Su parentesco no es solo estético, más allá del hecho de hacer canciones en un ambiente despojado e íntimo. Tiene que ver con una forma de hacer música y con una sensibilidad compartida desde lo geográfico, lo generacional y lo político. Ambas buscan y hacen desde la canción latinoamericana, aún más desde la rioplatense, y en sus referencias aparecen nombres como María Elena Walsh, Leda Valladares, Jorge Lazaroff, Fernando Cabrera, Atahualpa Yupanqui y su profesor, Edgardo Cardozo. Con esto, a la par de la forma canción, la poesía y el instrumento aparecen con fuerza como moldeadores. Luján comenta al respecto que «quizás sea ese entendernos internamente como una multiplicidad de personajes lo que nos permite hacer canciones en las que nos expresamos desde esas parcialidades un poco más tranquilas que si pensáramos que, en cada canción, tenemos que dar un mensaje al mundo desde un ser unívoco, que para mí no existe».
Aunque parten de una escritura y un guitarrismo un tanto melancólicos y reflexivos, de introspección, hay diferencias muy claras. Luján se asocia más que nada a una rítmica cercana al latinoamericanismo con influencias anglosajonas, en la que las cosas aparecen primero como bloque y de a poco se dividen. Eugenia es una clara heredera de la tradición clásica de la guitarra, de un contrapunto a lo Yupanqui, pero con una tocada muy pulcra y nítida, en la que no se descuida ningún detalle. Aun así, la tocada de Eugenia es calma y la de Luján, más dramática. Por otro lado, la poesía de Luján es extensa, con un desarrollo lineal y que pide ser escuchado –o leído– de forma completa, mientras que Eugenia es concisa, de temporalidades más estáticas, y cada uno de sus versos podría estar aislado del resto. Aquí, el dramatismo musical de Luján se encuentra en la poesía de Eugenia y la calma musical de Eugenia se halla en la lírica de Luján.
Estos puentes dan la posibilidad de escuchar sus trabajos como una obra unida, pero no hay que olvidar que las conexiones estéticas son siempre una interpretación. La posibilidad de asociarlas está dada por cierta forma y disposición de escucha. Verlo así permite que las capas de «lo interpretable» puedan trascender las más inmediatas y accesibles, lo que cuestiona incluso la propia noción de similitud.
Eugenia, en comparación con su primer disco, Alma sabe,1 presenta en su nueva propuesta un contrapunto más reducido y directo. Hay un mayor enfoque en el timbre, el gesto, el fraseo. A veces la variante es un acento en una nota del patrón que viene repitiéndose. Incluso las canciones «Ilusión» y «Guitarra», que tal vez tienen los arreglos más complejos, no dejan de ser un bloque en que el foco de variación está puesto en otros parámetros que no son las notas. Lo conciso de sus letras se encuentra en la guitarra también. La voz, calma y estirada, tiene una sonoridad muy cercana, de espacio chico, como si nos estuviera hablando en el living de su casa.
Luján también tiene un guitarrismo bastante directo y claro, y esto no solo por el rasgueo, que por lo general tiende a ser unificador. La sonoridad del instrumento es más bien ambientadora, algo que está potenciado por una ecualización que hace que la guitarra tenga un espectro bastante amplio. A diferencia de Eugenia, ella incorpora otros instrumentos, pero bajo la idea de unión, ya que generalmente se mueven rítmicamente a la par con respecto a la guitarra, como si fueran una expansión de esta última. Lo interesante es cuando alguna nota se esboza por fuera, como el contrabajo en «Más que una cadena». La forma de cantar de Luján es muy nítida, con variaciones dinámicas que le dan un constante movimiento. A diferencia de Eugenia, su voz es más amplia en el sentido espacial, como si transmitiera algo lejano y solitario.
