Nacida como Gloria Jean Watkins, al crecer decidió tomar el nombre de su bisabuela materna y ser llamada bell hooks. Así, sin mayúsculas, sin reglas heteropatriarcales ni euronormativas. «Lo importante no es cómo me llamo, sino lo que escribo», sostuvo con humildad. Siendo una niña, experimentó las vejaciones de crecer en un país que pregonaba la libertad, la justicia y la democracia mientras aún imperaban las leyes de Jim Crow, promulgadas por los estados con legislaturas supremacistas blancas y explícitamente racistas. Bajo el lema «Separados pero iguales», estas leyes instituyeron por siglos la idea de que las personas afrodescendientes no iban a ser respetadas y mucho menos bien recibidas cuando osaran ocupar lugares por fuera de lo permitido. Pero, sobre las figuras y los cuerpos de Ruby Bridges, Linda Brown, Vivian Malone Jones, la misma bell hooks y tantas otras, el campo educativo estadounidense demostró con hechos que el racismo estaba ahí, que su presencia era irrefutable. Fueron rechazadas y vapuleadas en su ingreso y permanencia educativa. «Todo lo que el entorno me comunicaba parecía confirmar que la ausencia de amor estaba a la orden del día», recuerda hooks en su último libro, publicado en el 2000.
Educadora, intelectual, activista afrofeminista y escritora, hooks dedicó su vida a la educación, explorando la conexión entre la pedagogía y los problemas de raza-etnia, género y clase. En su escrito Viviendo de amor plantea que el amor es, para ella, acción e intención al mismo tiempo y que posibilita a las personas expandirse y nutrirse espiritualmente. Así, proporcionó un insumo fundamental para comprender la situación de la población afro en Estados Unidos: las condiciones en las que se ha desarrollado el pueblo negro, al decir de la autora, han dificultado el crecimiento y la nutrición espiritual, lo que ha afectado tanto los vínculos interpresonales como los de las personas consigo mismas y ha llevado a la proyección, la introyección y la reproducción del sistema racista. De esta forma, incursionó en una dimensión hasta entonces poco abordada del racismo e inauguró una corriente de pensamiento desde los estudios culturales que alimentó tanto a la praxis académica como a los movimientos sociales afrofeministas. «Muchas mujeres negras sienten que en sus vidas existe poco o ningún amor. Esa es una de nuestras verdades más intimas, que raramente discutimos en público. Es una realidad tan dolorosa que las mujeres negras raramente hablamos abiertamente sobre ello», advierte, mordaz. Esta reflexión, que surgió de su experiencia como estudiante, docente y académica, marcó el rumbo de su producción intelectual y aportó conceptos fundamentales para el desarrollo de una educación antirracista.
En 1994 escribió Enseñar a transgredir: la educación como práctica de la libertad, obra en la que entabla un diálogo con el trabajo de Paulo Freire. Como educadora, apostaba a la elocuencia del acto de enseñar. Estaba convencida de que el éxito del proceso de enseñanza-aprendizaje surge de la necesidad de buscar, dentro de quien educa, la fuerza y la motivación para ser y estar en esa tarea, en ese momento, logrando una afectación en los estudiantes que permita transitar procesos pedagógicos sensibles, empáticos y transformadores de las realidades coexistentes. «La capacidad de sentirse asombrado, emocionado e inspirado por las ideas es una práctica que abre radicalmente la mente», decía sin pelos en la lengua, colocando el afecto como categoría de vital relevancia para comprender las problemáticas sociales. Como Freire, hooks plantea los procesos educativos desde la óptica de la educación popular y desarrolla un método de alfabetización que no se conforma con enseñar a leer y escribir, sino que busca producir un cambio efectivo y real en la persona y en su comprensión de sí misma y del mundo que la rodea. Su método es participativo, se gesta en la medida en que quienes lo transitan realmente se comprometen con él.
Su mayor contribución radicó en poner el acento en conocer los trayectos individuales y colectivos, en una lógica de historias de vida con características compartidas, unidas en algún punto por dimensiones de la matriz de dominación compuesta por la supremacía blanca como eje y norte de todo el proyecto civilizatorio, que tiende a la extinción de las personas y los pueblos racializados. Su obra es un pilar insoslayable en la práctica educativa antirracista. No solo por romper el ciclo de la violencia epistémica, sino también por abonar al surgimiento y la consolidación de un pensamiento afro referenciado en el ámbito académico afrodiaspórico. El legado de su obra radicó en interpelar la normatividad que impone la blanquitud. «Fue particularmente desafiante abordar la cuestión de si podemos aprender de pensadores y escritores que son racistas y sexistas», dice la autora en uno de sus ensayos, haciendo una pregunta de enorme importancia para la lucha antirracista dentro del campo educativo.
Entendiendo que toda práctica educativa lleva consigo un proyecto político, para hooks los proyectos antirracistas deben fortalecer el valor democrático de las sociedades a través de una educación de las relaciones interétnicas interraciales, ya que el acceso a los servicios esenciales –y, dentro de ellos, a la educación– está imbuido de la imbricada conexión entre la tríada básica: raza-etnia, clase y género. Vista desde su perspectiva, la famosa frase de Angela Davis «En un mundo racista no basta con no ser racista, hay que ser antirracista», cobra aún más vigencia. A su entender, la democracia no debe ser un derecho de nacimiento, sino algo que es necesario trabajar y mantener, y que requiere de un compromiso profundo y continuo con la justicia social. La habilidad de sostener la democracia, decía hooks, se consigue a través de una educación comprometida.
Lo que llamó sabiduría práctica es, en definitiva, el objetivo de la educación: «Uno de los beneficios más enriquecedores y generosos que se obtienen cuando nos involucramos en el pensamiento crítico es la intensificación de la conciencia plena, que aumenta nuestra capacidad para vivir plenamente y bien. Cuando nos comprometemos a convertirnos en pensadores críticos, ya estamos tomando una decisión que nos coloca en oposición a cualquier sistema de educación o cultura que nos haga receptores pasivos de formas de conocimiento. El vínculo vital entre el pensamiento crítico y la sabiduría práctica es la insistencia en la naturaleza interdependiente de la teoría y los hechos, junto con la conciencia de que el conocimiento no puede separarse de la experiencia. Y, en última instancia, existe la conciencia de que el conocimiento arraigado en la experiencia da forma a lo que valoramos y, como consecuencia, a cómo sabemos lo que sabemos y cómo usamos lo que sabemos».
La activista afrofeminista planteó con vehemencia que si el mundo está sostenido por desequilibrios de poder que se materializan en desigualdades, inequidades y desventajas para una gran parte de la población mundial y si somos capaces de reconocer que la clase, la raza-etnia y el género son los principales ejes de la desigualdad, entonces la educación debe trabajar sobre esos temas. Conceptualizó largamente acerca de la interconexión entre la supremacía blanca, el racismo y el patriarcado, advirtiendo que, al abordarlos por separado, se pierde capacidad analítica y explicativa. El pensamiento y la práctica de hooks abrieron caminos, enseñaron a ver el aula como un lugar lleno de posibilidades, en el que otro mundo puede ser creado.
Fernanda Olivar es antropóloga, docente e investigadora de la Universidad de la República. Pertenece al Colectivo de Estudios Afrolatinoamericanos.