En 2018 Julieta Laso tomó una decisión difícil: dejar de cantar en la mítica orquesta dirigida por Yuri Venturín e irse a vivir a Salta. Sin embargo, a pesar de dejar la Fernández Fierro, la Fernández Fierro no la dejó a ella. Ni cerca.
Aquella orquesta de tango nació haciendo lo que quería hacer: sus integrantes decidieron tocar a como diera lugar, fieles a lo que sabían. Así, este grupo de alumnos de la Escuela de Música Popular de Avellaneda arrastraba un piano con rueditas por las calles empedradas de San Telmo y se ponía a tocar en una esquina. Era 2001, el año de la gran crisis, y la Fernández Fierro –desprendimiento de aquella Fernández Branca con aliento a fernet– ensayaba sus piquetes tangueros en la calle Carlos Calvo hasta que venía la Policía. Por aquel entonces la voz era la de Walter Chino Laborde. Después fue la de Laso.
Venturín siempre dijo que había mucho de rock en la orquesta, pero no en la música. Estaba en la actitud (sin ir más lejos, para la tapa de su primer disco tiraron un piano de un puente), pero también en el ADN de sus integrantes, que se criaron con el tango, pero crecieron escuchando rock. Venturín afirmaba: «La Fierro, por supuesto, es un grupo de tango, pero aparecen cosas que son muy roqueras. Esto no habla de una fusión, sino de explorar lugares que, a veces, son comunes en los dos géneros».1 Por entonces, el tango no le movía un pelo a nadie. Pero la Fierro había venido a cambiar eso. «A esta altura quedó demostrado que el rock murió como hecho contestatario. Lo que queda, como contenido político fuerte, es lo que tiene para dar el tango. Como decía Celedonio Flores: lo único seguro es el tango, porque nunca consultó a Europa», decían.2
Laso entró a la Fernández Fierro en 2013, cuando Laborde se fue. Dice la leyenda que Venturín la escuchó cantar desde la casa de al lado, en la que vivía su novia, y la invitó a ser la voz de la orquesta. No se equivocó: tenía toda la impronta; era una especie de quimera entre Tita Merello y Joey Ramone. Laborde tardó en dar la explicación de su alejamiento, pero cuando habló, dijo una cosa que no importa mucho y dos bien importantes: la que no importa es que hubo un problema de dinero; las importantes, que Laso estaba bien de bien para el puesto porque pegaba con el giro oscuro que había dado la banda y porque era bien rea.3
Hace un tiempo, por alguna razón misteriosa, se puso de moda decir corte a como aviso de una inminente elipsis en el discurso. Como si la vida se tratara de una película que se pudiera cortar y pegar. Corte a, entonces, una película, Terminal Norte: el mediometraje sobre Laso que hizo Lucrecia Martel en Salta. Decir que Terminal Norte es sobre Laso es erróneo, pero nos permitirá ir adonde queremos llegar, que es al presente. En 2017 Martel terminó Zama y se puso a trabajar en un proyecto inusual: la puesta en escena de una ópera –Andrea Chénier– en el Teatro Colón. Un proyecto monumental que abordó con una mirada política y arriesgada, que se adivinaba, por ejemplo, en plantearse hacerla desde «el rechazo al amor romántico, por ser un amor de posesión, que tarde o temprano termina en violencia»,4 y en «la contratación de 300 figurantes de rasgos altiplánicos»5 (pero nunca sabremos qué habría hecho, ya que, lamentablemente, terminó renunciando). Un año después de este proyecto frustrado, finalmente Martel pudo unir su experiencia en el cine con la música dirigiendo Cornucopia, el espectáculo de Björk en Nueva York.
En medio, Laso renunció a cantar en la Fernández Fierro para irse a vivir a Salta con Martel. Allí las encontró 2020, el año de la peste. Con Martingala, su disco de 2018, Laso se había distanciado del tango para acercarse al cancionero popular argentino, camino que siguió recorriendo con La caldera. Pero cuando se despidió de la Fernández Fierro, Venturín la invitó a cenar y se prometieron trabajar juntos en el futuro. Y como son de cumplir, ese futuro llegó de la mano de Cabeza negra. «Yuri me propuso una formación muy particular, de cuatro bandoneones y contrabajo. Empezamos a buscar canciones nuevas y otras que escuchábamos en la infancia. Según Yuri, él eligió canciones que se parecen a mí. Yo elijo las canciones que me liberan de mí. Quizás es lo mismo. Yuri agregó el bombo y la caja cuando empezamos a ensayar. Nos salió un drama telúrico, con aires de misa pagana. En Cabeza negra el bandoneón resplandece con toda su potencia sonora. Hay voces de folklore, de tango, de milonga y de baguala. El sonido un poco distorsionado de los fueyes pone este disco en una zona rara. La música y el canto me ayudaron a reconciliarme conmigo y con las personas. De chica me frotaba la piel, porque pensaba que estaba manchada. Me peleaba con lo crespo de mi melena mestiza. Pero cuando canto, voy derecho para ese lado. Canto a esas manchas que, por suerte, no se borran», nos contó Laso.
