Festivales de cine en América Latina (II): XXIII Bafici - Semanario Brecha
Festivales de cine en América Latina (II): XXIII Bafici

A pesar de los pesares

El Festival de Cine Independiente de Buenos Aires continúa siendo uno de los festivales más importantes del continente. Resulta imprescindible, tanto para la crítica especializada como para la realización cinematográfica en nuestro sur del sur, habitar ese espacio con reflexiones propias y aprovecharlo, sobre todo, para compartir in situ las funciones inaugurales de las producciones argentinas recientes.

Ceremonia de premiación del festival de fine Bafici, en Buenos Aires. DIFUSIÓN

A pesar de la notoria baja en el presupuesto del festival, el Bafici es el Bafici. Es cierto que ya no se desarrolla en los grandes complejos comerciales, como el Hoyts o el Village, y que, a diferencia de lo que pasaba en ediciones anteriores, casi no hay películas asiáticas. Es cierto que las proyecciones bajaron mucho su calidad técnica y que el histórico glamour de las salas antiguas del centro de Buenos Aires no logró disfrazar la melancolía generalizada, una especie de nostalgia colectiva. Argentina está pasando por un momento difícil y el gobierno de Buenos Aires no parece preocuparse demasiado por el acceso popular a la cultura. Ni que hablar de lo que le sucedió a la comunidad cinematográfica frente al INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales) en el enfrentamiento con Luis Puenzo.1 Pero hay que decirlo, nobleza obliga: las entradas estaban baratas y el Bafici es el Bafici. Después de un año de suspensión (2020) y otro de virtualidad (2021), muchas personas vinculadas a la realización audiovisual festejaron, en sus presentaciones de las películas y en los foros posteriores, la vuelta a las salas. Fueron 450 funciones y, si bien no hubo tantos grandes títulos de autores consagrados del mundo (aunque se pudieron ver las nuevas de Claire Denis, Nanni Moretti y Hong Sang Soo), el cine independiente argentino sigue siendo una especie de milagro, ese que demuestra que «hay una Argentina verdadera que no es la real», como dijo el célebre cineasta Manuel Antín en uno de los fragmentos de entrevista contenidos en los brevísimos cortometrajes que se realizaron especialmente para esta edición.

LOS MUCHACHOS DE LA FUC

Es toda una coincidencia que haya sido Antín quien abrió, con sus comentarios desde la pantalla, las funciones de este Bafici. A la hora de los premios de las competencias internacional y argentina, las películas más laureadas fueron La edad media y Clementina, ambas pertenecientes a la productora El Pampero Cine. Tres de los cuatro fundadores de la productora (Mariano Llinás, Laura Citarella y Alejo Moguillansky) son egresados de la Universidad del Cine (FUC), la escuela que Antín fundó en 1991. El otro es Agustín Mendilaharzu, director de Clementina. La productora ha dado algunos de los títulos más interesantes del cine argentino del siglo XXI, aunque también, en ciertos ámbitos, ha quedado asociada a aportar miradas estrictamente de clase media, sobre todo por los altos aranceles que hay que pagar para cursar en la escuela de Antín. Hace unos días, frente al cierre del Cievyc, otra escuela privada mucho más antigua y barata, ubicada en el barrio Constitución, el cineasta Ernesto Baca, egresado de allí, publicaba la siguiente reflexión en su página de Facebook: «El cine es un arte caro y bien hechito, significa que vas a gastar mucha plata. […] Como dijo un teacher [de Cievyc]: “Los de la FUC ya tienen el camino asfaltado, a ustedes les va a costar el doble. Ellos se reconocen entre sí, al igual que ustedes”. Nunca olvidé esa enseñanza».

Parece haber cierta continuidad entre la FUC, el trabajo de El Pampero Cine –y otras productoras con el mismo carácter de clase– y el Bafici, festival en el que los directores egresados de esa escuela suelen recibir una gran aclamación crítica. De todos modos, es verdad que las películas que propone El Pampero Cine suelen ser innovadoras, provocadoras y muy radicales en el uso del lenguaje, y caracterizarse por contar con modos de producción igual de creativos que sus guiones, fotografía o montaje. Sus filmes cuentan con una libertad inusitada, y los presentados en esta edición del Bafici no fueron la excepción.

