Ridley Scott tiene 83 años, no para de producir y ha vuelto a filmar una película sobre hombres que se enfrentan entre sí, enlazados por el destino a lo largo del tiempo. Su ópera prima, Los duelistas (1977), cuenta la historia de dos soldados franceses que, a inicios del siglo XIX, tienen un pequeño altercado y se retan a duelo. Pero el duelo se interrumpe y, de ahí en adelante, ambos continúan intentando matarse a lo largo de los años (con espadas, cuchillos, sables y pistolas, dependiendo de la época), sin llegar a lograrlo nunca. Finalmente, después de 15 años –ambos ya generales– se encuentran por última vez y continúan odiándose, aunque ya sin siquiera recordar por qué.
Esa película, mirada desde el hoy, puede verse como un extraño estudio de la masculinidad que llamamos hegemónica, que muestra cómo su construcción se encuentra regida por el sentido del honor, la ira, el odio y el perdón. Es en esa dimensión que dialoga con esta nueva apuesta del director inglés, filmada más de 40 años después. Es cierto: El último duelo despliega una estrategia narrativa muy diferente y es bastante más melodramática y edulcorada, pero logra, igual que su antecesora –y que varias películas de este artista ya mítico–, convertirse en metáfora, trascender la adaptación de época y hablarnos de nuestro tiempo.
En Los duelistas, durante todo el periplo acompañamos a uno solo de los dos hombres, d’Hubert, quien nos despierta mayor empatía. En este caso, el guion de Matt Damon, Ben Affleck y Nicole Holofcener no asume un único lugar de enunciación; a la manera de Rashōmon, de Kurosawa, ofrece tres versiones de la misma historia. De ese modo, la estructura formal permite agregar a la peripecia del duelo entre hombres el punto de vista de la mujer, y eso resulta curioso e innovador para un argumento situado en la Edad Media.
La película se ubica en el siglo XIV. Se trata de uno de los siglos más violentos: el de la peste, la crisis secular, el auge del feudalismo. Las mujeres eran propiedad de los hombres y el casamiento, un contrato netamente económico. La opulencia de la nobleza tenía como contrapartida la escasez y la miseria de los siervos y campesinos, y saber leer o contar transformaba a las personas en seres excepcionales. Ambientada en ese entorno, El último duelo se centra en una amistad que deriva, con el paso del tiempo, en un enfrentamiento trágico: la del caballero Jean de Carrouges (Matt Damon) con Jacques Le Gris (Adam Driver), escudero favorito del conde Pierre d’Alençon (Ben Affleck). La hostilidad entre Carrouges y Le Gris va subiendo de intensidad hasta que alcanza su clímax en la violación que sufre Marguerite (Jodie Comer), esposa de Carrouges, por parte de Le Gris.
Las mujeres no tenían derecho a realizar ningún reclamo. Carrouges, el marido agraviado, elige presentarse ante el rey para solicitar la justicia de Dios, es decir, un duelo a muerte con Le Gris. En el pensamiento medieval, Dios podía demostrar si Le Gris era culpable o no: si él mataba a Carrouges, probaba su inocencia y Marguerite era quemada viva. Si, en cambio, Carrouges mataba a Le Gris, limpiaría el nombre de su esposa y el propio.
La película abre con breves imágenes del gran duelo, que, según los registros históricos, fue el último de ese tipo (con caballos, armaduras y lanzas) que sucedió en Francia. Luego entramos en la primera versión de la historia, la de Carrouges, a la que le sigue la segunda, de Le Gris. Finalmente, seremos testigos de lo vivido por Marguerite. Los tres episodios tienen pequeñas diferencias, pero funcionan adicionando información: las muchas elipsis en el segundo y el tercer tramo dan por sentado que hemos comprendido la generalidad de los sucesos. Este método es efectivo a la hora de hacer énfasis en la carga que tiene la subjetividad en el registro de los vínculos, y posibilita un cuestionamiento universal acerca de la construcción canónica de la memoria y su relación con la cultura.
Lo cierto es que El último duelo es una historia de muchos personajes, que abarca un largo período de tiempo cronológico y una serie de espacios difíciles de reconstruir e iluminar sin caer en líneas estéticas demasiado trilladas, marcadas por las sagas de fantasía medieval y las series de televisión. Con sus habilidades de maestro, Scott logra una fluidez narrativa envidiable, a la que imprime su ritmo personal y sus obsesiones: las largas, lentas e intensas secuencias de diálogo que preparan las de acción; una fotografía vital, original, experta en relacionar a los personajes con su entorno; el retrato fascinado de una heroína que no tiene otra opción más que levantar su voz contra el mundo. Además, el detenimiento en las transacciones, las relaciones de poder y las condiciones económicas y socioculturales de la época aporta un gran interés a la película, y nos deja entrever, casi sin concesiones, la violencia bárbara de fines de la Edad Media.
Sin embargo, tal vez lo mejor del guion sea la posición subjetiva de Le Gris frente a su propio acto de violación: la naturalización absoluta de que el acceso al cuerpo de las mujeres es su derecho, y que de eso se trata el amor. La vulnerabilidad extrema de la posición femenina se ve reforzada cuando, en la versión de Marguerite, sentimos junto a ella el dolor que le causan las relaciones sexuales, la negación de su placer, el imperativo de la reproducción y, sobre todo, la falta de escucha y entendimiento de parte de su marido, aun cuando ella tiene una posición social más alta y una inteligencia, cultura y capacidad de administración mucho mayores. Y, además, el juicio: la revictimización a la que la somete la moral católica como castigo por no haber hecho lo que le correspondía: callar.
Si el final de El último duelo fuera realmente aliviador, la película perdería todo valor. Pero la tensión se sostiene, y la angustia de ver el despliegue bárbaro de la masculinidad y la violencia sexual y de género nos deja sin respiro. Un buen guion, actores versátiles y entusiastas, una fiel adaptación de época y un gran, enorme contador de historias tras la cámara: combinación explosiva para una de las películas más interesantes que hay, hubo y habrá en la cartelera comercial este año.