—¿De dónde viene la palabra jam?
—Viene del jazz. Los jazzistas se juntan a improvisar en lo que se llama jam session. Es lo que adoro del jazz: los músicos se juntan y no se sabe qué va a pasar. Acá, en Uruguay, también se le dice zapada. Surge del jazz, pero se usa en todos los géneros.
—¿Cómo se te ocurrió aplicar ese concepto al psicoanálisis?
—Una vez, caminando por la calle con una exnovia colega, ella criticaba mucho el acartonamiento del ambiente psicoanalítico. No le gustaba que fuera tan pomposo, con tanto oropel y formalidad. Eso me quedó rondando en la cabeza y me puse a pensar cómo sería una jam session de mis tres pasiones: el cine, la literatura y el psicoanálisis. Entonces, se me ocurrió facilitar una jam session, pero de oratoria, en la que, en lugar de tocar música, se usaran las palabras. Y entendí que tenía que ser en boliches, en un clima desacartonado.
—¿Cómo es, exactamente, el formato de la jam de oratoria?
—El público tira tres palabras para el primer orador, que tiene que armar un discurso que incluya esas tres palabras y hable de cine, literatura y psicoanálisis. Es en un tono informal: se cruza algo del humor verbal más propio del stand up con temas más serios. Luego, un segundo orador hace lo mismo con otras tres palabras. Eso equivale a lo que serían los solos del jazz. Después hay otra parte, que quizás sea la que yo más disfruto, inspirada en el momento en que los músicos se responden: el baterista hace algo, el tecladista le responde, y así. En nuestra jam, se tira una palabra y con ella van jugando los dos jameadores: cada uno se mete en el discurso del otro y se produce como una química, una sinergia que es del momento.
—¿Cómo pasaste de la idea a la realización de los eventos?
—Soy muy amigo de Regina Ramos, que es una poeta, profesora de Literatura e investigadora valiosísima. Le conté esa idea medio loca y le encantó. Así que nos largamos. Regina cumple el rol de poner el swing, un concepto que a mí me encanta. Recibe las palabras, habla con el público, arma la cuestión. Siempre estamos ella –que es la coordinadora–, un invitado y yo, la figurita repetida [risas]. Los invitados van variando. Hasta ahora han sido siempre artistas, nunca psicoanalistas. Han estado Santiago Tavella, Leo Lagos, Ignacio Alcuri, Fabián Muniz, Hoski, Marcela Matta, Manuel Barrios. Y ahora va a estar Luis Bravo.
—¿Esto de desarrollar un discurso con tres palabras tiene una raíz callejera en el freestyle?
—Está muy emparentado con lo que se hace en el freestyle, claro. Lo único que, en lugar de hip hop, rap o rima, es oratoria. Hay algo de la improvisación que deja que en el discurso permee la cultura popular más callejera. Y, bueno, a mí me interesa cruzar eso con lo académico. De pronto, en la jam hablamos de conceptos de [Jacques] Lacan abstractos o sesudos, pero la exposición se está dando en un boliche, y eso se aleja del psicoanálisis formal. Aunque, de hecho, tampoco en la sesión de psicoanálisis se sabe qué va a pasar: eso va a depender del discurso del analizante, que tampoco sabe lo que va a aparecer. Y lo que aparece sin estar armado es lo más rico. Así que la práctica de la improvisación también se toca con la propia sesión analítica.
—¿Por qué es importante que el psicoanálisis salga de la academia?
—Porque tiene una potencia política gigantesca. Es un trabajo con lo singular, va en contra de la lógica de masificación, que es lo que prima hoy en día. El neoliberalismo tiene que ver con borrar al sujeto y convertirlo en algo a lo que se le aplica un protocolo general, pero el psicoanálisis se practica con cada sujeto, de sesión a sesión. Además, si trabajamos con la influencia de Lacan, ese sujeto no va a ser pensado por fuera del otro social: está marcado por ese otro. En la lógica del mercado pagamos para que venga algo externo a solucionarnos los temas, mientras que en el psicoanálisis el sujeto paga para trabajar él. Por eso creo que hay que mantener viva esta disciplina, que es muy distinta a cualquier otra, como la disciplina médica, los abordajes más científico-positivistas y también los más sociales, que no trabajan con la singularidad. Porque laburar con colectivos es valioso, pero es fundamental que haya una disciplina que pueda ver cómo lo social impacta en cada sujeto de forma singular. Y para mantener viva una disciplina hay que sacarla de su torre de marfil académica. Tiene que estar en la calle, en el boliche, con la gente joven. A la jam también van personas no universitarias, que no provienen del psicoanálisis ni de la psiquiatría.