No pude asistir a ninguna función de Clementina, pero La edad media es una película divertidísima, que transmite un gran amor por el cine. Está filmada durante la pandemia dentro de la casa de Alejo Moguillansky, quien la dirigió junto con su pareja, la bailarina, coreógrafa y actriz Luciana Acuña. Ambos son directores y protagonistas. También actúa –¡e hizo el sonido directo!– Cleo Moguillansky, la hija mayor de ambos, que en el momento de la filmación debía de tener unos 10 u 11 años. Del entrañable trabajo de los tres y de las constricciones en la puesta en escena que derivaron de filmar con el propio hogar como única locación salió un delirio precioso que demuestra la sapiencia cinemática de esta troupe familiar: una comedia con tintes fantásticos que se centra en los cuerpos y los espacios, dialoga con el slapstick a lo Keaton o Chaplin y con otros experimentos vinculados al encierro, como Tape (2001), aquella película filmada en VHS por Richard Linklater con tres actores dentro de un cuarto de hotel.

MEMORIA GUARDIANA

Además del retrato de las consecuencias pandémicas, urgencia de varias producciones recientes, una de las obsesiones clásicas del cine argentino tiene que ver con la construcción y la revisión de las memorias colectivas. Rescatar el pasado para hacerles lugar a nuevos relatos –a encuadres críticos, investigaciones actuales o estéticas experimentales de montaje– es una responsabilidad que vienen asumiendo con energía autores de todas las generaciones dispuestos a disputar, desde el cine, el corpus simbólico de Argentina con esa gran parte de la sociedad que parece empecinada en olvidar.

Camuflaje, del director Jonathan Perel,2 es una apuesta extraña y muy interesante. Se centra en Campo de Mayo, una guarnición militar que fue el escenario de un montón de sucesos fundamentales de la historia argentina y donde a partir de 1976 funcionó un centro clandestino de detención para la represión ilegal de presos políticos. En Campo de Mayo estuvo Marcela Bruzzone, la madre del escritor Félix Bruzzone, detenida desaparecida. Félix se mudó muy cerca del lugar cuando aún no sabía que su madre había muerto allí. Así que, de la mano de Jony Perel, el cuentista, que suele correr alrededor del lugar, se propuso acumular relatos acerca de Campo de Mayo entrevistando a quienes habitan ese espacio hoy en día. Así, ambos –el hombre y la cámara, de una lucidez impactante– se encuentran con un montón de personajes: un atleta bizarro obsesionado con el fitness que hace ejercicio ahí adentro, un biólogo que quiere convertir Campo de Mayo en una reserva natural, una joven que junta tierra para venderla como souvenir de la memoria, gente que usa el espacio como circuito de carreras, los militares que cuidan el lugar e increpan al equipo técnico en una escena memorable. Al igual que Responsabilidad empresarial, esta película de Perel juega con las fronteras del espacio y el tiempo para hacernos sentir el peso abrumador del pasado con encantadora –y muy irónica– sutileza.

Otra película que juega con el lenguaje de manera muy consciente es El campo luminoso, de Cristian Pauls –profesor de realización, desde hace varios años, en la Escuela de Cine del Uruguay–. El material se propone seguir la huella de una expedición de aventureros de 1920 que viajaron por Formosa con la intención de filmar una película y se encontraron con poblaciones originarias, entre ellas, la etnia de los pilagá. Pauls confronta las imágenes rescatadas con las del presente, mostrando cómo están ahora aquellos paisajes y cómo los habitan las personas descendientes de esa etnia. El campo luminoso establece una reflexión metalingüística acerca de la relación entre memoria, cine y recepción, y logra sus momentos más bellos cuando Pauls, que una vez más demuestra su gran capacidad como escucha (que también puede sentirse en Tiburcio, su película anterior), interactúa con sus entrevistados desde un lugar empático, cálido y curioso. A pesar de que la película está signada por una pretensión intelectual algo agotadora, también está llena de momentos mágicos de encuentro y cuenta con un final muy acertado en el uso del montaje, con imágenes que deben su profunda carga de sentido a la construcción dramática que las precede.

El Bafici puede no haber sido tan esplendoroso como otros años, pero lo que es claro es que el cine argentino goza de buena salud. Esperemos que las decisiones de quienes gobiernan el país vecino potencien –y no cercenen– la producción, la distribución y la exhibición de su filmografía nacional. Esperemos, también, que estas películas lleguen pronto a la cartelera de Montevideo: sería una excelente noticia.

1. Véase la nota de Ezequiel Boetti sobre este tema.

2. Puede leerse una crítica de esta cronista a Responsabilidad empresarial, la película anterior de Perel estrenada en Cinemateca en 2021.

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