Idea antes de Idea
La publicación de Idea Vilariño. Diario de juventud nos sume otra vez en el desasosiego. ¿Quién es Idea, quién?
“Y tal vez ese estado es casi la poesía hecha”
Noviembre, 3, 1944.
A la llegada oportunista del título de esta nota, por gracia de la magistral novela de Yukio Mishima, siguió la oportunidad de atacar este Diario de juventud de una manera hasta el momento rastreada sin éxito. La pregunta era cómo no juzgar. No quería ni parecía de recibo hacerlo, y sin embargo caía en ello casi con obstinación; no sé si es inevitable, pero hay que saber atajarse de esa forma de la candidez lectora a pesar y en contra de uno mismo. No se trata de si la Idea de estas páginas nos conmueve, nos arroba, nos perturba o nos fastidia hasta la pura queja para luego dejarnos un veredicto compacto entre los labios. No se trata de Idea, sino de la diarista que fue. Y si “máscara” es palabra resbalosa –de manera poco escrupulosa suele ser despachada como sinónimo de impostura–, la posibilidad de decidir a la diarista en tanto máscara disuadió la lectura en términos de juicios morales sobre quien escribió (organizó, elaboró) lo que sintió que fue su experiencia desde que era una niña hasta el día de su muerte. Máscara, en tanto lugar donde se permutan y revelan “las múltiples ficciones del yo”, concepto de Alicia Torres en las palabras liminares de este volumen. Máscara, en donde se liga rostro e impostura nada mentida del rostro.
Delicada, elegantemente sobria, la edición de este Diario de juventud supone una llamarada en la historia de nuestra literatura y mas allá. Desafía la mística esclerosada de una de nuestras mayores poetas en todo lo que la contraviene o perturba. No es la Idea estrictamente renuente, la elusiva, la de la privacidad. Ni la de la gabardina negra y “la negrura espléndida por siempre silenciosa”. No es todavía la de la leyenda de Onetti y la de la generación crítica; no es la de su poesía (publicada) sino la de la joven que fue forjando el que sería su destino literario, en la más ofrecida, vulnerable y por momentos edulcoradamente candorosa intemperie; aquí late sobre todo la escisión, la duda, el melodrama amoroso, el devaneo poético, la vacilación existencial.*
Se trata de un diario de iniciación, aunque esto deba ser matizado gracias a una mediación (el pasaje de sus cuadernos a nuevas libretas en 1987, con los remedos, pocos al parecer, del caso).** En “¿Cómo nace una poeta?, ¿cómo se hace?”, la introducción que firma Ana Inés Larre Borges –con Alicia Torres, encargadas, testamentariamente, de la publicación de sus diarios completos, o de lo que de ellos se conserva***–, se da cuenta de que a la muerte de la poeta (2009) ésta dejó 17 libretas compuestas del diario que llevó toda su vida. La primera entrada, nos previene, es del 6 de febrero de 1937 –sus 16 años–, y la última del 19 de julio de 2007, un mes antes de cumplir 87 y dos antes de su muerte. Este, el primer volumen, da cuenta de su producción como diarista entre sus 16 y sus 25 años, un tiempo que va desde 1937 hasta 1945, año en que finalmente publicaría su primer libro, La suplicante. El volumen abre a su vez con una “Memoria primera”, escrita por Idea en 1977, y que da cuenta de la historia de su benévola y tornasolada infancia (aunque la sola letra del diario dé cuenta de aquella felicidad protegida, la diarista deja caer por ahí la melancolía con que siempre vivió aquello, para el caso, con relación a una de sus hermanas).
Una de las mayores promesas de este Diario…, sostiene Larre Borges, es la restitución de la iniciación de Idea como poeta, su construcción, un enigma largamente escamoteado. El Diario… avanza sobre sus lecturas, sus evaluaciones (los desdenes, las celebraciones); cotejos con las poéticas que vienen a desafiarla en una identidad que presupone, temerosa, peligrosamente compartida. Y luego la correspondencia, la transcripción de poemas, propios (inéditos tantos de ellos) y ajenos, en un ambiente cultural donde la poesía fluía en las sobremesas familiares cultivadas y no necesariamente (en el caso de Idea la atmósfera familiar fue siempre más que pródiga: su padre, Leandro Vilariño, además de anarquista, fue un poeta y un gran lector y recitador de poesía).