En cuanto a las letras, ambos discos se sitúan en un ambiente muy introspectivo, de reflexión. Esto se da al explicitar el cuestionamiento y la búsqueda de identidad en un sentido existencial, y eso provoca la sensación de que se trata más bien de hacer preguntas que de encontrar respuestas. Las dos cantautoras no dudan en mostrar su vulnerabilidad y evidenciar que esa búsqueda no solo nace del dolor, sino que, en sí misma, resulta dolorosa.
Eugenia lo dice desde un lugar oscuro y desgarrador, empezando su disco con «Ilusión»: «La ropa se achica/ Los libros no vuelven// Las flores se secan/ Las sumas pueden dar error/ Decepción». Ese tiempo estático que denotan sus letras asume un lugar en el cual el cambio se da desde la crítica y el desarmado, a veces hacia ella misma, como en «Espejo», que dice: «No voy a verme más en ese espejo deformado que inventé un mal día». Pero en otras letras cuestiona incluso la idea misma de buscar, como en «Cliché», en la que se pregunta: «¿Cuál es el paisaje que importa en un tren que no para, melancólico y cruel?». Tal vez el momento más rupturista con respecto a la temporalidad es en «Laberinto azul», en la que se esboza un tiempo lineal, pero, a la vez, se presenta el futuro: «Sola te vas, sola, en tu laberinto azul. Tendré que confiar que vas a llegar».
Luján parece llegar a un lugar más luminoso, no así menos solitario. El desarrollo que presentan sus letras no es solo una forma de escritura, sino también parte del contenido: la linealidad surge de un presente con vistas al futuro, incluso con cierta esperanza. Un ejemplo es el tema que abre el disco, «Lámpara de sal»: «Inventaré una fe donde la libertad no me dé miedo. Construiré un altar con una lámpara de sal que ilumine los tesoros». Sin embargo, ese futuro siempre se presenta como un anhelo y lo único tangible es el lugar del presente: «¿De dónde estoy huyendo? ¿A quién no reconozco? Estoy corriendo, no me detengo». Y mientras que Eugenia demuestra su vulnerabilidad a flor de piel, pero sin referirse nunca directamente a ella, Luján se sale de sí misma y la señala, como en «Más que una cadena»: «Y que el dolor no me mata me lo llevo a todos lados, pero más que una cadena hace que yo me comparta».
La unión musical de estas dos artistas argentinas trasciende lo estético, ya que ambas estuvieron muy cerca del proceso de la otra. Eugenia dice que vivió el disco de Luján «como un proceso muy cálido y humano. Siento que son canciones muy conmovedoras, muy abiertas. Se presentan aparentemente austeras y, sin embargo, están construidas con una solidez y una delicadeza de artesana, como si fueran piezas de origami». Luján también valora el trabajo de Eugenia y comenta que, «por el solo hecho de ser el segundo disco, implica un autoafirmarse en ese camino que eligió en el primero, que siento que es superpersonal. Creo que en este disco su poesía creció, hay más juego, y eso le permite tomar más distancia de la experiencia personal, de la que creo que nace mucha de su inspiración. Siento que eso la ayuda a meterse con cosas más profundas y sacar de ahí diferentes gemas».
Si se trata de la búsqueda de identidad, claramente ambas artistas lo sienten como algo que se comparte y se transita con otras personas. «Creo que hacer arte siempre implica luchar contra un deber ser, porque implica buscar eso genuino y personal que está dentro nuestro, que es un poco bestial y sin forma», comenta Luján. Este parentesco ayuda a ver un plano sin duda constitutivo del arte. Es interesante escuchar ambos discos de manera continua y alternando el orden, porque las palabras y la música cobran sentidos múltiples. No hay un relato lineal, ni siquiera del proceso de búsqueda personal. Ambas posiciones conviven constantemente, como en un espiral, y eso confirma que mostrarse vulnerable es, al final, un acto político.
1. Crítica del primer disco disponible en https://brecha.com.uy/tomar-la-herencia/.