La hoja de ruta estaba clara desde la misma noche del 26 de setiembre, cuando se conocieron los resultados (véase el recuadro) de las elecciones parlamentarias: Los Verdes (B90/GRÜNE) y el Partido Democrático Liberal (FDP) tendrían conversaciones preliminares para acercar posiciones y luego definirían con quién negociarían la formación del nuevo gobierno.
Descartada políticamente –aunque en los números sea posible– la «gran coalición» entre el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y su aliada, la Unión Socialcristiana (CSU) de Baviera, solo quedaban dos opciones. La primera era que los verdes y los liberales se sentaran a negociar con los fortalecidos socialdemócratas la denominada Coalición Semáforo (llamada así por los colores que identifican a los tres partidos). Los socialdemócratas no solo ganaron las elecciones tras una imponente remontada y viven una paz interna inédita en las últimas décadas, sino que, además, su candidato, Olaf Scholz, es el favorito de los alemanes para suceder a la actual canciller, Angela Merkel.
La otra posibilidad para los verdes y los liberales era ponerse de acuerdo con la alianza CDU-CSU para formar la Coalición Jamaica. Los democratacristianos tuvieron la peor votación de su historia. La magnitud de la derrota hizo añicos la frágil interna conservadora, que se llenó de reproches cruzados, y se multiplicaron las voces que piden la renuncia de Armin Laschet, su líder y candidato. Sin embargo, Laschet utilizó la opción Jamaica como tabla de salvación de su liderazgo y reivindicó su derecho a encabezar el nuevo gobierno, con el argumento de que la diferencia entre la votación de la CDU-CSU y el SPD ha sido exigua.
Tras diez días de reuniones bilaterales entre los cuatro partidos que lograron mayor representación en el nuevo Bundestag –excepto entre el SPD y la CDU-CSU–, verdes y liberales acordaron priorizar la Coalición Semáforo e iniciaron conversaciones exploratorias con los socialdemócratas.
VERDES Y LIBERALES: EL CENTRO AL PODER
Aunque a primera vista parezcan partidos casi antagónicos, los verdes y los liberales tienen arraigo en el mismo sector de la sociedad. La mayoría de los votantes de los B90/GRÜNE y el FDP pertenecen a sectores con ingresos altos y una educación por encima de la media. Además, ambos partidos obtienen sus mejores votaciones en los entornos urbanos más acomodados del oeste y son especialmente populares entre las personas menores de 30 años. Tanto los verdes como los liberales son, en definitiva, los representantes de la burguesía urbana que echa raíces en el centro del espectro político.
Más allá de los dardos que los B90/GRÜNE y el FDP se tiraron durante la campaña electoral, no resulta difícil imaginar que ambas formaciones puedan converger en algunas cuestiones. En política exterior, por ejemplo, ambos partidos consideran que el liderazgo dentro de la Unión Europea es la llave para enfrentar los desafíos geopolíticos que plantean rivales y socios como China, Rusia y Turquía. En inmigración, más allá de algunos matices, ambos proponen simplificar la burocracia, darles una oportunidad de estadía a los refugiados que se hayan capacitado y ampliar el visado de los trabajadores cualificados. Con algunas cesiones, de uno y otro lado también podría haber un acuerdo en otros temas urgentes, como el desarrollo de la infraestructura digital, la modernización de la administración pública e, incluso, la estabilización del sistema de las pensiones y la reforma de las políticas de apoyo a las familias.
Sin embargo, los votantes verdes y los liberales tienen enfoques muy diferentes sobre su prosperidad. Los electores de los B90/GRÜNE asumen con cierta responsabilidad la posición privilegiada que ostentan en la sociedad: les preocupan los efectos medioambientales de su modo de vida. Y, aunque no están dispuestos a apoyar cambios sustanciales en la matriz redistributiva, son capaces de respaldar medidas que los afecten a ellos mismos –como aumentar el gravamen a los sueldos altos– con tal de distribuir la riqueza de forma algo más justa. En el otro extremo, los votantes liberales no ven su posición económica como un privilegio, sino como la recompensa por su capacidad y su esfuerzo. Siguiendo el mantra, ven el Estado como un actor de reparto que a menudo se entromete demasiado y pone obstáculos innecesarios, un actor que, al tiempo que agobia a la iniciativa privada, se queda con una tajada de las ganancias, que luego gasta de forma ineficiente.
EL COLOR DEL ESTADO
Además del verde de los B90/GRÜNE y el amarillo del FDP, en los colores de la Coalición Semáforo también estaría el rojo de los socialdemócratas. El SPD tiene casi la misma cantidad de escaños (206) que la suma de sus potenciales socios (210) y, más allá de las concesiones que deba hacer para lograr un acuerdo, su peso será determinante. A diferencia de los verdes y los liberales, los socialdemócratas provienen de otros estratos de la sociedad. La victoria de Scholz se explica, en buena medida, por los votos que el SPD recuperó en las zonas más pobres de los estados federados del este. Para estos votantes, el aumento del salario mínimo y las pensiones, y el control de los precios de los alquileres no son dilemas morales ni meritocráticos abstractos, sino una necesidad material imperiosa. La reducción de la influencia humana en el cambio climático supone para Alemania un cambio de su matriz energética y una transformación industrial inédita. Esta es la principal preocupación de los ciudadanos y también el reto más importante que tendrá el próximo gobierno. En la mirada de Scholz y su equipo, un desafío de estas características y magnitud necesita al Estado en un rol protagónico, porque, más allá de la responsabilidad empresarial, el libre mercado no se implicará de forma determinante en la transformación ecológica si no hay un plan de estímulos suficientes. Esta concepción del Estado –como una herramienta que interviene para ayudar a resolver problemas sociales– que hoy tiene la socialdemocracia alemana es cercana al pensamiento de los verdes y difícil de digerir para los liberales. Por eso, el desafío para Scholz y el SPD es lograr un acuerdo de gobierno en cuya mezcla de colores el rojo sea más reconocible que el verde y el amarillo no lo tiña todo.
Resultados
El Partido Socialdemócrata Alemán ganó las elecciones del 26 de setiembre con el 25,7 por ciento de los votos y mejoró en 5,2 puntos porcentuales el resultado obtenido hace cuatro años. Segunda quedó la alianza Unión Demócrata Cristiana-Unión Socialcristiana (CDU-CSU), que perdió 8,8 puntos porcentuales y obtuvo la peor votación de su historia: 24,1 por ciento. Terceros quedaron Los Verdes, pero fueron los que más crecieron: 5,9 puntos porcentuales y alcanzaron el 14,8 por ciento. Cuartos, con el 11,5 por ciento de los votos, quedó el Partido Democrático Liberal, que aumentó su votación apenas 0,8 puntos porcentuales, sin lograr capitalizar el desplome de la CDU-CSU. Quinta quedó la ultraderecha de Alternativa para Alemania: recibió el 10,3 por ciento, 2,3 puntos porcentuales por debajo de la votación de 2017, cuando ocupó el tercer lugar. Además de la CDU-CSU, el otro gran derrotado fue La Izquierda (Die Linke). Los poscomunistas perdieron casi la mitad de sus votos –4,3 puntos porcentuales– y cayeron por debajo de la barrera del 5 por ciento que se necesita para entrar al Parlamento, al obtener solo el 4,9 por ciento. Sin embargo, como ganaron en tres distritos electorales, podrán formar parte del nuevo Bundestag.