La frontera entre escritura y vida es casi siempre cancelada por Idea Vilariño. Escribe para escribirse a sí misma, y en esa autofiguración están también incluidos lo que llamamos versos, lo que llamamos poemas. El epígrafe que se ha elegido para esta nota aspira a condensar precisamente eso: “Y tal vez ese estado es casi la poesía hecha”. Ese estado de ser, de vestir y de fabricarse el vestido, los bordados de organdí celeste o lo que fuere; y el moverse por la ciudad (los conciertos por la noche, la música omnipresente, las conferencias), el elegir estas telas y aquellas acuarelas, y el piano, el violín y la cerámica, la encuadernación delicada de libros propios y ajenos, el dejar flores en un vaso sobre la mesa de luz, y penumbras o resplandores en la habitación decididas para ellas, y esa sed de nombrarlas, nombrarlas: cardo, jazmín, magnolia, madreselva… También ofrecerse y rehuir el mundo… esa identidad de poeta antes de su consumación, he aquí de lo que nos informa sobre todo este Diario…
SOBERBIA DELIBERADA. Ya con la publicación de Idea Vilariño. La vida escrita (Cal y Canto, Montevideo, 2007), edición de Larre Borges, Idea había sumido a unos cuantos en el desconcierto. Para entonces, la reseña que alcancé a hacer escribía así el desvelo: “Seduce sin piedad la Idea de este libro, como todas, como seguramente lo harían tantas de las muchas otras posibles. Pero también desacomoda o confunde como una pequeña deslealtad. ¿Quién es esta Idea acicalada, ¿qué busca en este libro tan amable, tan ofrecido?, ¿qué hace Idea la renuente vistiendo y avalando todos estos detalles, estos envanecimientos, que de todas formas, por ser suyos, son siempre cuidadosamente fríos?”. Retrospectivamente, esa serie de preguntas se vuelve ahora absolutamente inservible y mojigata. Ante la andanada de irritantes inmodestias que sabía y ya premeditaba publicar póstumamente –para cuando Idea Vilariño. La vida escrita Idea todavía vivía– aquello era cosa de infantes. Espántense mejor, si saben espantarse, habrá pensado.
Son multitud vergonzante (de la llamada vergüenza ajena; así se siente, así se “juzga”, para no menoscabar la honestidad) las veces en que en este Diario… Idea se exalta, se encumbra y relame, sindicándose como un hechizo de belleza y misterio ingobernable para el prójimo. Cualquier entrada, incluso las más tempranas y candorosas, da la clave de lo que luego se sofisticaría cada vez más, hasta llegar a esa “seriedad” irresistible por ella misma reconocida como el mejor atributo femenino:
27 de febrero de 1938: “Me gusta locamente bailar, y lo hago bien. Y lo que no les pasa a todas mis amigas, me buscan siempre. Tendría que volver contenta, recordando palabras, elogios, miradas. Todo eso me complace en el momento. No más”.
Y más adelante en la misma notación: “Por otra parte me ha visto mucho en fiestas y sabe que, aunque soy un ‘éxito’, soy media seria y rara”. O (martes 6 de setiembre): “Cuando salgo del Kolischer con mi violín, veo venir un hermoso hombre, alto, bigote y pelos negros, muy elegante. Me mira de pies a cabeza con una mirada de admiración y de hambre que me deja satisfecha de mí, de él y del mundo”.
Se ha dicho al comienzo: “juzgar” es vano. Quizás no así tratar de comprender, de conjeturar. ¿Qué puede decirse de una mujer que siente o padece esa sinvergüenzura de imán? Y sin embargo el lector perdona (se arroga, imbécil, esa potestad), por gracia de su precocidad sensible, de su demoledora lucidez, la irritación que provoca la inmodestia desmesurada de la joven Idea. No se trata jamás de bucear en la “sinceridad” o en la “fabulación” de que al menos medio Montevideo masculino pareció perseguirla y acecharla. No se trata de poner eso en duda. Se trata de la pregunta de por qué consintió en quedar así en tanto “diarista”. No hay garantía alguna para auscultar ni en su “identidad” ni en su propósito al dejar tanta autorreverencia en estas páginas de juventud. (Pero si se permite, mi lectura es que hay deliberación en ello –digamos que podría haber suprimido algún que otro envanecimiento en su “copiado” ulterior–, y que no saber quién se es, seguir siendo fundamentalmente contradictoria, insolente e inasible, es parte de un proyecto trascendente para la poeta y la mujer, y eso cuando como en su caso, se trató de condiciones solapadamente íntimas e inextricables.)
No es menor el detalle, sin embargo, de que al “soy un éxito” le oponga enseguida un “soy media seria y rara”. La diarista, la máscara que escribe, parece reconocer un desafío claro: la belleza –si no se quiere pecar de vulgar– debe, además, ser sublime. La soberbia impugnable por los tontos se ve así matizada. ¿A qué andar con falsas modestias?, pareció esgrimirse a sí misma cada vez que no tachó, que no arrancó. Un “animal de palabras”, como define a Idea Ana Inés Larre Borges, pero también un “monstruo de lucidez”, según se dijo a sí la propia Idea.
