La nueva ola del nuevo año - Semanario Brecha
A propósito de ómicron

La nueva ola del nuevo año

Como casi todos los fenómenos biológicos, los virus evolucionan y cambian en forma permanente. Los organismos vivos están condicionados para su reproducción y adaptación a las condiciones cambiantes de su entorno. Por eso sobreviven. Por eso a lo largo del tiempo se han desarrollado una infinidad de distintas formas de vida.

Si bien no puede decirse que un virus sea en sí mismo un organismo vivo, sino un parásito que necesita de un ser vivo para su desarrollo, con su reproducción se producen cambios similares a la evolución de las especies; ciertas diferencias o modificaciones del virus original («mutaciones») son las que permiten que sobrevivan al adaptarse mejor al medio. De este modo, los virus también «evolucionan». Así ocurre con el coronavirus.

Cuando algún factor se opone a su desarrollo, solo sobreviven aquellos con diferencias tales que evaden ese obstáculo, como pueden ser los anticuerpos generados por las vacunas o por una infección previa. A ese obstáculo se le llama presión de selección, es decir que determina la selección de aquellos organismos cuyos cambios permiten su supervivencia; es necesario que el número de veces que se replica el virus sea muy alto, para que aparezcan un número importante de «errores» en su reproducción y, así, surjan variantes resistentes.

Las condiciones de reproducción del SARS-CoV-2 son ideales para que esto ocurra. Población mundial en estrecha interacción (un número muy alto de individuos susceptibles), alta capacidad de contagio y replicación del virus. Ello explicaría por qué se ha descrito desde el comienzo de la pandemia una enorme cantidad de mutaciones. Cuando aparecen virus con más de una mutación, se denominan variantes. A las variantes descubiertas se las ha denominado con letras griegas en orden alfabético, según la cronología de su aparición.

En este momento predomina en el mundo la variante denominada ómicron, que fue descubierta a comienzos de noviembre en Sudáfrica y denominada así por la Organización Mundial de la Salud (OMS) a partir del 26 noviembre de 2021. La OMS advirtió en ese momento que esta podría cambiar la evolución de la pandemia, por su mayor transmisibilidad, y así fue. Se diseminó rápidamente por todo el mundo y provocó una nueva ola. Su capacidad infectante se evaluó como cinco veces superior a la variante delta y también se determinó que es más reinfectante, es decir que es capaz de afectar nuevamente a quienes ya padecieron la enfermedad.

Dado el alto número de mutaciones que se detectaron en esta nueva variante, las más importantes desde el surgimiento del virus (y que no solo afectan la proteína spike), los científicos suponen que las vacunas tendrán una menor eficacia ante casos de ómicron, es decir que esta variante escapa en gran medida a la protección ofrecida por los anticuerpos generados ya sea por una infección previa o como resultado del uso de vacunas. De todas maneras, parece tratarse de un escape parcial. También se está estudiando la metodología diagnóstica, porque ómicron podría en algunos casos eludir su detección por algunos de los test empleados en el momento actual.

Por lo general, cada variante tiene la potencialidad de provocar nuevas olas pandémicas. Así sucedió con variantes previas, como la beta y la delta, y ahora está ocurriendo con ómicron. Pero, dado que este virus es muy diferente a las variantes anteriores, es posible pronosticar una ola pandémica de mayor proporción que las producidas hasta ahora. El grado de incertidumbre a propósito de su impacto todavía es muy alto. Los datos muestran que tendría menor gravedad que las variantes precedentes; no obstante, si el grado de incidencia es mucho mayor, el impacto sanitario sería igual muy importante, sobre todo al afectar a los individuos no vacunados.

Ómicron se desarrolló en Sudáfrica, donde la población vacunada a fin de año era de solo el 24 por ciento, mientras que en el resto del mundo, en promedio, el porcentaje de vacunación se acercaba al 50 por ciento. Esto, sin duda, ofrece un terreno fértil para una nueva ola mundial de proporciones importantes.

Cada epidemia viral tiene repercusiones y características distintas, que se engloban dentro de lo que se denomina desde hace mucho genio epidémico; algunas son más contagiosas, otras son más mortíferas, otras son solo molestias.

Las distintas olas causadas por las diferentes variantes del SARS-CoV-2 han tenido diversos genios epidémicos. Además de las características propias de cada variante, entran en juego muchos otros factores: las características biológicas y sociales de la población afectada (por ejemplo, edad y estado nutricional), las características geográficas y climáticas, la interacción con especies de animales y, sobre todo, el estado inmunológico de la población y las medidas de contención de la epidemia, por lo que las extrapolaciones de lo que ocurre en otras regiones o países no resultan sencillas.

En nuestro país los casos positivos nuevos de SARS-CoV-2 comenzaron a subir a mediados de diciembre (tomando los promedios semanales de casos por día), cuando se superó los 250 casos por día. Hacia fin de año ya se superaba el millar de casos por día y se confirmó la presencia de ómicron. Al culminar la primera semana de enero se superaban los 3 1.000 casos por día. Esta evolución exponencial muestra el comienzo de la nueva ola que estamos padeciendo.

