voluntarios de todo el mundo. Sin salir de nuestro asombro, encontramos la foto del nicho número 200 del Cementerio Inglés de Conchillas, en Colonia. En una de las lápidas reza la inscripción: «Maria R. Magnou. Nanana. †23-9-1987. Recuerdo de tu esposo». Desde la distancia, nos contactamos con algunos de los 400 vecinos de Conchillas con la intención de saber cómo y por qué está enterrada allí, pero no hallamos respuestas. Para los más veteranos del lugar, Reynalda era una completa desconocida. Al cabo de unos días, una nueva llamada de Rodrigo añadió una dosis más de incerteza al tema: en realidad, Reynalda falleció en Montevideo y fue enterrada en el Cementerio del Norte, en concreto, en el nicho 1953, tal y como quedó reflejado en la partida de defunción guardada en la Necrópolis de Montevideo. Tuvieron que pasar algunas semanas más para averiguar que falleció el 23 de setiembre de 1986, pero que tan solo dos años después, debido al alto coste que suponía mantener el nicho allí, sus restos fueron exhumados y trasladados al nicho familiar que poseía en Conchillas su segundo esposo, Vicente H. Gutiérrez. La placa que ahí permanece indica, por error, que su muerte aconteció en 1987, justo un año después de la fecha correcta. Así fue como, de rebote, llegamos a Vicente y así fue, también, como se abrió la posibilidad de nuevos derroteros familiares para Rodrigo. Aunque con muchas lagunas y saltos en el tiempo, el esfuerzo colectivo de un grupo improvisado y casual de personas logró atar algunos cabos y trazar algo así como un primer retrato robot de la historia de Reynalda.
Con su muerte, casi 50 años después de la de Tufró, poníamos punto final a la tozuda búsqueda de aquella mujer de ojos claros y rasgos aguileños a la que nunca nadie en su casa había nombrado como anarquista. La vida de la maestra Reynalda no mereció nunca la atención de los historiadores anarquistas de aquel entonces, únicamente interesados en ensalzar las proezas de los hombres y los grandes hombres. Ocultas o entre líneas quedaron las mujeres, quienes siempre fueron consideradas puntos de apoyo, sostenedoras de la retaguardia. Esta invisibilización ayudó a construir relatos sesgados, basados en la mirada y la experiencia de los hombres que partían al frente o gobernaban en la retaguardia. La historia de la guerra se fue consolidando como la historia de sus batallas, de las ciudades destruidas y del largo camino al exilio. Poco o nada se reparó en aquellas mujeres que, como ella, siguieron abriendo las escuelas y los comedores, protegieron la vida de quienes tuvieron a su alrededor y lucharon por resistir en pie hasta la frontera francesa. Recuperar historias como la suya es una tarea fundamental para reconsiderar la historia de la guerra civil y el franquismo, atendiendo a categorías y sujetos que han sido anulados –y no de forma inocente– por el relato historiográfico hegemónico.
1. Banda Oriental, Montevideo, 2017, y Descontrol, Barcelona, 2018.
2. De la Campana, La Plata, 2010.
3. Publicadas en Exils et migrations ibériques au XXe siècle, n.o 1, 2004.