LOS AMORES. Pero además de bella y hechizante, Idea se consintió en el Diario… como la enferma crónica que también fue: un padecimiento que la aquejó desde joven y que consistía en un cuadro alérgico (de ahí también su asma) que incluía una dolorosa afección epidérmica que laceraba su piel, le hacía caer el cabello, y la obliga a largas temporadas en reposo, recluida. No son tan puntillosos ni tan recurrentes los momentos en que se decide así como diarista, pero están, párrafos y entradas con tachaduras –nunca inocentes–, pero están. La sensación de estar siendo “desperdiciada” en los momentos de salud, también ocurre: “Estar todo lo hermosa que puedo yo estar en una época así y que nadie lo vea. Poema me lo dijo”, escribe en una notación de 1941. Es otra de las facetas más o menos inéditas para el lector recién llegado a este Diario… El juego de ofrecimiento y reticencia con que solía desconcertar a la vida (y a los hombres en particular) también parece explicarse en este sentido. Despliega la soberbia de la misma forma en que cohíbe la compasión, y en eso también se juega una coherencia desconcertante.
Además de seguir el desenvolvimiento de una futura poeta, o de una poeta en ciernes (o de una poeta de hecho), el Diario… tiene la virtud de desatar los que fueran dos (quizás tres) grandes amores de su juventud, y que su Onetti tardío asfixiaría hasta la desfiguración. Además de sus romances juveniles (Ruben, Roberto, Quico, Hugo, Héctor), ya a partir de 1939 es declarado su enamoramiento por Emilio Oribe, su profesor de filosofía, un amor platónico primero, y cristalizado más tarde cuando ya sostenía una relación melodramática y desgarradora con Manuel Claps. Una sincronía que sólo avergüenza a la diarista por la deslealtad doméstica, por la obligación de engaño y no por la coexistencia de sentimientos. Además de Oribe y Claps, está el triángulo complejo que conformaron con su amiga desde la secundaria Sylvia Campodónico, y que junto al tercer involucrado, Manuel Claps, transfiguraron en cofradía poética y existencial no exenta de conflictos “al estilo de Lou Salomé, Nietzsche y Rilke”, según aventura Larre Borges en su estudio.
Sylvia e Idea, ambas enamoradas de Claps, jugaron una partida con el “ausente” –y eso es lo que reclama permanentemente Idea– y así también él con ellas, en que la amistad y la perversión inocente (si se acepta eso como posible) dieron lugar a un vértice serio, fructífero, y lo suficientemente difuso como para que alguien salga bien parado del todo. La más aquejada, sin duda, ha de haber sido Sylvia, pero esto es como hablar entre vecinos.
LAS SIETE SOLEDADES. Idea tiene en este Diario… una magnífica capacidad para pincelar paisajes con palabras (tampoco es menos brillante cuando esgrime sus acuarelas), y su prosa en esos casos –cielos, ríos, rocas, crepúsculos, campo– se desanuda de la metafísica negra para labrar colores por cuyos nombres muestra una concentrada ternura. No sucede lo mismo con su correspondencia amorosa, urgida, desesperada, de un arrebato agotador. Todas las cartas de amor son ridículas, pero las dirigidas a Claps, por momentos, lucen llanamente empalagosas. Es el candor de la edad, esgrimen algunos lectores, pero hay otros candores vedados para esos mismos años, por lo que el argumento no termina por salirse con la suya. Su correspondencia con Claps, que sigue a la mera notación fusionándose con ella, es desgarrada, insistente, casi caricatural. Y es en ella, como en las notaciones que le dirige a Oribe, que puede calibrarse hasta qué medida el, por así llamarle, “síndrome del No. Sí. No. Sí” abatió su vida y sus amores. Por fuerza y por convicción hay que desterrar aquí la palabra “histeria” en sentido vulgar, tan lejos de Freud como de Idea. Pero es que nadie “podría seguirme a mis siete soledades”, escribe en una entrada (alusión al pensamiento de Nietzsche, a quien Idea lee con fervor durante todo este tiempo). La soledad como virtud viene de allí, sostiene Larre Borges.