—Te interesa que la jam pueda ser disfrutada por todo el mundo.
—Intento ser lo más claro posible. No se trata de hablar de, por ejemplo, [Ingmar] Bergman y que quien no lo conoce quede por fuera. Tanto en la jam como en mis clases de la facultad, la idea es partir de un lenguaje sencillo y no criticar a nadie por no conocer a Bergman, porque nadie tiene por qué haber nacido en una familia en la cual se mire cine. Hay que introducir a los autores y despertar curiosidad, una curiosidad que, en mi experiencia, siempre trae sorpresas.
—¿Cuál es la evolución de la teoría lacaniana en el pensamiento latinoamericano?
—Bueno, en el consultorio hay que ver qué es lo latinoamericano para esa persona en específico: va a haber un ser latinoamericano para cada sujeto que se diga latinoamericano. Pero, en términos de la teoría, a partir de Lacan se creó toda una corriente que se llama izquierda lacaniana, cuyos dos mayores exponentes son Ernesto Laclau y Slavoj Žižek. Ellos plantean un psicoanálisis no clínico, sino político y social. Piensan lo político y lo social desde una perspectiva de izquierda, usando ideas lacanianas. Y eso tiene que ver con poder pensar Latinoamérica, la lucha de clases, el feminismo, la decolonialidad. Por otro lado, en los noventa, Jean Allouch, un autor que me gusta mucho, planteó que el psicoanálisis tiene que darle entrada a todo lo queer. Empezó a trabajar con David Halperin, con Leo Bersani. Justo hace poco veía una charla de Susana Bercovich, una psicoanalista lacaniana mexicana, sobre psicoanálisis y feminismos. Pero la idea de Allouch o Bercovich no es tanto usar a Lacan para tensar la sociedad, sino para hacer el movimiento contrario: dejar que los feminismos, lo queer y lo decolonial interpelen al psicoanálisis. Hay un aforismo de Allouch que dice: «El psicoanálisis será foucaultiano o no será». Es decir, el psicoanálisis debe ser interpelado por [Michel] Foucault o muere.
—¿Pensaste en incorporar a la jam invitados más vinculados a lo social, a los ámbitos militantes?
—Por ahora, no, pero puede ser muy interesante. Lo cierto es que eso también aparece en el público. Por ejemplo, en una jam, una joven tiró la palabra lesbiana y yo hablé de determinadas películas en las que aparecen lesbianas, como La vida de Adèle y Mulholland Drive. Y después, cuando le tocó hablar a Alcuri, esa misma chica le tiró como palabra hipersexualización lésbica. Entonces, si bien no ha habido un invitado que provenga de la militancia, lo social permea desde el boliche, se cuela por todos lados. Se borra esa construcción artificial entre lo singular y lo social, que es lo propio del psicoanálisis lacaniano.
—La retórica es una disciplina difícil de desarrollar. La jam parece ser un buen ejercicio.
—Lo que busco en la jam es que, además de los argumentos y las ideas, haya una búsqueda retórica que divierta, sacuda y descentre, que no le brinde al escucha lo que está esperando. En los momentos de improvisación hay una búsqueda estilística de la retórica. Por eso, a la hora de buscar invitados, trato de que tengan una retórica interesante, más allá de que sus perfiles sean muy diferentes.
Próximas actividades
> Jueves 4 de noviembre, a las 20.00, en el Salón Dorado de la Intendencia de Montevideo: Jam de Literatura, Cine y Psicoanálisis en el marco de la Feria Internacional del Libro.
> Jueves 25 de noviembre, a las 21.00, en el bar Tribu: Jam de Literatura, Cine y Psicoanálisis en el marco de Cósmica, feria de arte y cultura contemporánea.