En Terminal Norte se la ve en Salta durante la pandemia. Suelta. Afuera. Lejos de la urbe tanguera porteña. Allí se junta en tertulias musicales con otras mujeres y eso es lo que Martel registra: las coplas de Mariana Carrizo y Lorena Carpanchay –la primera coplera trans–, el noise rock de las integrantes de la banda Whisky y el trap de B Yami. Esas mujeres comparten la noche y la música, una música tan variada como ellas mismas. «Me tocó vivir el aislamiento cerca de la naturaleza y lo agradecí mucho. Creo que es un momento para salir de las grandes ciudades. Amo Buenos Aires, pero en el norte lo indígena está más presente en la cultura y eso es un aire fresco para mí. […] El de Salta es un fenómeno musical del que no sabemos nada en Buenos Aires. Hay muchísimos músicos, en géneros muy distintos, no solo folklore. Y hay muchas clases de cantos y modos de usar la voz», le dijo el año pasado a Página/12.6
Parte de eso es lo que se ve en Terminal Norte y también en Cabeza negra, que empieza con la poderosísima «Pregón» y su bombo legüero, que, junto con la voz de Laso, suena más peligroso para el statu quo que cualquier deathmetalero de 200 quilos invocando a los ejércitos satánicos en sueco. Sin embargo, cuando a continuación irrumpe el tango en «Fuga de ausencias», el bombo no se va. Y está muy bien, porque es originalmente una huella, y el tango es simplemente Buenos Aires, que siempre vuelve cuando juegan Laso y Venturín. Cabeza negra versiona artistas tan disímiles como Fito Páez, Horacio Guarany, Alejandro Guyot, Luciana Mocchi, Daniel Toro, Violeta Parra, Tape Rubín, Alfredo Zitarrosa y Palo Pandolfo.
«En este disco hay dos temas uruguayos: uno del gran Zitarrosa, “Canto de nadie”, y uno de Mocchi, “Ejercicio”. Mocchi es una artista de Montevideo que me gusta mucho cómo canta y escribe. Hay varios aciertos en las propuestas de Yuri, como “Canto de nadie”; “Mi mariposa triste”, de Daniel Toro, y “Llámame cuando amanezca”, de Horacio Guarany, que son canciones que quedaron un poco olvidadas y se suman a la mía, ya que me animé a escribir un pequeño pregón», relató Laso mientras preparaba su viaje a Montevideo. Y Martel, que la acompañó en la creación del disco, acota desde las notas del álbum: «Cabeza negra es una súplica gritada desde algún balcón desvencijado de Buenos Aires. En un barrio de la zona sur. Desde un puente sobre la autopista Ricchieri. No es un disco exactamente urbano. Es el arrabal de este continente. Buenos Aires creció con gente huyendo de la pobreza, migraciones internas y de países vecinos. En sus barrios se cruzan todas las tradiciones musicales de este continente. La ciudad no mira al río marrón, tampoco acepta su destino de toldería. Cabeza negra en cada canción suplica, no con sumisión, porque el sonido del disco es una amenaza. Es la liturgia de escuchar canciones de protesta como si fueran de amor». Seguramente no haya mejor definición que esa.
1. Julieta Barrera, «Orquesta Típica Fernández Fierro. La manera rockera de entender el tango», EFE, 29-X-21.
2. Karina Micheletto, «Una orquesta típica para la excarcelación del tango», Página/12, 18-III-04.
3. Mauro Apicella, «Las mil caras de Chino Laborde», La Nación, 23-VIII-15.
4. Luciano Marra de la Fuente, «La renuncia de Lucrecia Martel al Teatro Colón. Apuntes para una puesta imaginaria», Tiempo de Música, 17-XI-17.
5. Diego Rojas, «Todas las versiones sobre la renuncia de Lucrecia Martel a su regie en el Colón», Infobae, 28-XI-17.
6. Andrés Valenzuela, «Julieta Laso: “El tango siempre se filtra en mi voz”», Página/12, 14-X-21.