Arrebato y reticencia constituyen la materia de su forma de amar, y eso se vincula, claramente, con la virtud de “soledad” que también había constatado en el pensamiento de Nietzsche. Sí y no, no y sí, así en sus palabras:
En 1941: “Claps no me alcanza. A veces quiero creer, a veces creo. Pero hoy veo claro. Yo preferiría estar sola. Hoy, ayer recobré mi tristeza. No quiero que me la deshagan más. Así soy yo. Será enfermizo, pero así he sido siempre. Ellos me descentran, me dispersan. Si me paso un día entero sonriendo, después no sé más quién soy y me debato en medio de esa agua tibia y, como no encuentro punto de apoyo, mis esfuerzos más desesperados son vanos. Así, más o menos, sí. Si pudiera irme hoy mismo” (refiriéndose a Claps y a Sylvia Campodónico). Y habla de “la soledad que me robaron”, y en 1942 declara este ultimátum: “Seré anormal. Pero estoy soy, soy así. Necesito estar sola. No que lo necesite. Sólo soy sola”.
Y sobre Claps, en 1942: “Hace días, abrazados, en la cama, dijo que nos iríamos a la Argentina. (…) Sí. Yo quería, quería… Ahora pienso… No lo amo. No lo amo. ¿Será posible que la razón más fuerte sea el temor de quedar sin espectador? ¿Cómo es posible sentir tanto y ser capaz de ver tan fríamente…? ¿Seré un monstruo? Un monstruo de lucidez. Y, con todo, la lucidez o el vivir con lucidez nunca son suficientes. Triste de vivir, triste de pensar, triste de (tachado)”.
Pero también de Oribe, en 1943: “A veces pienso en 0 con infinito dolor, con infinito desprecio. Creo que es algo que no supe matar”.
Y vuelta a Claps, 1943: “(…) A veces él es mi amigo, mi querido, es delicado, pálido, silencioso. Su amor, su… sus libros me libran del estancamiento, de la muerte. Otras, él no es más que la encarnación de las cadenas, coarta mi vida, mi muerte, me vacía, me envuelve. Quiero deshacerme de él. Casi lo odio”.
También en 1943, resuelve: “Todos los hombres son pequeños para el molde que forjó mi amor”, y “Mira que tengo que quererte mucho para no odiarte”.
“Por qué soy así. Por qué quiero todo y rechazo todo”: hay autoindulgencia en el desprecio de Idea, en el de la máscara, en el de la diarista. Como si el desprecio fuera honorable, como si cupiera sólo eso en lo que necesita y puede ser arte. En carta a Claps, de 1941, escribe: “Yo sé que mi manera de ser le ha chocado. Pero es que a mí me llegó la hora del desprecio en plena juventud. Estoy un poco deformada y un poco fuera de ambiente. Entonces veo distinto y juzgo de otra manera. Todo lo que me suena a hueco me repugna y provoca estas reacciones que le disgustan, y mi lenguaje se hace brusco y se resiente porque hablo poco y desde no hace mucho tiempo de esta manera y me faltan palabras”.
Farfullando sus modos estamos ahora, e Idea lejos o cerca, con una insinuación de sonrisa, congratulada por permanecer inasible, desconcertante, jamás clausurada. ¿Quién es Idea?, ¿quién es, por fin? Esa pregunta imposible parece ser su más meditado testamento. n
* Como señala Ana Inés Larre Borges desde su introducción, Hugo Achugar fue uno de los pocos en advertir que “los poemas que van de 1937 a 1944 muestran cómo, incluso antes de que Camus publicara varios de sus libros más importantes (…) Idea ya había intuido si no pensado en esa misma filosofía en verso; y ve en ellos la prueba de que su existencialismo no reproduce un modelo europeo”.
** En el verano de 1987, en su casa de Las Toscas, Idea decide pasar sus diarios en su totalidad, “sin alterarlos, pero eliminando reiteraciones y tonterías” (15-I-1987). En la introducción a este Diario… Larre Borges cita a “Philippe Lejeune, fiel estudioso del género”(el diario de escritor) y que “cree desde una posición ortodoxa que la edición de un diario íntimo traiciona su esencia”. Relativizando la idea, Larre Borges escribe: “Habitamos la era de la sospecha y hemos sustituido la superstición de la letra impresa por un hábito de suspicacia”; (“la ficción es el único discurso que nos avisa que miente”, agrega en nota a pie), y concluye: “Acaso sea posible pensar este ejercicio de un modo menos policial y asimilar la reescritura a una forma radical de lectura que, al retomar lo escrito, lo refrenda y reconoce”.
*** Larre Borges señala la pérdida de unos primeros y precoces cuadernos, que habría comenzado a llevar a sus “11 o 12 años”, y una segunda pérdida (de más de una década de escritura: 1968-1980): durante la dictadura y ya casada con Jorge Liberati depositaron sus diarios junto a otros documentos en el cofre de un banco que por alguna causa fueron extraviados. Hay incluso otros períodos en los que Idea casi no escribe.