Actualmente la cantidad de casos nuevos por día supera los 6 mil, números más altos que en el pico de la pandemia del año pasado, que correspondían en su mayoría a la variante delta. Hay 57.647 personas cursando la enfermedad y 54 de ellas se encuentran en centros de cuidados críticos. En estas últimas semanas, aproximadamente uno de cada 1.000 casos ingresó a CTI, situación muy distinta a aquella de mediados del año pasado, con una cifra inferior de casos activos (más de 37 mil), pero con 540 enfermos en CTI: 14 por cada 1.000 casos. Es decir que en lo que va de estas primeras dos semanas de esta nueva ola los ingresos a CTI son significativamente menores que los del año pasado; no obstante, ya se siente su impacto sobre el sistema sanitario: cerca de 1.000 personas afectadas del personal de la salud deben mantenerse en cuarentena y, además, es evidente la sobrecarga de los servicios de emergencia.

Según médicos de Sudáfrica, los síntomas de ómicron son algo distintos a los de otras variantes: son más frecuentes el cansancio, la congestión nasal, el dolor o la picazón de garganta, el dolor de cabeza, los dolores musculares, la tos, y a veces también surgen conjuntivitis o erupciones cutáneas. Ómicron también se presenta con fiebre, aunque por lo general es baja, y a veces causa dolor abdominal. Sus síntomas no son muy importantes y son incluso menores en los sujetos vacunados. Además, supondría un menor compromiso pulmonar y más compromiso bronquial; no obstante, es una enfermedad que compromete al organismo en su conjunto. Afectaría más a jóvenes y a adultos jóvenes.

Si bien esta primera impresión indicaría que es un virus menos agresivo que otros, los grandes números indican que, por ejemplo, en Israel, con un alto nivel de vacunación, se triplicó el nivel de enfermos graves; de ellos, la mayoría son individuos no vacunados, e, incluso, ya se detectó un caso de miocarditis producida por ómicron.

Dada la velocidad y la extensión de la propagación del virus, Israel planteó cambiar la forma de detectar nuevos casos sobre la base de los test rápidos, aun sabiendo que son menos sensibles que otros métodos. Ómicron aparece antes en la saliva que en las secreciones nasales, lo que cambia el panorama de los hisopados nasales, al priorizarse el exudado faríngeo. Lo ideal sería hacer ambos test. En Uruguay seguramente tendremos que tomar decisiones parecidas y cambiar la estrategia seguida hasta el momento, dada la imposibilidad real de abarcar a la totalidad de los contagiados.

Por ahora es difícil determinar con precisión si es una variante realmente menos agresiva que otras, como parece, pero, sin duda, la vacunación ha sido uno de los factores determinantes de su contención. Las cifras de ingreso a CTI difieren según el estado inmunitario: los sujetos vacunados ingresan en mucha menor proporción que los no vacunados. La vacunación continúa siendo eficaz, por ahora, contra esta nueva variante, pero probablemente tenga menor eficacia.

El grado de incertidumbre es grande, en la medida en que el virus evoluciona más rápido que la investigación científica y la divulgación de los datos, que surgen día a día. Esto hace que las decisiones que se toman muchas veces estén más basadas en la intuición que en hechos demostrados. De todas maneras, parece razonable actuar considerando el peligro de afectación grave de la población y del sistema sanitario, en vista de lo que sucede en otros países.

Algunos pregonan que esta variante comprometerá a casi la totalidad de la población y provocará un efecto similar al de la vacunación masiva, lo que conduciría a la extinción de la pandemia. Es muy difícil saber lo que va a suceder en el futuro, porque el nivel de interacción de la población mundial permite circuitos de reentrada viral y la aparición de nuevas variantes. Al comienzo de la pandemia en Brecha ya habíamos advertido que, con tal nivel de replicación viral, era posible que aparecieran variantes que potencialmente pudieran incluso escapar a las vacunas y que solo la vacunación masiva y simultánea podía probablemente evitarlo. La distribución mundial de la vacunación ha sido muy asimétrica.

La industria farmacéutica ya está estudiando la posibilidad de nuevas vacunas contra ómicron; Pfizer, por ejemplo, ya anunció que tendrá pronta una vacuna para marzo.

Esta pandemia requiere una evaluación permanente y rápidas respuestas políticas. En mi opinión, el gobierno de nuestro país reaccionó tarde a este nuevo peligro, tanto desde el punto de vista de las medidas de restricción de la movilidad y los contactos como por no advertir con preocupación el enlentecimiento de la campaña de vacunación, cuya curva muestra un nivel estacionario. Se mantiene al margen, sin una orientación adecuada para la población, mientras se incrementan los números de pacientes en el CTI.

Si no se propone la vacunación obligatoria, por lo menos se debería insistir en el compromiso ético que esta significa: valorizar el compromiso social antes que el individual y no relativizarlo con la frase libertad responsable. La responsabilidad se basa, como fenómeno moral, en la existencia de otros que dependen de nuestra conducta individual y no de lo que cada persona considera individualmente que debe hacer. Aquí no hay libertad, sino una obligación ética. La libertad significa que uno puede optar; aquí no hay opción. No hay otra conducta posible desde el punto de vista ético que la vacunación. Es responsabilidad de los gobernantes que representan a todos los integrantes de la sociedad guiar y obrar en el sentido de protegerla. Debe insistirse sobre la importancia de la vacunación con información detallada sobre las vacunas existentes y los riesgos que implica no vacunarse, no solo para el individuo, sino para la comunidad.

La pandemia continúa y desconocemos cómo será su evolución. Incluso, no sabemos si no serán necesarias nuevas vacunas, adaptadas a las nuevas variantes. Pero por ahora son las únicas herramientas que han sido eficaces para combatir la pandemia.

Relativizar la importancia de esta nueva variante no parece que sea adecuado porque ello incide directamente en una evolución dramática de los contagios. El exitismo no es buen consejero, como tampoco lo es la alarma innecesaria.

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